En una decisión sin precedentes, el Reino
Unido ha decidido abandonar la Unión Europea después de más de cuatro décadas,
en un referéndum convocado el año pasado por el Primer Ministro David Cameron y
celebrado el pasado jueves 23 de junio, por un margen estrecho de votos: 51,9%
frente al 48,1%. Indudablemente que es un hecho histórico, pues nunca antes se
había producido algo semejante.
Cuando el actual Primer Ministro lanzó su
candidatura en el 2013 ofreció como parte de su campaña –para contentar sobre
todo a la facción más derechista de su partido–, la realización de esta
consulta ciudadana, no se habría imaginado tal vez la deriva dramática que iba a tener con los
resultados que ahora han conmocionado al mundo político y financiero de
Occidente. Ante esto no le ha quedado más recurso que dimitir, dejando para
octubre la elección de su sucesor.
Lo
curioso de este fenómeno, que ha mantenido en vilo a la sociedad inglesa
durante los últimos meses, es que las posiciones de cara a la posibilidad de
una salida de su país del proyecto europeo, han situado a ambas orillas de la
campaña a personalidades de los más diversos grupos políticos, más allá de sus
filiaciones partidistas y de sus vertientes ideológicas. Así, mientras de parte
de la permanencia se situaban el propio David Cameron, Primer Ministro
conservador, como el líder opositor
laborista Jeremy Corbyn; en el bando contrario, podíamos hallar al exalcalde de
Londres y prominente político conservador Boris Johnson, al Ministro de
Justicia Michael Gove, y al líder del ultraderechista y nacionalista UKIP
(Partido por la Independencia del Reino Unido), Nigel Farage, probablemente el
verdadero artífice del triunfo.
En el referéndum de 1975, donde se votaba
también por la permanencia o salida de la Comunidad Económica Europea (CCE), el
antecedente inmediato de la Unión Europea, las alineaciones fueron parecidas,
aunque en un sentido ideológico inverso, pues el Primer Ministro era el
laborista Harold Wilson, y la lideresa de la oposición la conservadora Margaret Thatcher, ambos a favor de continuar
en el proyecto europeo. Los comicios se zanjaron por la permanencia, hasta que
un capricho personal de un irresponsable político que solo quería evitarse líos
al interior de su agrupación, ha puesto al filo del abismo el porvenir de toda
una nación.
Pero la campaña ha saltado también a niveles
internacionales, con un Barack Obama y
una Angela Merkel abogando por la permanencia del Reino Unido en la Unión
Europea; y al frente, sintomáticamente, se han alineado personajes como Donald
Trump, el virtual candidato del Partido Republicano a la Presidencia de los
Estados Unidos, y Marine Le Pen, cabeza visible del xenófobo y racista Frente
Nacional de Francia. Eso puede quizás expresar algo del significado de lo que
estaba en juego en el referéndum, porque las implicancias y consecuencias del
mismo son evidentemente más perjudiciales que beneficiosas para un país que
compartía con sus socios del continente una cantidad de prerrogativas que en
los terrenos económicos y políticos, así como sociales, científicos y
culturales concedían a sus ciudadanos mejores posibilidades de vida.
Se trata, a todas luces, de un claro
retroceso histórico, en un mundo que marcha hacia la integración y la abolición
de las fronteras, refrenado, sin embargo, con este asunto de la inmigración,
que ha despertado las alarmas de los movimientos más obtusamente nacionalistas
y racistas de occidente. Pues casi todas las bazas de esta campaña en el Reino
Unido se han depositado en el temor hacia los inmigrantes, azuzado por los
cabecillas de los partidos más retrógrados y reaccionarios de la isla. Como
bien lo expresó en su cuenta de twitter un joven ciudadano inglés al día
siguiente de saberse los resultados, donde escribió que los abuelos han
manifestado que es más fuerte su miedo al extranjero que el amor a sus nietos.
Pues son ellos precisamente, los jóvenes, los que se sienten más decepcionados
e indignados ante esta incomprensible decisión.
Son múltiples las oportunidades y bondades
que se perderán los ingleses, irlandeses, galeses y escoceses, por más que la
Unión Europea no haya estado funcionando como muchos esperaban. Además,
numerosos derechos laborales y sindicales estarán amenazados si ahora quedan al
margen del Tratado de Lisboa y de las políticas de Bruselas. Aparte de los
beneficios educativos, cuya expresión más notoria es el Convenio Erasmus, un
programa de intercambio universitario entre los distintos Estados de la Unión.
Por lo pronto, el desplome de la Bolsa de Londres y la depreciación de la libra
esterlina, son los principales indicadores del desastre económico que se
avecina. El peligro de una fractura política igualmente asecha a partir de lo
que digan en adelante tanto Escocia como Irlanda del Norte, que votaron
mayoritariamente por la permanencia, pues juzgan que ellos le dijeron sí a la
Unión Europea, y ya están pensando en activar otra vez un nuevo mecanismo de
referéndum para su independencia del Reino Unido, con su consiguiente adhesión
a Europa.
Se
ha impuesto, pues, la opción abiertamente anti-histórica, aquella que pretende
dinamitar el acuerdo comunitario, que le traerá más dolores de cabeza al Reino
Unido en todos los terrenos de su vida futura. Por su parte, la UE enfrenta su
más grave crisis, que la coloca ante el peligro de que otros Estados puedan
seguir el ejemplo británico y terminen desbaratando del todo uno de los
proyectos políticos integracionistas más avanzados de los últimos tiempos.
Lima,
25 de junio de 2016.
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