Coincidiendo con su cumpleaños número
ochenta, el Nobel peruano nos estrega su flamante novela Cinco esquinas
(Alfaguara, 2016), que tiene como escenario la Lima de los años finales del
siglo XX, concretamente los Barrios Altos –ese
barrio venido a menos del centro histórico– , cuando imperaba en el país
la dictadura disfrazada de democracia del primer presidente japonés que hemos
tenido, servido desde las sombras por un siniestro personaje que fungía de
asesor pero que en realidad manejaba todos los hilos del gran entramado del
poder.
La historia comienza cuando dos amigas,
Chabela y Marisa, pertenecientes a la clase acomodada limeña –una vive en La
Rinconada, y la otra en El Golf– tienen un inusitado encuentro erótico en casa
de una de ellas, por culpa del toque de queda que regía en la ciudad, debido a
las constantes amenazas de los grupos alzados en armas que practicaban métodos
terroristas para sus fines políticos, manteniendo en zozobra a una población
presa del miedo y la incertidumbre.
Hay en sus páginas una galería de
personajes pintorescos y bien definidos: Rolando Garro, un tipo inescrupuloso
que ejerce el periodismo en su versión amarillista; Juan Peineta, un setentón
recitador y solitario que vive con su gato en un cuartito de los Barrios Altos;
Julieta Leguizamón, alias la Retaquita, fiel discípula y colaboradora de Garro
en su semanario Destapes; Enrique
Cárdenas, exitoso empresario y próspero minero, marido de Marisa; Luciano
Casasbellas, abogado y amigo personal de Enrique, además de marido de Chabela.
Enrique es víctima de un burdo chantaje
por parte de Rolando Garro, quien le lleva un paquete con fotografías
comprometedoras en las que aquél aparece participando en una orgía. Luciano se
hace cargo del caso y le recomienda tomar algunas medidas, a la par que
recurren a entrevistas de alto nivel con el asesor del presidente, en las que
participan también miembros de la CONFIEP. Pero el asunto se complica cuando el
periodista propone al empresario un negocio: que éste se asocie a la revista
con el fin de aumentar su cobertura y otros beneficios para ambos, propuesta
que Cárdenas rechaza de plano. A los pocos días, los personajes ven con asombro
y estupefacción la nueva edición de Destapes
en los quioscos de periódicos, exhibiendo en la portada las escabrosas imágenes
materia de las temidas fotografías: Enrique desnudo en una orgía con mujeres de
alquiler en Chosica.
Un día Rolando no aparece en la redacción
de la revista, dejando preocupados a todos sus colaboradores, que lo buscan
estérilmente por diversos lugares de la ciudad. A los pocos días, la policía
llega a la casa de Julieta para llevarla a hacer un reconocimiento: se trata
del cadáver de su maestro y guía, asesinado con saña y cuyos restos yacían en
la morgue. Pronto, todos se van enterando de la terrible noticia, especulando
sobre las razones y los presuntos autores del cruel homicidio.
Celestino Arguello, el fotógrafo del
semanario, poseía los originales de aquellas imágenes de la orgía de Chosica,
porque un extranjero le había contratado para la ocasión. Éste desapareció y
aquél lo tenía guardado hasta que una premura económica lo obligó a buscarles
un fin. Se las lleva a la Retaquita, quien a su vez le sugiere consultarlo con
Rolando Garro, el que inmediatamente decide usarlas para chantajear al minero
Enrique Cárdenas. Pero este paso lo había dado contraviniendo las órdenes del
Doctor, el tenebroso jefe de los servicios de inteligencia del régimen de
Fujimori, para quien trabajaba. Esto decidiría su suerte, precipitando su
muerte, atribuida oficialmente al recitador Juan Peineta, quien publicaba
cartas en todos los medios a su alcance lanzando invectivas y denuestos en
contra del periodista por alguna jugarreta que le había hecho en el pasado. El
crimen fue ejecutado por los agentes de
la policía secreta que controlaba el Doctor, según testimonio de Willy Rodrigo,
un viejo amigo de Ceferino, a quien llama una mañana para hacerle la confesión.
Al final, una edición extraordinaria de Destapes, del que ahora es directora
Julieta Leguizamón –gracias a su reflotamiento por el Doctor, con el fin de
convertirla en arma mediática contra los opositores al gobierno de Fujimori–,
revela los entresijos del asesinato de Rolando Garro, quedando al descubierto
la participación directa del temible Doctor y su banda de sicarios. La duda
moral en que se debatía Julieta la hace optar finalmente por el lado más ético
y valioso del periodismo, desvelando las ruinas y miserias del poder,
prolegómenos de su propio fin.
Simultáneamente Quique –ya libre de la
acusación de la muerte de Garro–, Marisa y Chabela, planean un nuevo viaje
reparador a Miami, donde antes habían disfrutado de un singular y sensacional ménage à trois. Pero ahora decide
sumarse Luciano, causando el estupor de todos, pues los objetivos de aquellos
eran muy especiales, renaciendo a su vez la sospecha de si el abogado sabía de
todo ello. Todo termina entre carcajadas de éste y las fingidas palabras de
bienvenida de Marisa a pasar unas vacaciones juntos.
Una entretenida novela que, sin embargo,
no está a la altura de las grandes ficciones que Vargas Llosa nos ha regalado a
lo largo de su ya larga trayectoria literaria. Hay una sensación de algo
impostado, como en una novela de tesis, que el autor quiere hacer calzar con
sus postulados sobre la realidad de una época de nuestra historia reciente. Si
bien el manejo del lenguaje y la estructura de la novela son impecables, su
entramado hecho de sucesos previsibles le resta algo de verosimilitud y
espontaneidad a la historia. En fin, podemos perdonarle por esta boutade al insigne escribidor
hispano-peruano.
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