sábado, 25 de junio de 2016

Reino Unido vota por el Brexit

     En una decisión sin precedentes, el Reino Unido ha decidido abandonar la Unión Europea después de más de cuatro décadas, en un referéndum convocado el año pasado por el Primer Ministro David Cameron y celebrado el pasado jueves 23 de junio, por un margen estrecho de votos: 51,9% frente al 48,1%. Indudablemente que es un hecho histórico, pues nunca antes se había producido algo semejante.
     Cuando el actual Primer Ministro lanzó su candidatura en el 2013 ofreció como parte de su campaña –para contentar sobre todo a la facción más derechista de su partido–, la realización de esta consulta ciudadana, no se habría imaginado tal vez  la deriva dramática que iba a tener con los resultados que ahora han conmocionado al mundo político y financiero de Occidente. Ante esto no le ha quedado más recurso que dimitir, dejando para octubre la elección de su sucesor.
     Lo curioso de este fenómeno, que ha mantenido en vilo a la sociedad inglesa durante los últimos meses, es que las posiciones de cara a la posibilidad de una salida de su país del proyecto europeo, han situado a ambas orillas de la campaña a personalidades de los más diversos grupos políticos, más allá de sus filiaciones partidistas y de sus vertientes ideológicas. Así, mientras de parte de la permanencia se situaban el propio David Cameron, Primer Ministro conservador,  como el líder opositor laborista Jeremy Corbyn; en el bando contrario, podíamos hallar al exalcalde de Londres y prominente político conservador Boris Johnson, al Ministro de Justicia Michael Gove, y al líder del ultraderechista y nacionalista UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido), Nigel Farage, probablemente el verdadero artífice del triunfo.
     En el referéndum de 1975, donde se votaba también por la permanencia o salida de la Comunidad Económica Europea (CCE), el antecedente inmediato de la Unión Europea, las alineaciones fueron parecidas, aunque en un sentido ideológico inverso, pues el Primer Ministro era el laborista Harold Wilson, y la lideresa de la oposición la conservadora  Margaret Thatcher, ambos a favor de continuar en el proyecto europeo. Los comicios se zanjaron por la permanencia, hasta que un capricho personal de un irresponsable político que solo quería evitarse líos al interior de su agrupación, ha puesto al filo del abismo el porvenir de toda una nación.  
     Pero la campaña ha saltado también a niveles  internacionales, con un Barack Obama y una Angela Merkel abogando por la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea; y al frente, sintomáticamente, se han alineado personajes como Donald Trump, el virtual candidato del Partido Republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, y Marine Le Pen, cabeza visible del xenófobo y racista Frente Nacional de Francia. Eso puede quizás expresar algo del significado de lo que estaba en juego en el referéndum, porque las implicancias y consecuencias del mismo son evidentemente más perjudiciales que beneficiosas para un país que compartía con sus socios del continente una cantidad de prerrogativas que en los terrenos económicos y políticos, así como sociales, científicos y culturales concedían a sus ciudadanos mejores posibilidades de vida.
     Se trata, a todas luces, de un claro retroceso histórico, en un mundo que marcha hacia la integración y la abolición de las fronteras, refrenado, sin embargo, con este asunto de la inmigración, que ha despertado las alarmas de los movimientos más obtusamente nacionalistas y racistas de occidente. Pues casi todas las bazas de esta campaña en el Reino Unido se han depositado en el temor hacia los inmigrantes, azuzado por los cabecillas de los partidos más retrógrados y reaccionarios de la isla. Como bien lo expresó en su cuenta de twitter un joven ciudadano inglés al día siguiente de saberse los resultados, donde escribió que los abuelos han manifestado que es más fuerte su miedo al extranjero que el amor a sus nietos. Pues son ellos precisamente, los jóvenes, los que se sienten más decepcionados e indignados ante esta incomprensible decisión.
     Son múltiples las oportunidades y bondades que se perderán los ingleses, irlandeses, galeses y escoceses, por más que la Unión Europea no haya estado funcionando como muchos esperaban. Además, numerosos derechos laborales y sindicales estarán amenazados si ahora quedan al margen del Tratado de Lisboa y de las políticas de Bruselas. Aparte de los beneficios educativos, cuya expresión más notoria es el Convenio Erasmus, un programa de intercambio universitario entre los distintos Estados de la Unión. Por lo pronto, el desplome de la Bolsa de Londres y la depreciación de la libra esterlina, son los principales indicadores del desastre económico que se avecina. El peligro de una fractura política igualmente asecha a partir de lo que digan en adelante tanto Escocia como Irlanda del Norte, que votaron mayoritariamente por la permanencia, pues juzgan que ellos le dijeron sí a la Unión Europea, y ya están pensando en activar otra vez un nuevo mecanismo de referéndum para su independencia del Reino Unido, con su consiguiente adhesión a Europa.   
     Se ha impuesto, pues, la opción abiertamente anti-histórica, aquella que pretende dinamitar el acuerdo comunitario, que le traerá más dolores de cabeza al Reino Unido en todos los terrenos de su vida futura. Por su parte, la UE enfrenta su más grave crisis, que la coloca ante el peligro de que otros Estados puedan seguir el ejemplo británico y terminen desbaratando del todo uno de los proyectos políticos integracionistas más avanzados de los últimos tiempos.

Lima, 25 de junio de 2016.     

         

sábado, 18 de junio de 2016

Salvado por un pelo

     En las elecciones más reñidas de que se tengan memoria en las últimas décadas, el organismo electoral ha dado finalmente su veredicto, después de angustiosos días en que el electorado vivió en ascuas esperando el único resultado que nos salvara de la ignominia y la indecencia: La derrota de la candidata del fujimorismo, cuyo triunfo hubiera significado para el Perú un clarísimo retroceso en términos políticos para la democracia y en términos éticos para la sociedad.
     Luego de confirmado el triunfo del otro candidato, quien por cierto hizo una campaña sosa y desangelada, pero que la gran ola antifujimorista de las últimas semanas logró revertir en su favor, las huestes de la pandilla naranja quedaron mudas de espanto, algo que ya se había prefigurado ante el anuncio de los primeros resultados el mismo domingo al cierre de la votación, cuando un comentarista de televisión, de clara inclinación fujimorista, quedó petrificado en el plató, ante la inquietud y preocupación de sus colegas que optaron por dejarlo respetuosamente en su sopor postraumático.
     La candidata perdedora, sumida en el silencio luego de perfilarse las tendencias en el conteo oficial de los votos, salió para decir que esperaba los resultados finales una vez resueltas las impugnaciones, negándose a reconocer la evidencia de cómo una vez más el pan se le quemaba en las puertas del horno, tal como le sucediera literalmente, con un agudo sentido de la profecía, en la mañana misma de las elecciones en los huachafos y exhibicionistas desayunos electorales, ante la mirada curiosa de los familiares y periodistas que la rodeaban.
     Inmediatamente los fujitrolls inundaron las redes sociales con sus vulgares mensajes de descalificación y ninguneo, encumbrando a su lideresa cual heroína griega que se hubiera enfrentado sola a todos los dioses del Olimpo. Porque la verdad fue precisamente la contraria, que solo la unión de todos los ciudadanos que creemos auténticamente en la democracia, más allá de banderías políticas e ideologías, pudo salvar al Perú de caer en las garras de una banda de mafiosos que en la década infame de los noventa camparon a sus anchas destruyendo todo lo que de decente y civilizado quedaba aún.
     Pero la imagen que graficó en su real dimensión la catadura moral del fujimorismo fue su presentación ante la prensa una vez que los resultados ya eran irreversibles. Acompañada de toda su bancada electa, la Sra. Fujimori leyó un discurso plagado de mentiras y de mezquindades, demostrando su absoluta carencia de talante democrático, achacando a sus opositores la culpa de su derrota, enrostrando a las autoridades su parte en el desaguisado, y lanzando irónicas frases de éxito para el futuro gobierno, en medio de gestos ambiguos y sonrisas impostadas. Como si la investigación por delitos de lavado de activos de su brazo derecho Joaquín Ramírez, encabezada nada menos que por la DEA, o el burdo intento de su candidato a la vicepresidencia José Chlimper de manipular un audio con el fin de desacreditar a un testigo de los turbios manejos del anterior, no fueran suficientes razones para dudar de los buenos deseos de cambio expresados por sus voceros. Es por eso que la frase de Pedro Pablo Kuszynski al final del último debate sonó providencialmente lapidaria: “Tú no has cambiado Pelona”.
     El país se ha salvado esta vez por un pelo, gracias a la comunión de fuerzas de todas las tendencias que creen en los valores de la democracia y los derechos humanos –especialmente destacable fue la posición del Frente Amplio y de su lideresa Verónika Mendoza, demostrando una madurez política sin precedentes–, mas hay algo en lo que no deberíamos bajar la guardia: el monstruo está instalado en nuestro sistema político, tenemos que convivir con él, debemos hacerle frente con las armas que nos franquea la ley y el derecho, arrinconarlo para que en cinco años no vuelva a amenazarnos como ahora. Porque es innegable que su presencia nos va a acompañar por buen tiempo, y si no sabemos hacer bien las cosas, es muy probable que en la próxima ocasión pueda alcanzar lo que tanto tememos. La tarea es ardua, y si hoy nos ha salvado el sistema inmunológico del país, es decir el voto antibiótico, como bien lo dijo el periodista César Hildebrandt, quizás en la próxima oportunidad ello no baste, pues la bestia se habrá hecho inmunorresistente y avasallará implacablemente el organismo nacional.
     El próximo gobierno que se instalará el 28 de julio, a pesar de ello, no nos deja abrigar mayores esperanzas, pues en lo esencial mantendrá las estructuras de política económica que han estado vigentes durante estas últimas décadas, ensanchando las brechas de la desigualdad social y manteniendo casi inalterados los abismos de injusticia en la distribución de la riqueza que han perjudicado a las mayorías de nuestro país. Es decir, el modelo seguirá invariable, tal vez con algunos retoques cosméticos que le den otro cariz, pero de ningún modo un cambio sustancial que es lo que de verdad necesitamos. Sin embargo, el peligro mayor ha pasado, pues con este nuevo gobierno de derecha se podrá por lo menos dialogar, además de no tener un historial de crímenes y latrocinios como impúdicamente exhibía el fujimorismo de siempre, y que le ha significado, para beneplácito del país, una nueva derrota en las urnas. A ver si esta vez aprenden que la soberbia y la autosuficiencia no son las mejores consejeras.

Lima, 18 de junio de 2016.    

     

domingo, 5 de junio de 2016

Oswaldo Reynoso: lámpara incandescente

     Alguna tarde primaveral, mientras dictaba clases de comunicación a un grupo de muchachas que se preparaban para ser maestras de nuestra patria, comentaba, como siempre además lo he hecho, sobre diversas cosas referidas al quehacer cultural del país y del mundo, entre ello noticias y datos sobre las actividades de los hombres y las mujeres que se han consagrado a la expresión de la belleza a través de la palabra, sobre libros y publicaciones que en todas las épocas han enriquecido el ansioso espíritu de generaciones de jóvenes y no tan jóvenes; de pronto, una menuda estudiante levanta la mano y me impetra a bocajarro:
     - Profesor, ¿conoce usted a Oswaldo Reynoso?
     - No –contesté sinceramente–, pero me gustaría conocerlo, pues debe ser agradable conversar con uno de los escritores más notables del Perú. ¿Y por qué me lo preguntas? –agregué entre curioso e intrigado.
     - Porque Oswaldo Reynoso es mi tío –sentenció tajantemente la chica, ante el asombro de sus demás compañeras, y el mío también.
     - No me digas –fue lo primero que atiné a decir–, ¿cómo es posible esta extraña coincidencia, que alguien de esta aula sea precisamente familiar de un autor del que yo hablo en clase?
     Enseguida, nos pasó a explicar los pormenores del parentesco con el gran creador arequipeño, avivando aún más el interés frente a un escritor del que muy poco se había dicho en los libros de texto oficiales de la educación peruana, de alguna manera excluido del banquete pomposo del canon de nuestras letras.
     - Profesor, ¿cuándo es su cumpleaños? –volvió al ataque la vivaz alumna.
     - ¿Y esa pregunta a qué viene? –repliqué algo extrañado.
     - No por algo especial, solo quería saberlo –concluyó, dejándome un relente de preguntas soterradas y especulaciones disparatadas, antes de darle la respuesta.
     - Envíamele mis saludos a tu tío; dile que admiro su trayectoria y su obra, y que alguna vez espero conocerlo –fue el comentario final que hice, acabando así el excepcional diálogo por ese día. Ella prometió llevarle mis saludos e inmediatamente pasamos a otro punto.
     Al cabo de algunas semanas, llegado el día señalado por el calendario para recordar un año más de mi arribo a este mundo, me tocó ingresar nuevamente a su aula para nuestra clase de la semana. A la par que trasponía el umbral del salón y saludaba al grupo de estudiantes, la chica que había dicho que era la sobrina de Oswaldo Reynoso, se acercaba a mí con una bolsa de la que extrajo un paquete que venía envuelto en papel de regalo.
     - Esto me envía mi tío para usted –fue su escueto comentario, al momento que ponía en mis manos el imprevisible presente, sonriendo pícaramente.
     Más sorprendido que nunca, cogí el objeto sopesando su contenido, que al instante reconocí. Se trataba de un libro, que secretamente quise desvelar. Las demás chicas miraban con redoblado asombro lo que sucedía ante sus ojos, azuzándome a desgarrar el papel para exhibir lo que escondía. Cuando les mostré el volumen con la mano en alto, las señoritas trataron de escrutar en mis ojos la reacción que me producía tan inesperado obsequio. Era inevitable no sentir una emoción singular en ese momento, que yo traté de ocultar entre muestras de agradecimiento y palabras espontáneas sobre el gesto del escritor.
     Pero la sorpresa mayor vendría al revisar el libro. Lo primero, el título: Los eunucos inmortales, una de las mayores novelas del autor mistiano, según la crítica reconocida. Lo segundo, la dedicatoria autógrafa que ponía en la primera hoja: “Para Walter Salazar con el afecto y la atención de Oswaldo”, seguida de su firma, fecha y sello. ¡Fantástico! No podía haber regalo más valioso en una fecha que por muchas razones es especialmente simbólica para uno.
     Redoblé mis agradecimientos al escritor por intermedio de su sobrina, guardé el apetecido ejemplar y continuamos con la clase, matizada de tanto en tanto con tiernas referencias al acontecimiento del día y al hecho extraordinario del suceso. No conocía a Oswaldo Reynoso, pero ya tenía algo precioso de él para seguir conociéndolo, después de haber leído Los inocentes, ese libro desafiante y controversial que cayó como un balde de agua helada en la Lima santurrona y pacata de mediados del siglo XX.
     Años después, caminando por el Parque Central de Miraflores, rumbo a la Feria del Libro Ricardo Palma, que todos los años se llevaba a cabo allí, divisé a la distancia una figura que conocía por las imágenes de la prensa y la televisión, una cabeza de abundantes cabellos canos y gruesos lentes de carey. Tras de una mesa con libros, al costado del primer stand de una de las entradas a la feria, Oswaldo Reynoso aguardaba al visitante que luego sería su lector, o a los amigos que de distintas generaciones lo querían por su sencillez y su generosidad. Me acerqué tímidamente y lo abordé, iniciando una breve charla que se remontó a la anécdota del regalo, que yo le describí y que él trató de recordar entre la maraña de su dilatado universo de vivencias.
     Ahora que se ha marchado, su presencia seguirá ardiendo en la memoria de sus agradecidos lectores, como una lámpara incandescente que ilumine el maravilloso camino que la literatura nos tiene reservado a sus fruitivos pupilos.

Lima, 4 de junio de 2016.

      

viernes, 3 de junio de 2016

El otro rostro del fujimorismo (II)

     Ante la proximidad de la segunda vuelta electoral, que definirá al ganador de la Presidencia de la República para el periodo 2016-2021, es urgentísimo advertir sobre el mayor peligro que se cierne sobre la democracia peruana, si la candidata de la dictadura y de la corrupción se ciñe finalmente con la banda presidencial este 28 de julio.
     El fujimorismo es una enfermedad endémica de nuestro cuerpo político, una suerte de cáncer contraído por el organismo nacional en los azarosos años 90, a consecuencia quizás de ciertos desórdenes en la vida económica, social y política del país.
     Votar por K. Fujimori, elevarla o encumbrarla a la Primera Magistratura de la Nación es infligirse, autoinfligirse mejor, uno de los agravios morales más ominosos como sociedad, como colectividad; es ignorar con clamorosa impunidad todo lo que significó el régimen putrefacto de su padre, al que ella sirvió y perteneció, y del cual nunca ha hecho un claro deslinde.
     El Perú es un país enfermo, moral y mentalmente, por lo menos en ese porcentaje inamovible de la población que avala la candidatura de quien representa el trauma más sangriento de la década final del siglo XX; y que se apresta a otorgarle el triunfo a la hija de su violador, simbólicamente hablando. Es decir que, dejándose seducir por caramelos y chocolates –léase dádivas–, se va a entregar nuevamente al verdugo que le infligió el mayor daño moral y psíquico como comunidad.
     Ese cáncer que creíamos curado con las laboriosas quimioterapias del 2000, ha vuelto a rebrotar más furioso y destructor que nunca, haciendo metástasis.
     ¿Es éste un país o una horda de insolentes desmemoriados? ¿Cómo podemos interpretar el hecho evidente de que el congresista más votado sea el hijo del ladrón, cuando hace apenas unas décadas lo era Luis Alberto Sánchez? ¿Hasta qué cimas de deshonra y estulticia nos ha llevado esta gangrena viscosa e infecta?
     Lo que está en juego es el destino ético de nuestro país, que un probable retorno de esa banda de forajidos, que pisotearon todo lo decente durante la década infame, podría terminar convirtiendo en una auténtica satrapía regida por una dinastía purulenta y rebelde.
     ¡Por la puerta grande saldrá el mandamás!, vocifera una de sus adeptas; ¡no necesitamos negociar con la oposición!, pregona uno de sus más cerriles voceros; es decir, ese desprecio congénito por la democracia y todos aquellos valores que encarna un genuino estado de derecho. Se volverán a zurrar en las normas y las leyes. ¿Acaso nadie recuerda lo que sucedió con el Poder Judicial, por poner un ejemplo, en los años turbios del régimen del oprobio? La ignominia toca nuestras puertas, y una mayoría de peruanos se apresta a darles la bienvenida a sus propios verdugos.
     Las últimas revelaciones de claros nexos con el narcotráfico de su secretario general, no sorprenden a quienes están al tanto del sucio historial de esa agrupación en las redes criminales del tráfico de drogas, desde cuando alias “asesor”, gemelo moral del dictador, hacía de las suyas desde los reductos mafiosos del servicio de inteligencia, en tratos delictivos con los abastecedores de los cárteles de la droga que pululaban por nuestra Amazonía. Es casi seguro que la nefanda alianza de la corrupción y el crimen celebrarán sus saturnales de llegar al poder la hija del déspota.
     Qué explicación podemos encontrar para esta deriva autoritaria y delincuencial del poder que la misma población peruana parece dispuesta a consentir sin el menor empacho. Algo no hemos hecho bien para que en estos tres lustros de recuperación de la democracia, hayamos ido cayendo de mal en peor, eligiendo cada vez a lo que con depurado eufemismo llamamos mal menor, hasta llegar al mismo borde del abismo, donde a todas luces terminaremos escogiendo al peor de todos los males, a sabiendas o atrapados en la más cruel inocencia política de todas las que existen.
     ¿Qué perverso gen anida en nuestro ADN nacional para lanzarnos voluntaria y decididamente en manos de la canalla y el lumpen disfrazados de dirigentes políticos? Que algún psicoanalista o psiquiatra nos ayude a descifrar este enrevesado entramado que nos pone al límite de los valores que la ética y la civilización encarnan.

Lima, 28 de mayo de 2016. 

     

Matar un ruiseñor

     Me ha conmocionado profundamente enterarme de la prematura muerte del joven tenor peruano Demsey Caqui Rivera. Una corrosiva y devastadora enfermedad nos lo ha arrebatado inexorablemente, cuando apenas contaba 26 años de edad.
     Dotado de una voz prometedora, dada a conocer desde muy tierna edad, cuando participaba en el coro de la parroquia de su barrio, estudiaba con mucho esfuerzo e interés en el Conservatorio Nacional de Música. Completaba su formación con el maestro Santa María, a cuya casa acudía todos los días después del engorroso trayecto desde su casa en Bayóvar hasta el clasemediero distrito de Jesús María.
     En el año 2012 se hizo acreedor al primer puesto en el concurso de canto lírico convocado por Radio Filarmonía, triunfo que le valió el reconocimiento de la crítica y el apoyo de importantes personalidades del mundo del bel canto. A partir de allí se le abriría una gama prometedora de posibilidades y rumbos que Demsey supo aprovechar, pues sabía que era el camino correcto para hacer realidad su más caro sueño.
     El muchacho, que vivía en un modesto y humilde hogar en el distrito de San Juan de Lurigancho, junto con su madre y su hermana, escaló vertiginosamente hasta llegar, de la mano generosa del siempre invalorable Juan Diego Flórez, a Italia primero y luego a Viena, para perfeccionar su canto en el Conservatorio de la capital mundial de la música.
     Ya instalado en la ciudad europea de la música, junto con la soprano Magdalena Gallo, segundo puesto en el mencionado concurso de la emisora limeña, se le veía feliz y contento recorriendo los pasos necesarios para convertirse en una de las voces más importantes de nuestro cancionero lírico, cuando he ahí que la parca se ha interpuesto en su camino de un modo inoportuno e intruso.
     Una poderosa sensación de injusticia aletea sobre la temprana muerte de Demsey, algo que no alcanzamos a explicar ni comprender cuando una joven vida es segada de esta manera tan abrupta, rauda y brutal del árbol frondoso de la vida. No sé si achacar al destino, al azar, a algún dios maligno o al mismo demonio de lo absurdo el que un talento tan valioso y en proceso de realizarse se haya truncado así, de lo noche a la mañana.
     He buscado alguna explicación que me haga comprender racionalmente este hecho insondable, y evidentemente que no existe, porque sucesos como este se sitúan más allá de toda conjetura lógica. Oscuros designios gobiernan la vida humana, o tal vez el más puro y desnudo azar, el caos atroz que se esconde debajo de estas suntuosas apariencias que la cultura y la civilización han puesto delante de nuestros ojos.
     Lo cierto es que nos hemos quedado petrificados de espanto ante la forma que asume a veces la tragedia en medio de esta comedia humana que nos rodea con su vanidad, su estupidez y su encanto. Ya no nos es lícito imaginarnos un futuro promisorio con la figura del joven tenor conquistando los escenarios más encumbrados del mundo de la lírica, a los que fácilmente hubiese podido acceder por sus propios méritos. La resignación y el paso del tiempo, esas formas edulcoradas del aburrimiento, terminarán por hacernos entender que la realidad es más gris y prosaica de lo que quisiéramos, dejando los deseos  y los sueños confinados en el reino de la fantasía y la quimera.
Lima, 7 de mayo de 2016.    


El bardo, el manco y el inca

     El mes de abril es particularmente pródigo en fechas conmemorativas relacionadas con el mundo de las letras; pero este año es especialmente simbólico, pues tres de los  más grandes creadores de la literatura universal cumplen cuatrocientos años de haber dejado esta vida y adquirido la gloriosa categoría de olímpicos dioses del Parnaso.
     El primero es William Shakespeare, máximo artífice de la lengua inglesa, dramaturgo complejo y profundo, explorador incansable de la psique humana, autor de piezas inmortales del teatro universal. El genio inglés se ha expresado a través de un autor cuya vida está envuelta en una bruma de misterio y leyenda, llegando a extremos de que algunos se permiten dudar inclusive de su existencia, y por lo tanto de su autoría de obras magníficas que hasta nuestros días se siguen escenificando en las salas más diversas de los cinco continentes.
     El segundo es Miguel de Cervantes Saavedra, autor de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, obra cimera de la lengua castellana,  sujeto de numerosos estudios, ensayos e investigaciones, y cuya perspectiva ha ido cambiando con el tiempo, pues al ser una creación que sobrepasa cualquier posibilidad humana, su mensaje se ha metamorfoseado en cada siglo ante los seducidos lectores que en cada generación han encontrado en sus páginas motivos de diversas interpretaciones, constituyéndose en un  libro inagotable e infinito.
     El tercero es Gómez Suárez de Figueroa, más conocido como el Inca Garcilaso de la Vega, escritor mestizo de madre cuzqueña y padre español, símbolo de la confluencia de culturas que se dio en América a raíz de la conquista hispana de estas tierras. Heredero de una riquísima tradición cultural tanto por el lado paterno como por el materno, supo volcar todo este valioso acervo en sus inmarcesibles obras que recogen y rescatan la magnificencia de una civilización que se alzó como una de las más importantes del mundo precolombino.
     La coincidencia de la fecha de sus muertes, los hace hermanarse no solo en los azares del tiempo, sino en el común destino de la trascendencia, conquistada a fuerza del talento y la perseverancia, superando toda clase de adversidades y peripecias para erigirse en modelos emblemáticos de la humanidad. Ni la pobreza y la orfandad, ni el destierro y la cárcel, ni la marginación y el desdén, pudieron abatirse contra estos invencibles colosos de la pluma, que fundieron en fuego inextinguible las pasiones y los sentimientos de sus vidas, la imaginación y los pensamientos de sus espíritus poliédricos y múltiples.

Lima. 23 de abril de 2016.

      

Cinco esquinas: una parábola del poder

     Coincidiendo con su cumpleaños número ochenta, el Nobel peruano nos estrega su flamante novela Cinco esquinas (Alfaguara, 2016), que tiene como escenario la Lima de los años finales del siglo XX, concretamente los Barrios Altos –ese  barrio venido a menos del centro histórico– , cuando imperaba en el país la dictadura disfrazada de democracia del primer presidente japonés que hemos tenido, servido desde las sombras por un siniestro personaje que fungía de asesor pero que en realidad manejaba todos los hilos del gran entramado del poder.
     La historia comienza cuando dos amigas, Chabela y Marisa, pertenecientes a la clase acomodada limeña –una vive en La Rinconada, y la otra en El Golf– tienen un inusitado encuentro erótico en casa de una de ellas, por culpa del toque de queda que regía en la ciudad, debido a las constantes amenazas de los grupos alzados en armas que practicaban métodos terroristas para sus fines políticos, manteniendo en zozobra a una población presa del miedo y la incertidumbre.
     Hay en sus páginas una galería de personajes pintorescos y bien definidos: Rolando Garro, un tipo inescrupuloso que ejerce el periodismo en su versión amarillista; Juan Peineta, un setentón recitador y solitario que vive con su gato en un cuartito de los Barrios Altos; Julieta Leguizamón, alias la Retaquita, fiel discípula y colaboradora de Garro en su semanario Destapes; Enrique Cárdenas, exitoso empresario y próspero minero, marido de Marisa; Luciano Casasbellas, abogado y amigo personal de Enrique, además de marido de Chabela.
     Enrique es víctima de un burdo chantaje por parte de Rolando Garro, quien le lleva un paquete con fotografías comprometedoras en las que aquél aparece participando en una orgía. Luciano se hace cargo del caso y le recomienda tomar algunas medidas, a la par que recurren a entrevistas de alto nivel con el asesor del presidente, en las que participan también miembros de la CONFIEP. Pero el asunto se complica cuando el periodista propone al empresario un negocio: que éste se asocie a la revista con el fin de aumentar su cobertura y otros beneficios para ambos, propuesta que Cárdenas rechaza de plano. A los pocos días, los personajes ven con asombro y estupefacción la nueva edición de Destapes en los quioscos de periódicos, exhibiendo en la portada las escabrosas imágenes materia de las temidas fotografías: Enrique desnudo en una orgía con mujeres de alquiler en Chosica.
     Un día Rolando no aparece en la redacción de la revista, dejando preocupados a todos sus colaboradores, que lo buscan estérilmente por diversos lugares de la ciudad. A los pocos días, la policía llega a la casa de Julieta para llevarla a hacer un reconocimiento: se trata del cadáver de su maestro y guía, asesinado con saña y cuyos restos yacían en la morgue. Pronto, todos se van enterando de la terrible noticia, especulando sobre las razones y los presuntos autores del cruel homicidio.
     Celestino Arguello, el fotógrafo del semanario, poseía los originales de aquellas imágenes de la orgía de Chosica, porque un extranjero le había contratado para la ocasión. Éste desapareció y aquél lo tenía guardado hasta que una premura económica lo obligó a buscarles un fin. Se las lleva a la Retaquita, quien a su vez le sugiere consultarlo con Rolando Garro, el que inmediatamente decide usarlas para chantajear al minero Enrique Cárdenas. Pero este paso lo había dado contraviniendo las órdenes del Doctor, el tenebroso jefe de los servicios de inteligencia del régimen de Fujimori, para quien trabajaba. Esto decidiría su suerte, precipitando su muerte, atribuida oficialmente al recitador Juan Peineta, quien publicaba cartas en todos los medios a su alcance lanzando invectivas y denuestos en contra del periodista por alguna jugarreta que le había hecho en el pasado. El crimen fue ejecutado  por los agentes de la policía secreta que controlaba el Doctor, según testimonio de Willy Rodrigo, un viejo amigo de Ceferino, a quien llama una mañana para hacerle la confesión.
     Al final, una edición extraordinaria de Destapes, del que ahora es directora Julieta Leguizamón –gracias a su reflotamiento por el Doctor, con el fin de convertirla en arma mediática contra los opositores al gobierno de Fujimori–, revela los entresijos del asesinato de Rolando Garro, quedando al descubierto la participación directa del temible Doctor y su banda de sicarios. La duda moral en que se debatía Julieta la hace optar finalmente por el lado más ético y valioso del periodismo, desvelando las ruinas y miserias del poder, prolegómenos de su propio fin.
     Simultáneamente Quique –ya libre de la acusación de la muerte de Garro–, Marisa y Chabela, planean un nuevo viaje reparador a Miami, donde antes habían disfrutado de un singular y sensacional ménage à trois. Pero ahora decide sumarse Luciano, causando el estupor de todos, pues los objetivos de aquellos eran muy especiales, renaciendo a su vez la sospecha de si el abogado sabía de todo ello. Todo termina entre carcajadas de éste y las fingidas palabras de bienvenida de Marisa a pasar unas vacaciones juntos.
     Una entretenida novela que, sin embargo, no está a la altura de las grandes ficciones que Vargas Llosa nos ha regalado a lo largo de su ya larga trayectoria literaria. Hay una sensación de algo impostado, como en una novela de tesis, que el autor quiere hacer calzar con sus postulados sobre la realidad de una época de nuestra historia reciente. Si bien el manejo del lenguaje y la estructura de la novela son impecables, su entramado hecho de sucesos previsibles le resta algo de verosimilitud y espontaneidad a la historia. En fin, podemos perdonarle por esta boutade al insigne escribidor hispano-peruano.

Lima, 18 de abril de 2016.

El sueño kafkiano de América

     Karl Rossmann, un mozalbete de 16 años, llega a Nueva York enviado por sus padres desde Alemania, por haber sido seducido por la criada, Johanna Brummer, una mujer de unos treinta y cinco años. Es el comienzo de América, la primera novela del gran escritor checo Franz Kafka, iniciada en 1912 y publicada fragmentariamente en alguna revista con el título de La condena, pero que luego desarrollaría con más amplitud hasta dejarla trunca, destinándola a la destrucción, como el resto de su obra, de la que fue salvada por su amigo Max Brod, para solaz de los lectores contemporáneos.
    Al llegar al puerto, Karl pierde su baúl, y al bajar a recuperar su paraguas, se encuentra con el fogonero, quien le expone algunas de las injusticias que se cometían contra él. Animado por Karl, los dos se presentan ante los superiores del barco, donde el joven ejerce la defensa del trabajador. Uno de los circunstantes, el “hombre del bastoncillo de bambú”, se revela como Jakob, el tío de Karl. Antes, se ha presentado ante todos Schubal, el jefe del fogonero, en quien recaen las principales quejas de éste. Enseguida, el capitán le informa al inmigrante que su tío es nada menos que el senador Edward Jakob.
     Se va finalmente con el tío, quien ofrece ayudarlo en su  nueva vida en el país de las oportunidades, lo que ahora podría muy bien denominarse como el sueño americano, que para muchos más bien se parece a una pesadilla. Ya en el ámbito del senador, empieza sus clases de inglés y es presentado a ciertos personajes del mundo social que frecuenta su pariente en la sociedad neoyorquina. Uno de éstos lo lleva a practicar equitación, que Karl contempla al principio con agrado pero del que pierde rápidamente el entusiasmo.
     En los capítulos III y IV, hay sendas escenas que describen esa atmósfera, que todos reconocemos ahora como típicamente kafkiana: opresiva, absurda y pesadillesca, propias del mundo de ficción del autor de La metamorfosis. La primera, cuando Karl sale de su habitación en la finca de Pollunder, un amigo de su tío que le había invitado a pasar unos días fuera de la ciudad y de paso conocer a su hija Klara. Después del incidente que tuvo con la joven, totalmente extraño, se encuentra recorriendo pasillos y galerías del inmenso recinto –reminiscencia del castillo de su obra homónima– donde se pierde irremisiblemente, hasta que un criado logra rescatarlo provisto de una linterna.
     La segunda escena discurre al ofrecerse Karl a traer comida para sus dos compañeros de fonda con quienes decide marcharse de Nueva York, luego de recibir la carta donde su tío se desentiende de él. Llega a un restaurante donde hay un ajetreo abigarrado de una muchedumbre en pos de conseguir comida y bebida. La cocinera mayor logrará rescatarlo esta vez. Pronto, se convertirá en ascensorista del Hotel Occidental gracias a los buenos oficios de aquella, una mujer de cincuenta años natural de Viena. También conocerá a Therese, la joven secretaria de la cocinera, con quien entablará amistad.
     Un percance desagradable, la presencia de Robinson –uno de sus compañeros de fonda– al hotel, y el descuido de Karl en el servicio del ascensor por deshacerse del inoportuno visitante, lo enfrentan a un inapelable tribunal conformado por el camarero mayor y el portero mayor, que terminan despidiéndolo sin remilgos. Vagabundea por la ciudad, con persecución de policía y todo, hasta que llega con Robinson a un edificio donde vive Delamarche –el otro compañero de fonda– con Brunelda.
     Los episodios en la obra de Kafka se suceden como en un sueño, están tejidos con la materia con que se construyen esas aventuras oníricas del alma que nos dejan siempre perplejos y alucinados. Hechos absurdos, caprichosos, sorprendentes, dominan la narración de una historia de la conquista de América que termina como el mismo sueño, abrupta y brutalmente, para encararnos decepcionados con una realidad anodina y gris.
     El último capítulo, que es como el colofón de la historia, pues hay una cesura espacio temporal con respecto al capítulo precedente, nos presenta a Karl tratando de encontrar una colocación en una compañía de teatro, para el que tiene que sortear, nuevamente, una serie de situaciones entre disparatadas y cómicas. El sueño de América, señuelo y esperanza de las siguientes generaciones, vislumbrado sombríamente por la mirada escéptica del genio de Praga.

Lima, 02 de abril de 2016.    

     

Una madre espera la muerte

     Al internarse en el mundo de William Faulkner, se siente esa atmósfera típica del misterio y oscuridad que rodean los comienzos de sus historias. Las voces múltiples surgen nuevamente para narrarnos, desde sus diversos puntos de vista, la misma trama. Es lo que sucede en Mientras agonizo (1930), donde Darl, Cora, Jewell y Cash, van alternando sus registros orales en torno al trabajo de este último, que batalla con afán en la confección de un ataúd. Después se irán sumando otras voces, otros ámbitos, que nos darán diferentes perspectivas del único suceso de la novela: la agonía de Addie Bundren, y su deseo inaplazable de ser enterrada en Jefferson, su tierra natal.
     Una madre espera la muerte observando cómo su hijo mayor, Cash, sierra los tableros y clava los clavos de su caja definitiva. Mistress Bundren, la moribunda, a quien los suyos apenas soportaban, según la indiscreta confesión de Cora, contempla su próximo fin mientras sus hijos y Anse, el marido, están en lo suyo. El padre masticando su tabaco en el porche, Dewey Dell abanicándola, y Vardaman, el hijo menor, ha cogido un pez grande que trae a casa ensangrentado y cubierto de polvo.
     Anse llama al médico, Peabody, como nunca lo había hecho, quien sube hasta lo alto de la montaña donde viven los Bundren, asido a una soga que sostiene Anse. Addie muere ante la atónita mirada de Anse y Dewey Dell, mientras Cash sigue serrando en la noche y Vardaman ha corrido a llorar al establo, junto a los caballos y la vaca, a la par que acusa al médico de haber matado a su madre. Es la visión del niño que, en medio de su esquematismo, reduce las cosas a una interpretación binaria del mundo.
     En un ambiente imantado de sombras, los Bundren asumen, cada quien a su manera, la muerte de Addie, así como también lo hace Tull, el esposo de Cora. Mientras Addie agoniza, transcurre la monótona vida campestre, y cuando exhala el último suspiro, todos los afanes se trasladan al cuidado de su entierro y sepultura, sobre todo para cumplir su último deseo de ser llevada a Jefferson. El padre y los hijos sacan la caja y la llevan cuesta abajo. Esta se desliza debido a la desesperación de Jewell.
     La travesía de la familia hacia Jefferson, llevando el ataúd con la difunta, está salpicada de anécdotas e incidentes. En el camino se detienen en lo de Samson, quien les brinda posada, pero ellos prefieren arreglárselas solos, pues son muy orgullosos. “Con las mujeres, nunca se sabe por dónde van a salir”, reflexiona Samson ante la actitud que observa en el grupo de parte de una de ellas. Varios puentes habían sido llevados por la riada, por lo que llegar a Jefferson será para los Bundren una auténtica odisea.
     Al cruzar el río se hunde el ataúd de la madre, y hay un estrépito de gritos, carros volcados y patas de caballos y mulas al aire, tironeados por la desesperación de no perderla. Al fin la recuperan, no sin un despliegue de ímpetus denodados por lograrlo. Asimismo, Jewel y Vernon rescatan las herramientas de Cash, quien a su vez queda malherido.
     El monólogo del reverendo Whitfield es conmovedor, confesando el engaño que perpetraron con Addie en contra de Anse. Los zopilotes sobrevuelan el ataúd. Después de ocho días de camino, el cadáver hedía y espantaba a la gente del pueblo. Las mulas se habían ahogado; el granero se incendia y Jewel salva el ataúd de en medio de las llamas. El pie y la pierna de Cash se iban ennegreciendo; Darl ha enloquecido y se ha marchado en tren a Jackson; el padre se ha puesto la dentadura que tanto ansiaba, y ha presentado a sus hijos a la nueva señora Bundren. Esta vertiginosa sucesión de acontecimientos desembocan en el epílogo de una historia que está saturada de interrogantes y certezas crudas, de escenas enrarecidas por el enigma de los hechos y por sucesos impregnados de una apabullante realidad. Una genuina joya literaria.

Lima, 9 de febrero de 2016.