lunes, 6 de julio de 2020

El martillo y la chicha

    El Perú se ha convertido en objeto de estudio mundial por una de las paradojas más desconcertantes de estos tiempos extraordinarios. Nadie se explica cómo el primer país que tomó las medidas sanitarias para hacer frente a la propagación de la pandemia que asola al mundo entero, cerrando sus fronteras y decretando una emergencia nacional apenas conocido el primer caso de contagio, conocido como paciente cero, el 6 de marzo pasado, ahora se vea rebasado por la enfermedad, con un elevadísimo nivel de portadores del virus, y una cifra de mortalidad que se incrementa vertiginosamente, con los hospitales colapsados y los familiares haciendo colas en las funerarias y en los cementerios para enterrar a sus seres queridos, sumiendo a la población en un estado de alarma inusual y de gran temor e incertidumbre que crece a medida que pasan los días, sin aparente esperanza de que amaine el vendaval de la muerte.
    Pero tal vez ese asombro y admiración ante semejante contradicción pierde sus niveles de enigma cuando empezamos a desmenuzar una realidad tan compleja como la peruana, un país que posee las estructuras de desigualdad e injusticia social y económica más intrincadas del continente, aquello que el historiador Jorge Basadre llamaba el «abismo social», esas diferencias notorias y notables entre los segmentos sociales que la componen, un factor que sin duda ha conspirado contra una medida en un principio correcta como fue la cuarentena, mas ineficaz e insuficiente en un medio como éste, sobre todo si se extendía cada vez que las circunstancias lo exigían.
    No podía cumplir el severo aislamiento social –y por un tiempo tan prolongado–, como el gobierno esperaba, una población con altísimos niveles de precariedad laboral, con tasas elevadas de desempleo y subempleo, informalidad que obliga a las familias a vivir al día, subsistiendo a duras penas con los pocos soles que ese padre o esa madre pueden conseguir en su lucha cotidiana por las calles, ocupados en sus puestos de venta de todo tipo de comercio, o desplazándose por las avenidas y subiendo a los vehículos de transporte público ofreciendo su mercadería. Una población que en sus dos tercios no tiene la capacidad de almacenar sus alimentos para la reclusión, tanto por carecer de una prosaica refrigeradora como del dinero necesario para abastecerse para varios días. Es decir, el paisaje dramático de aquellos que se quedaron fuera del auge económico que señalan los números oficiales del Ministerio de Economía, víctimas de un sistema que los soslaya por definición, ese monstruoso y voraz neoliberalismo que se los ha tragado literalmente, así como jamás se preocupó de la salud y la educación, con los resultados nefastos que ahora vemos.
    Una economía chicha, en una palabra, que no pudo sintonizar con ese martillo famoso acuñado por Tomás Pueyo en su comentado estudio «El martillo y el baile», y replicado por Ragi Yaser Burhum en «El martillo y el huayno» para la realidad nuestra. El martillo que blandió el presidente en las primeras semanas del confinamiento, buscando aplanar la peligrosa curva de la infección, que se estrelló estrepitosamente sin dar en el clavo de su objetivo. Nunca lo hubiese dado ese Estado por décadas saqueado por las castas dirigentes, ese Estado disminuido y privatizado como lo exigía el ansia sin límite del lucro  de las grandes corporaciones y sus serviles capitostes locales. Un Estado que apenas ha sido capaz de entregar bonos focalizados sin estudios actualizados de la condición cambiante de la población, en vez de entregar uno solo verdaderamente universal que le permitiera acatar la orden de reclusión para evitar este desastre.
    En suma, era inevitable que se desatara de facto el baile del levantamiento y la apertura de la circulación y producción; espoleados por la necesidad miles de vendedores tomaron las calles y avenidas aledañas al emporio comercial de Gamarra, propiciando serios enfrentamiento con las fuerzas del orden, y también el surgimiento de mafias que como siempre buscan realizar una gran faena de pesca en este río revuelto del caos y la desesperación.

Lima, 21 de junio de 2020.    

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