viernes, 3 de junio de 2016

El sueño kafkiano de América

     Karl Rossmann, un mozalbete de 16 años, llega a Nueva York enviado por sus padres desde Alemania, por haber sido seducido por la criada, Johanna Brummer, una mujer de unos treinta y cinco años. Es el comienzo de América, la primera novela del gran escritor checo Franz Kafka, iniciada en 1912 y publicada fragmentariamente en alguna revista con el título de La condena, pero que luego desarrollaría con más amplitud hasta dejarla trunca, destinándola a la destrucción, como el resto de su obra, de la que fue salvada por su amigo Max Brod, para solaz de los lectores contemporáneos.
    Al llegar al puerto, Karl pierde su baúl, y al bajar a recuperar su paraguas, se encuentra con el fogonero, quien le expone algunas de las injusticias que se cometían contra él. Animado por Karl, los dos se presentan ante los superiores del barco, donde el joven ejerce la defensa del trabajador. Uno de los circunstantes, el “hombre del bastoncillo de bambú”, se revela como Jakob, el tío de Karl. Antes, se ha presentado ante todos Schubal, el jefe del fogonero, en quien recaen las principales quejas de éste. Enseguida, el capitán le informa al inmigrante que su tío es nada menos que el senador Edward Jakob.
     Se va finalmente con el tío, quien ofrece ayudarlo en su  nueva vida en el país de las oportunidades, lo que ahora podría muy bien denominarse como el sueño americano, que para muchos más bien se parece a una pesadilla. Ya en el ámbito del senador, empieza sus clases de inglés y es presentado a ciertos personajes del mundo social que frecuenta su pariente en la sociedad neoyorquina. Uno de éstos lo lleva a practicar equitación, que Karl contempla al principio con agrado pero del que pierde rápidamente el entusiasmo.
     En los capítulos III y IV, hay sendas escenas que describen esa atmósfera, que todos reconocemos ahora como típicamente kafkiana: opresiva, absurda y pesadillesca, propias del mundo de ficción del autor de La metamorfosis. La primera, cuando Karl sale de su habitación en la finca de Pollunder, un amigo de su tío que le había invitado a pasar unos días fuera de la ciudad y de paso conocer a su hija Klara. Después del incidente que tuvo con la joven, totalmente extraño, se encuentra recorriendo pasillos y galerías del inmenso recinto –reminiscencia del castillo de su obra homónima– donde se pierde irremisiblemente, hasta que un criado logra rescatarlo provisto de una linterna.
     La segunda escena discurre al ofrecerse Karl a traer comida para sus dos compañeros de fonda con quienes decide marcharse de Nueva York, luego de recibir la carta donde su tío se desentiende de él. Llega a un restaurante donde hay un ajetreo abigarrado de una muchedumbre en pos de conseguir comida y bebida. La cocinera mayor logrará rescatarlo esta vez. Pronto, se convertirá en ascensorista del Hotel Occidental gracias a los buenos oficios de aquella, una mujer de cincuenta años natural de Viena. También conocerá a Therese, la joven secretaria de la cocinera, con quien entablará amistad.
     Un percance desagradable, la presencia de Robinson –uno de sus compañeros de fonda– al hotel, y el descuido de Karl en el servicio del ascensor por deshacerse del inoportuno visitante, lo enfrentan a un inapelable tribunal conformado por el camarero mayor y el portero mayor, que terminan despidiéndolo sin remilgos. Vagabundea por la ciudad, con persecución de policía y todo, hasta que llega con Robinson a un edificio donde vive Delamarche –el otro compañero de fonda– con Brunelda.
     Los episodios en la obra de Kafka se suceden como en un sueño, están tejidos con la materia con que se construyen esas aventuras oníricas del alma que nos dejan siempre perplejos y alucinados. Hechos absurdos, caprichosos, sorprendentes, dominan la narración de una historia de la conquista de América que termina como el mismo sueño, abrupta y brutalmente, para encararnos decepcionados con una realidad anodina y gris.
     El último capítulo, que es como el colofón de la historia, pues hay una cesura espacio temporal con respecto al capítulo precedente, nos presenta a Karl tratando de encontrar una colocación en una compañía de teatro, para el que tiene que sortear, nuevamente, una serie de situaciones entre disparatadas y cómicas. El sueño de América, señuelo y esperanza de las siguientes generaciones, vislumbrado sombríamente por la mirada escéptica del genio de Praga.

Lima, 02 de abril de 2016.    

     

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