sábado, 18 de junio de 2016

Salvado por un pelo

     En las elecciones más reñidas de que se tengan memoria en las últimas décadas, el organismo electoral ha dado finalmente su veredicto, después de angustiosos días en que el electorado vivió en ascuas esperando el único resultado que nos salvara de la ignominia y la indecencia: La derrota de la candidata del fujimorismo, cuyo triunfo hubiera significado para el Perú un clarísimo retroceso en términos políticos para la democracia y en términos éticos para la sociedad.
     Luego de confirmado el triunfo del otro candidato, quien por cierto hizo una campaña sosa y desangelada, pero que la gran ola antifujimorista de las últimas semanas logró revertir en su favor, las huestes de la pandilla naranja quedaron mudas de espanto, algo que ya se había prefigurado ante el anuncio de los primeros resultados el mismo domingo al cierre de la votación, cuando un comentarista de televisión, de clara inclinación fujimorista, quedó petrificado en el plató, ante la inquietud y preocupación de sus colegas que optaron por dejarlo respetuosamente en su sopor postraumático.
     La candidata perdedora, sumida en el silencio luego de perfilarse las tendencias en el conteo oficial de los votos, salió para decir que esperaba los resultados finales una vez resueltas las impugnaciones, negándose a reconocer la evidencia de cómo una vez más el pan se le quemaba en las puertas del horno, tal como le sucediera literalmente, con un agudo sentido de la profecía, en la mañana misma de las elecciones en los huachafos y exhibicionistas desayunos electorales, ante la mirada curiosa de los familiares y periodistas que la rodeaban.
     Inmediatamente los fujitrolls inundaron las redes sociales con sus vulgares mensajes de descalificación y ninguneo, encumbrando a su lideresa cual heroína griega que se hubiera enfrentado sola a todos los dioses del Olimpo. Porque la verdad fue precisamente la contraria, que solo la unión de todos los ciudadanos que creemos auténticamente en la democracia, más allá de banderías políticas e ideologías, pudo salvar al Perú de caer en las garras de una banda de mafiosos que en la década infame de los noventa camparon a sus anchas destruyendo todo lo que de decente y civilizado quedaba aún.
     Pero la imagen que graficó en su real dimensión la catadura moral del fujimorismo fue su presentación ante la prensa una vez que los resultados ya eran irreversibles. Acompañada de toda su bancada electa, la Sra. Fujimori leyó un discurso plagado de mentiras y de mezquindades, demostrando su absoluta carencia de talante democrático, achacando a sus opositores la culpa de su derrota, enrostrando a las autoridades su parte en el desaguisado, y lanzando irónicas frases de éxito para el futuro gobierno, en medio de gestos ambiguos y sonrisas impostadas. Como si la investigación por delitos de lavado de activos de su brazo derecho Joaquín Ramírez, encabezada nada menos que por la DEA, o el burdo intento de su candidato a la vicepresidencia José Chlimper de manipular un audio con el fin de desacreditar a un testigo de los turbios manejos del anterior, no fueran suficientes razones para dudar de los buenos deseos de cambio expresados por sus voceros. Es por eso que la frase de Pedro Pablo Kuszynski al final del último debate sonó providencialmente lapidaria: “Tú no has cambiado Pelona”.
     El país se ha salvado esta vez por un pelo, gracias a la comunión de fuerzas de todas las tendencias que creen en los valores de la democracia y los derechos humanos –especialmente destacable fue la posición del Frente Amplio y de su lideresa Verónika Mendoza, demostrando una madurez política sin precedentes–, mas hay algo en lo que no deberíamos bajar la guardia: el monstruo está instalado en nuestro sistema político, tenemos que convivir con él, debemos hacerle frente con las armas que nos franquea la ley y el derecho, arrinconarlo para que en cinco años no vuelva a amenazarnos como ahora. Porque es innegable que su presencia nos va a acompañar por buen tiempo, y si no sabemos hacer bien las cosas, es muy probable que en la próxima ocasión pueda alcanzar lo que tanto tememos. La tarea es ardua, y si hoy nos ha salvado el sistema inmunológico del país, es decir el voto antibiótico, como bien lo dijo el periodista César Hildebrandt, quizás en la próxima oportunidad ello no baste, pues la bestia se habrá hecho inmunorresistente y avasallará implacablemente el organismo nacional.
     El próximo gobierno que se instalará el 28 de julio, a pesar de ello, no nos deja abrigar mayores esperanzas, pues en lo esencial mantendrá las estructuras de política económica que han estado vigentes durante estas últimas décadas, ensanchando las brechas de la desigualdad social y manteniendo casi inalterados los abismos de injusticia en la distribución de la riqueza que han perjudicado a las mayorías de nuestro país. Es decir, el modelo seguirá invariable, tal vez con algunos retoques cosméticos que le den otro cariz, pero de ningún modo un cambio sustancial que es lo que de verdad necesitamos. Sin embargo, el peligro mayor ha pasado, pues con este nuevo gobierno de derecha se podrá por lo menos dialogar, además de no tener un historial de crímenes y latrocinios como impúdicamente exhibía el fujimorismo de siempre, y que le ha significado, para beneplácito del país, una nueva derrota en las urnas. A ver si esta vez aprenden que la soberbia y la autosuficiencia no son las mejores consejeras.

Lima, 18 de junio de 2016.    

     

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