lunes, 13 de julio de 2020

Hugo Blanco: entre Chaupimayo y Chiapas


    El debate que ha causado la emisión del documental Hugo Blanco. Río profundo, de la realizadora cusqueña Malena Martínez, ha despertado aún más el interés por conocer la película que retrata la figura y trayectoria del legendario activista del campesinado peruano. Controvertido personaje del escenario de las luchas políticas y sociales del último medio siglo, su nombre ha servido para avivar algunos recuerdos entre quienes fueron protagonistas de aquellas jornadas fundamentales del levantamiento indio en pos de sus tierras, hechos que muchas veces se han tergiversado por sectores interesados en mantener en la ignorancia y la miseria a vastos sectores de nuestra patria. Se cuestionó incluso el financiamiento obtenido para su difusión en un concurso establecido por el Ministerio de Cultura, aseverando con gran desconocimiento que era el Estado peruano el que había entregado los fondos para la filmación de la cinta, cuando era clarísimo que organizaciones extranjeras estaban detrás de la misma.
    A través de antiguas grabaciones de vídeo, fotografías deterioradas por el tiempo,  recortes periodísticos, testimonios de amigos y diálogos con el personaje, se va hilvanando la historia de una gesta que a muchos les cuesta reconocer, ciegos y sordos a todo lo que signifique reivindicación de los olvidados de siempre en nuestra historia. Esas miradas nubladas por la legaña del prejuicio y la ausencia de emoción social, no podían ser capaces de reconocer una lucha justa que debemos entenderla en su verdadero contexto, más allá de las anteojeras y las inquinas que su posición ideológica les dicta. Voces que caen con gran diligencia en el insulto fácil, la injuria preconcebida y la descalificación soberbia, han derramado su bilis por las redes sociales adjetivando en contra de la cineasta y sobre todo contra un luchador nato, blanco de los dardos envenenados de posiciones recalcitrantes y ultras.
    Protagonista innegable de los levantamientos campesinos de los valles de La Convención y Lares en el Cusco, que impulsaron una reforma agraria desde el pueblo en los años sesenta del siglo pasado para acabar con el poder feudal del gamonalismo, fue capturado y sentenciado a muerte por el gobierno golpista de Pérez Godoy. La intervención oportuna de voces internacionales, encabezadas por las de nada menos que dos filósofos y escritores existencialista franceses, como Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, le salvaron la vida, siéndole conmutada la pena. Hugo Blanco estuvo preso –la primera entre tantas otras que estuvo encarcelado– en el ominoso presidio de El Frontón entre los años 1963 y 1971, año en que salió amnistiado por el gobierno militar. Llamado a ser partícipe del régimen de Velasco, desistió por razones principistas y partió al exilio, donde tuvo ocasión de acrecentar su compromiso con sus hermanos del continente, siendo testigo de otros procesos políticos y sociales que en esa década germinaban en Latinoamérica. Estando en prisión conoció a Sybila Arredondo, la esposa de José María Arguedas que visitaba a los militantes del MIR, también confinados en la isla. De ese encuentro nacería su correspondencia epistolar con el escritor apurimeño, un breve pero intenso  intercambio de cartas en quechua, llenas de una infinita ternura y una comunión singular entre dos hombres identificados hasta los huesos con el destino del indio. Era noviembre de 1969, y sólo tuvieron tiempo para intercambiar dos cartas de parte del dirigente y una, del escritor. José María le había enviado con Sybila su novela Los ríos profundos como regalo, con una dedicatoria larga en quechua que al final borró para optar por una corta en castellano, situación que molestó a Hugo, recriminando con gran humildad a quien llamaba «padre» para que no se arrepintiera en la próxima vez de escribirle en la entrañable lengua que ambos amaban como la sangre de su tierra. Hay en aquella carta de José María una confesión premonitoria de lo que estaba próximo cuando escribe: «Yo no estoy bien, no estoy bien; mis fuerzas anochecen. Pero si ahora muero, moriré más tranquilo». Bellísimo y dramático testimonio a la vez de lo inminente. Se disparó el 29 y agonizó hasta el 2 de diciembre.
    De vuelta al Perú para las elecciones a la Asamblea Constituyente, consiguió la tercera más alta votación nacional siendo elegido representante ante dicho cuerpo legislativo que se encargaría de redactar la Constitución de 1979 que permitió el regreso de la democracia en el país. Se ha escarnecido con bastante mala saña el pintoresquismo de ciertas actitudes suyas siendo elegido diputado durante el segundo gobierno de Fernando Belaúnde, especialmente cuando se presentó a la juramentación de su cargo vistiendo alpargatas y usando una soguilla de cinturón –las ojotas y el chumpi andinos– situación que obligó al presidente del Congreso a conminarlo para que se presentara con el traje de rigor. Pero lo verdaderamente importante sucedió cuando denunció los excesos de las fuerzas armadas en la región de Ayacucho, declarada en emergencia cuando el accionar de Sendero Luminoso arreciaba. Tildó de asesino al general Clemente Noel Moral en medio de una sesión parlamentaria, frase que se le exigió retirarla, a lo que el rebelde dirigente accedió, pero para cambiarla por la de genocida, mucho más precisa. Fue suspendido 120 días en sus labores legislativas, que él aprovechó para instalar un puesto de vendedor ambulante en las afueras del Mercado Central. Es entonces cuando un periodista le preguntó si no le daba vergüenza vender café, a lo que al instante Hugo Blanco replicó que a sólo unas cuadras de donde se hallaba unos señores vendían el país y nadie les preguntaba si les daba vergüenza aquello. Debido al deslinde que haría con los métodos terroristas de lucha de los seguidores de Abimael Guzmán –como antes lo había hecho tomando distancia  y mostrando sus discrepancias con Luis de la Puente, líder de las insurgencias guerrilleras del 65–, se convirtió otra vez en blanco de dos fuegos, viéndose obligado a exiliarse otra vez. Estuvo en México en el año que nacía el Movimiento Zapatista de Liberación Nacional (MZLN), coincidiendo con las tácticas e ideales del levantamiento armado propiciado por el subcomandante Marcos en el estado de Chiapas. Por ejemplo, cuando un profesor le pregunta en un colegio de los Andes cómo se debería inculcar el liderazgo entre el mundo estudiantil, Hugo Blanco revela que para él lo importante no es el líder en una empresa determinada, que los líderes terminan traicionando los objetivos de la lucha, y que lo fundamental es apuntalar el espíritu colectivo de una gesta, actitud que siempre ha caracterizado su participación en cualquier jornada cívica. Es decir, nunca creerse vanguardia de nada, sino un simple soldado en la batalla, desde el sindicato de base de Chaupimayo hasta las decisivas contiendas comunales y citadinas defendiendo los derechos elementales de los campesinos y de los obreros del Perú. Su descreimiento de todo tipo de absolutismo ideológico, que decreta soluciones bajo el dogma incuestionable de sus profetas laicos, trazando caminos errados para una realidad tan diversa como la nuestra, repitiendo consignas aprendidas en un manual que se pretende irrevocable e infalible, lo llevó a una especie de ostracismo en la misma izquierda peruana, suerte que evidentemente celebran los crápulas de toda la vida.
    Ese hombre de rabínica barba blanca, de cabellos ensortijados y níveos cubiertos por un sombrero de paja, calzando sandalias de indio y enarbolando el mensaje renovado y fresco de la liberación, camina por los campos verdes de su tierra y por las carreteras polvorosas de las serranías, respondiendo las inquietas preguntas de su interlocutora que lo sigue ávida de oír sus palabras cargadas de historia y vida, de lucha a muerte por la tierra para sus hermanos postergados por siglos. Satanizado por la derecha troglodita y visto con recelo, por decir lo menos, por la izquierda dogmática, Blanco seguirá siendo un personaje excéntrico y polémico, ineludible a la hora de hacer las cuentas de la historia reciente de este país zarandeado por los vaivenes más inverosímiles del tiempo.

Lima, 12 de julio de 2020.


Film | Hugo Blanco, Deep River


lunes, 6 de julio de 2020

Las goteras de Borges

Medio siglo con Borges - Megustaleer
    Se ha presentado en España, de modo virtual como dictan las costumbres impuestas por la pandemia, Medio siglo con Borges (Alfaguara, 2020), el reciente libro de Mario Vargas Llosa, que recoge una variedad de textos, entre artículos, charlas, entrevistas y ensayos, que el Premio Nobel peruano ha producido en los últimos cincuenta años, dedicados todos ellos a sondear, asediar y escrutar la monumental figura literaria de quien es sin lugar a dudas el mayor escritor que ha dado la lengua española en la última centuria. Es el primero de los libros que tengo ocasión de adquirir de manera también virtual, con entrega a domicilio, después de una fallida negociación con una primera librería que no tuvo el tino de cautivar con un mínimo de calidez mi condición de cliente libresco, primerizo en estos avatares del comercio en línea.
    Desfilan por el breve libro un puñado de textos que me dejan con la miel en los labios, pues al saber de la noticia por los medios imaginé enseguida un volumen como los que suele escribir el autor dedicados a sus escribas favoritos. Y éste vaya que lo es, como lo ha confesado innumerables veces. Por tanto, el esperado opíparo banquete que mi imaginación acarició se ha trocado más bien en una sesión de gourmets de alta cocina, paladeando con exquisito fervor el centenar de páginas, convencido por aquella frase de factura popular que postula que si de lo bueno breve, doblemente bueno. Mas lo cierto es que varios de ellos ya los conocía, pues fueron publicados a lo largo de estos años en diversos medios escritos del Perú y de España. Pero igual, volver a leerlos constituye un placer renovado que sólo podemos agradecer.
    Uno de los aspectos que más se ha discutido a propósito de este lanzamiento es el famoso episodio de la entrevista que le realizara el novelista al poeta y ensayista argentino en su casa de Buenos Aires en 1981, para su programa de televisión La torre de babel, donde destaca la anecdótica descripción de las goteras que descubrió el acucioso periodista que también es en el humilde departamento del maestro. Insiste varias veces en remarcar la modestia de la pieza y asimilar la habitación del entrevistado a la celda de un monje trapense, hasta que llega la pregunta sobre el desasimiento de las cosas materiales que el anfitrión aprovecha para en una sola frase lapidar cualquier atisbo de conmiseración: «El lujo me parece una vulgaridad». Por lo demás, la charla discurre, entre el ingenio, la agudeza y la erudición del demiurgo porteño, por todos los vericuetos posibles entre dos podridos de literatura. Más adelante, el argentino comentaría entre sus conocidos, no sin una chispa de ironía, que esa tarde lo había visitado un agente inmobiliario peruano, interesado al parecer en una posible mudanza del escritor.
    Sin embargo, más allá de la anécdota, el asunto de las goteras muy bien puede servir de metáfora para destacar algunas sombras, como no podía ser de otra manera, que Vargas Llosa ha detectado en la obra del autor de Ficciones. Una de ellas se refiere al velado racismo que trasuntan sobre todo los cuentos de Borges, donde los personajes de procedencia indígena o negra estarían catalogados en una condición inferior a la blanca y occidental, que son erigidos en modelos de la civilización y el progreso. Pero esto no está dicho de un modo deliberado ni tal vez consciente, pues al recrear la realidad, por más fantásticas o irreales que sean las historias, el artista la describe tal como la ve, no como quisiera verla. Tal vez exista ese sesgo, mas de ninguna manera ese rasgo descalifica ni desbarata la propuesta narrativa del autor, cuya perfección roza lo inhumano, según agrega el crítico, descubriendo otra sombra ya señalada por otros: el predominio cerebral e intelectual de un mundo abstracto de ideas y razonamientos, descarnado y alejado de aquel barro primordial de que está hecha la vida, y que la novela, género ninguneado por Borges, toma como materia prima. Sería por ello quizás que alguna vez el otro grande de las letras argentinas, Ernesto Sábato, dijera que ante todo Borges era un gran poeta.
    Descollante es la conferencia sobre las ficciones de Borges, que Vargas Llosa pronunció en Londres en 1987. Detalla con mucha precisión las características singulares de este narrador excepcional, dueño de un estilo único e inimitable. En otro artículo, recuerda el memorable día en que asistió a la presentación de Borges, en 1963 en París, para un homenaje a Shakespeare propiciado por la Unesco; y, unos días después, en el Instituto de América Latina, para disertar sobre literatura fantástica. Emociona saber que un desconocido escritor procedente casi de los arrabales del mundo, un tímido anciano precoz, como lo describe el joven aspirante a escritor que tuvo la suerte de estar en ese momento, deslumbrara a un selecto auditorio donde se encontraban los más encumbrados autores de las letras francesas del momento, paseándose a sus anchas, en perfecto francés, por todos los recodos de la cultura universal, en una exhibición asombrosa de prodigio y sabiduría.
    También está un retrato del Borges político, sus polémicas declaraciones y posturas en una actividad que siempre miró con desprecio y lejanía, incurriendo por ello en increíbles contradicciones que jamás empañaron un ápice, no obstante, su legado literario. De igual forma traza un paralelo entre Onetti y Borges, la diferencia radical entre ambos y la no tan secreta animadversión que se guardaban. A pesar de ello, nota la decisiva influencia de éste en la obra novelística del uruguayo. Asimismo, revela Vargas Llosa su asombro ante los Textos cautivos, una selección de reseñas breves que Borges escribiera para la revista Hogar en los años 30, donde ya despuntan sus sagaces observaciones de lector cultivado y perspicaz. Y por último, la etapa final de octogenario feliz y enamorado, con María Kodama viajando por el mundo y gozando sus últimos años de una vida que para él siempre estuvo en los libros, como alguna vez lo declaró sin reservas.
    Deliciosa lectura que nos reencuentra con un formidable creador, considerado de forma unánime, como afirmo al inicio, como el más grande de la literatura contemporánea en cualquier idioma. Un auténtico maestro.            

Lima, 6 de julio de 2020.

El martillo y la chicha

    El Perú se ha convertido en objeto de estudio mundial por una de las paradojas más desconcertantes de estos tiempos extraordinarios. Nadie se explica cómo el primer país que tomó las medidas sanitarias para hacer frente a la propagación de la pandemia que asola al mundo entero, cerrando sus fronteras y decretando una emergencia nacional apenas conocido el primer caso de contagio, conocido como paciente cero, el 6 de marzo pasado, ahora se vea rebasado por la enfermedad, con un elevadísimo nivel de portadores del virus, y una cifra de mortalidad que se incrementa vertiginosamente, con los hospitales colapsados y los familiares haciendo colas en las funerarias y en los cementerios para enterrar a sus seres queridos, sumiendo a la población en un estado de alarma inusual y de gran temor e incertidumbre que crece a medida que pasan los días, sin aparente esperanza de que amaine el vendaval de la muerte.
    Pero tal vez ese asombro y admiración ante semejante contradicción pierde sus niveles de enigma cuando empezamos a desmenuzar una realidad tan compleja como la peruana, un país que posee las estructuras de desigualdad e injusticia social y económica más intrincadas del continente, aquello que el historiador Jorge Basadre llamaba el «abismo social», esas diferencias notorias y notables entre los segmentos sociales que la componen, un factor que sin duda ha conspirado contra una medida en un principio correcta como fue la cuarentena, mas ineficaz e insuficiente en un medio como éste, sobre todo si se extendía cada vez que las circunstancias lo exigían.
    No podía cumplir el severo aislamiento social –y por un tiempo tan prolongado–, como el gobierno esperaba, una población con altísimos niveles de precariedad laboral, con tasas elevadas de desempleo y subempleo, informalidad que obliga a las familias a vivir al día, subsistiendo a duras penas con los pocos soles que ese padre o esa madre pueden conseguir en su lucha cotidiana por las calles, ocupados en sus puestos de venta de todo tipo de comercio, o desplazándose por las avenidas y subiendo a los vehículos de transporte público ofreciendo su mercadería. Una población que en sus dos tercios no tiene la capacidad de almacenar sus alimentos para la reclusión, tanto por carecer de una prosaica refrigeradora como del dinero necesario para abastecerse para varios días. Es decir, el paisaje dramático de aquellos que se quedaron fuera del auge económico que señalan los números oficiales del Ministerio de Economía, víctimas de un sistema que los soslaya por definición, ese monstruoso y voraz neoliberalismo que se los ha tragado literalmente, así como jamás se preocupó de la salud y la educación, con los resultados nefastos que ahora vemos.
    Una economía chicha, en una palabra, que no pudo sintonizar con ese martillo famoso acuñado por Tomás Pueyo en su comentado estudio «El martillo y el baile», y replicado por Ragi Yaser Burhum en «El martillo y el huayno» para la realidad nuestra. El martillo que blandió el presidente en las primeras semanas del confinamiento, buscando aplanar la peligrosa curva de la infección, que se estrelló estrepitosamente sin dar en el clavo de su objetivo. Nunca lo hubiese dado ese Estado por décadas saqueado por las castas dirigentes, ese Estado disminuido y privatizado como lo exigía el ansia sin límite del lucro  de las grandes corporaciones y sus serviles capitostes locales. Un Estado que apenas ha sido capaz de entregar bonos focalizados sin estudios actualizados de la condición cambiante de la población, en vez de entregar uno solo verdaderamente universal que le permitiera acatar la orden de reclusión para evitar este desastre.
    En suma, era inevitable que se desatara de facto el baile del levantamiento y la apertura de la circulación y producción; espoleados por la necesidad miles de vendedores tomaron las calles y avenidas aledañas al emporio comercial de Gamarra, propiciando serios enfrentamiento con las fuerzas del orden, y también el surgimiento de mafias que como siempre buscan realizar una gran faena de pesca en este río revuelto del caos y la desesperación.

Lima, 21 de junio de 2020.