Karl Rossmann, un mozalbete de 16 años,
llega a Nueva York enviado por sus padres desde Alemania, por haber sido
seducido por la criada, Johanna Brummer, una mujer de unos treinta y cinco
años. Es el comienzo de América, la
primera novela del gran escritor checo Franz Kafka, iniciada en 1912 y
publicada fragmentariamente en alguna revista con el título de La condena, pero que luego desarrollaría
con más amplitud hasta dejarla trunca, destinándola a la destrucción, como el
resto de su obra, de la que fue salvada por su amigo Max Brod, para solaz de
los lectores contemporáneos.
Al llegar al puerto, Karl pierde su baúl, y
al bajar a recuperar su paraguas, se encuentra con el fogonero, quien le expone
algunas de las injusticias que se cometían contra él. Animado por Karl, los dos
se presentan ante los superiores del barco, donde el joven ejerce la defensa
del trabajador. Uno de los circunstantes, el “hombre del bastoncillo de bambú”,
se revela como Jakob, el tío de Karl. Antes, se ha presentado ante todos
Schubal, el jefe del fogonero, en quien recaen las principales quejas de éste.
Enseguida, el capitán le informa al inmigrante que su tío es nada menos que el
senador Edward Jakob.
Se va finalmente con el tío, quien ofrece
ayudarlo en su nueva vida en el país de
las oportunidades, lo que ahora podría muy bien denominarse como el sueño
americano, que para muchos más bien se parece a una pesadilla. Ya en el ámbito
del senador, empieza sus clases de inglés y es presentado a ciertos personajes
del mundo social que frecuenta su pariente en la sociedad neoyorquina. Uno de
éstos lo lleva a practicar equitación, que Karl contempla al principio con
agrado pero del que pierde rápidamente el entusiasmo.
En los capítulos III y IV, hay sendas
escenas que describen esa atmósfera, que todos reconocemos ahora como
típicamente kafkiana: opresiva, absurda y pesadillesca, propias del mundo de
ficción del autor de La metamorfosis.
La primera, cuando Karl sale de su habitación en la finca de Pollunder, un
amigo de su tío que le había invitado a pasar unos días fuera de la ciudad y de
paso conocer a su hija Klara. Después del incidente que tuvo con la joven,
totalmente extraño, se encuentra recorriendo pasillos y galerías del inmenso
recinto –reminiscencia del castillo de su obra homónima– donde se pierde
irremisiblemente, hasta que un criado logra rescatarlo provisto de una
linterna.
La
segunda escena discurre al ofrecerse Karl a traer comida para sus dos compañeros
de fonda con quienes decide marcharse de Nueva York, luego de recibir la carta
donde su tío se desentiende de él. Llega a un restaurante donde hay un ajetreo
abigarrado de una muchedumbre en pos de conseguir comida y bebida. La cocinera
mayor logrará rescatarlo esta vez. Pronto, se convertirá en ascensorista del
Hotel Occidental gracias a los buenos oficios de aquella, una mujer de
cincuenta años natural de Viena. También conocerá a Therese, la joven
secretaria de la cocinera, con quien entablará amistad.
Un percance desagradable, la presencia de
Robinson –uno de sus compañeros de fonda– al hotel, y el descuido de Karl en el
servicio del ascensor por deshacerse del inoportuno visitante, lo enfrentan a
un inapelable tribunal conformado por el camarero mayor y el portero mayor, que
terminan despidiéndolo sin remilgos. Vagabundea por la ciudad, con persecución
de policía y todo, hasta que llega con Robinson a un edificio donde vive
Delamarche –el otro compañero de fonda– con Brunelda.
Los episodios en la obra de Kafka se
suceden como en un sueño, están tejidos con la materia con que se construyen
esas aventuras oníricas del alma que nos dejan siempre perplejos y alucinados.
Hechos absurdos, caprichosos, sorprendentes, dominan la narración de una
historia de la conquista de América que termina como el mismo sueño, abrupta y brutalmente,
para encararnos decepcionados con una realidad anodina y gris.
El último capítulo, que es como el colofón
de la historia, pues hay una cesura espacio temporal con respecto al capítulo
precedente, nos presenta a Karl tratando de encontrar una colocación en una
compañía de teatro, para el que tiene que sortear, nuevamente, una serie de
situaciones entre disparatadas y cómicas. El sueño de América, señuelo y esperanza
de las siguientes generaciones, vislumbrado sombríamente por la mirada
escéptica del genio de Praga.
Lima,
02 de abril de 2016.
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