El Perú se ha
convertido en objeto de estudio mundial por una de las paradojas más
desconcertantes de estos tiempos extraordinarios. Nadie se explica cómo el
primer país que tomó las medidas sanitarias para hacer frente a la propagación
de la pandemia que asola al mundo entero, cerrando sus fronteras y decretando
una emergencia nacional apenas conocido el primer caso de contagio, conocido
como paciente cero, el 6 de marzo pasado, ahora se vea rebasado por la
enfermedad, con un elevadísimo nivel de portadores del virus, y una cifra de
mortalidad que se incrementa vertiginosamente, con los hospitales colapsados y
los familiares haciendo colas en las funerarias y en los cementerios para
enterrar a sus seres queridos, sumiendo a la población en un estado de alarma
inusual y de gran temor e incertidumbre que crece a medida que pasan los días,
sin aparente esperanza de que amaine el vendaval de la muerte.
Pero tal vez ese
asombro y admiración ante semejante contradicción pierde sus niveles de enigma
cuando empezamos a desmenuzar una realidad tan compleja como la peruana, un
país que posee las estructuras de desigualdad e injusticia social y económica
más intrincadas del continente, aquello que el historiador Jorge Basadre
llamaba el «abismo social», esas diferencias notorias y notables entre los segmentos
sociales que la componen, un factor que sin duda ha conspirado contra una
medida en un principio correcta como fue la cuarentena, mas ineficaz e
insuficiente en un medio como éste, sobre todo si se extendía cada vez que las
circunstancias lo exigían.
No podía cumplir el
severo aislamiento social –y por un tiempo tan prolongado–, como el gobierno
esperaba, una población con altísimos niveles de precariedad laboral, con tasas
elevadas de desempleo y subempleo, informalidad que obliga a las familias a
vivir al día, subsistiendo a duras penas con los pocos soles que ese padre o
esa madre pueden conseguir en su lucha cotidiana por las calles, ocupados en
sus puestos de venta de todo tipo de comercio, o desplazándose por las avenidas
y subiendo a los vehículos de transporte público ofreciendo su mercadería. Una
población que en sus dos tercios no tiene la capacidad de almacenar sus
alimentos para la reclusión, tanto por carecer de una prosaica refrigeradora
como del dinero necesario para abastecerse para varios días. Es decir, el
paisaje dramático de aquellos que se quedaron fuera del auge económico que
señalan los números oficiales del Ministerio de Economía, víctimas de un
sistema que los soslaya por definición, ese monstruoso y voraz neoliberalismo
que se los ha tragado literalmente, así como jamás se preocupó de la salud y la
educación, con los resultados nefastos que ahora vemos.
Una economía
chicha, en una palabra, que no pudo sintonizar con ese martillo famoso acuñado
por Tomás Pueyo en su comentado estudio «El martillo y el baile», y replicado
por Ragi Yaser Burhum en «El martillo y el huayno» para la realidad nuestra. El
martillo que blandió el presidente en las primeras semanas del confinamiento,
buscando aplanar la peligrosa curva de la infección, que se estrelló
estrepitosamente sin dar en el clavo de su objetivo. Nunca lo hubiese dado ese
Estado por décadas saqueado por las castas dirigentes, ese Estado disminuido y
privatizado como lo exigía el ansia sin límite del lucro de las grandes corporaciones y sus serviles
capitostes locales. Un Estado que apenas ha sido capaz de entregar bonos
focalizados sin estudios actualizados de la condición cambiante de la
población, en vez de entregar uno solo verdaderamente universal que le
permitiera acatar la orden de reclusión para evitar este desastre.
En suma, era
inevitable que se desatara de facto el baile del levantamiento y la apertura de
la circulación y producción; espoleados por la necesidad miles de vendedores
tomaron las calles y avenidas aledañas al emporio comercial de Gamarra,
propiciando serios enfrentamiento con las fuerzas del orden, y también el
surgimiento de mafias que como siempre buscan realizar una gran faena de pesca
en este río revuelto del caos y la desesperación.
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