sábado, 25 de junio de 2016

Reino Unido vota por el Brexit

     En una decisión sin precedentes, el Reino Unido ha decidido abandonar la Unión Europea después de más de cuatro décadas, en un referéndum convocado el año pasado por el Primer Ministro David Cameron y celebrado el pasado jueves 23 de junio, por un margen estrecho de votos: 51,9% frente al 48,1%. Indudablemente que es un hecho histórico, pues nunca antes se había producido algo semejante.
     Cuando el actual Primer Ministro lanzó su candidatura en el 2013 ofreció como parte de su campaña –para contentar sobre todo a la facción más derechista de su partido–, la realización de esta consulta ciudadana, no se habría imaginado tal vez  la deriva dramática que iba a tener con los resultados que ahora han conmocionado al mundo político y financiero de Occidente. Ante esto no le ha quedado más recurso que dimitir, dejando para octubre la elección de su sucesor.
     Lo curioso de este fenómeno, que ha mantenido en vilo a la sociedad inglesa durante los últimos meses, es que las posiciones de cara a la posibilidad de una salida de su país del proyecto europeo, han situado a ambas orillas de la campaña a personalidades de los más diversos grupos políticos, más allá de sus filiaciones partidistas y de sus vertientes ideológicas. Así, mientras de parte de la permanencia se situaban el propio David Cameron, Primer Ministro conservador,  como el líder opositor laborista Jeremy Corbyn; en el bando contrario, podíamos hallar al exalcalde de Londres y prominente político conservador Boris Johnson, al Ministro de Justicia Michael Gove, y al líder del ultraderechista y nacionalista UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido), Nigel Farage, probablemente el verdadero artífice del triunfo.
     En el referéndum de 1975, donde se votaba también por la permanencia o salida de la Comunidad Económica Europea (CCE), el antecedente inmediato de la Unión Europea, las alineaciones fueron parecidas, aunque en un sentido ideológico inverso, pues el Primer Ministro era el laborista Harold Wilson, y la lideresa de la oposición la conservadora  Margaret Thatcher, ambos a favor de continuar en el proyecto europeo. Los comicios se zanjaron por la permanencia, hasta que un capricho personal de un irresponsable político que solo quería evitarse líos al interior de su agrupación, ha puesto al filo del abismo el porvenir de toda una nación.  
     Pero la campaña ha saltado también a niveles  internacionales, con un Barack Obama y una Angela Merkel abogando por la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea; y al frente, sintomáticamente, se han alineado personajes como Donald Trump, el virtual candidato del Partido Republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, y Marine Le Pen, cabeza visible del xenófobo y racista Frente Nacional de Francia. Eso puede quizás expresar algo del significado de lo que estaba en juego en el referéndum, porque las implicancias y consecuencias del mismo son evidentemente más perjudiciales que beneficiosas para un país que compartía con sus socios del continente una cantidad de prerrogativas que en los terrenos económicos y políticos, así como sociales, científicos y culturales concedían a sus ciudadanos mejores posibilidades de vida.
     Se trata, a todas luces, de un claro retroceso histórico, en un mundo que marcha hacia la integración y la abolición de las fronteras, refrenado, sin embargo, con este asunto de la inmigración, que ha despertado las alarmas de los movimientos más obtusamente nacionalistas y racistas de occidente. Pues casi todas las bazas de esta campaña en el Reino Unido se han depositado en el temor hacia los inmigrantes, azuzado por los cabecillas de los partidos más retrógrados y reaccionarios de la isla. Como bien lo expresó en su cuenta de twitter un joven ciudadano inglés al día siguiente de saberse los resultados, donde escribió que los abuelos han manifestado que es más fuerte su miedo al extranjero que el amor a sus nietos. Pues son ellos precisamente, los jóvenes, los que se sienten más decepcionados e indignados ante esta incomprensible decisión.
     Son múltiples las oportunidades y bondades que se perderán los ingleses, irlandeses, galeses y escoceses, por más que la Unión Europea no haya estado funcionando como muchos esperaban. Además, numerosos derechos laborales y sindicales estarán amenazados si ahora quedan al margen del Tratado de Lisboa y de las políticas de Bruselas. Aparte de los beneficios educativos, cuya expresión más notoria es el Convenio Erasmus, un programa de intercambio universitario entre los distintos Estados de la Unión. Por lo pronto, el desplome de la Bolsa de Londres y la depreciación de la libra esterlina, son los principales indicadores del desastre económico que se avecina. El peligro de una fractura política igualmente asecha a partir de lo que digan en adelante tanto Escocia como Irlanda del Norte, que votaron mayoritariamente por la permanencia, pues juzgan que ellos le dijeron sí a la Unión Europea, y ya están pensando en activar otra vez un nuevo mecanismo de referéndum para su independencia del Reino Unido, con su consiguiente adhesión a Europa.   
     Se ha impuesto, pues, la opción abiertamente anti-histórica, aquella que pretende dinamitar el acuerdo comunitario, que le traerá más dolores de cabeza al Reino Unido en todos los terrenos de su vida futura. Por su parte, la UE enfrenta su más grave crisis, que la coloca ante el peligro de que otros Estados puedan seguir el ejemplo británico y terminen desbaratando del todo uno de los proyectos políticos integracionistas más avanzados de los últimos tiempos.

Lima, 25 de junio de 2016.     

         

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