viernes, 3 de junio de 2016

Matar un ruiseñor

     Me ha conmocionado profundamente enterarme de la prematura muerte del joven tenor peruano Demsey Caqui Rivera. Una corrosiva y devastadora enfermedad nos lo ha arrebatado inexorablemente, cuando apenas contaba 26 años de edad.
     Dotado de una voz prometedora, dada a conocer desde muy tierna edad, cuando participaba en el coro de la parroquia de su barrio, estudiaba con mucho esfuerzo e interés en el Conservatorio Nacional de Música. Completaba su formación con el maestro Santa María, a cuya casa acudía todos los días después del engorroso trayecto desde su casa en Bayóvar hasta el clasemediero distrito de Jesús María.
     En el año 2012 se hizo acreedor al primer puesto en el concurso de canto lírico convocado por Radio Filarmonía, triunfo que le valió el reconocimiento de la crítica y el apoyo de importantes personalidades del mundo del bel canto. A partir de allí se le abriría una gama prometedora de posibilidades y rumbos que Demsey supo aprovechar, pues sabía que era el camino correcto para hacer realidad su más caro sueño.
     El muchacho, que vivía en un modesto y humilde hogar en el distrito de San Juan de Lurigancho, junto con su madre y su hermana, escaló vertiginosamente hasta llegar, de la mano generosa del siempre invalorable Juan Diego Flórez, a Italia primero y luego a Viena, para perfeccionar su canto en el Conservatorio de la capital mundial de la música.
     Ya instalado en la ciudad europea de la música, junto con la soprano Magdalena Gallo, segundo puesto en el mencionado concurso de la emisora limeña, se le veía feliz y contento recorriendo los pasos necesarios para convertirse en una de las voces más importantes de nuestro cancionero lírico, cuando he ahí que la parca se ha interpuesto en su camino de un modo inoportuno e intruso.
     Una poderosa sensación de injusticia aletea sobre la temprana muerte de Demsey, algo que no alcanzamos a explicar ni comprender cuando una joven vida es segada de esta manera tan abrupta, rauda y brutal del árbol frondoso de la vida. No sé si achacar al destino, al azar, a algún dios maligno o al mismo demonio de lo absurdo el que un talento tan valioso y en proceso de realizarse se haya truncado así, de lo noche a la mañana.
     He buscado alguna explicación que me haga comprender racionalmente este hecho insondable, y evidentemente que no existe, porque sucesos como este se sitúan más allá de toda conjetura lógica. Oscuros designios gobiernan la vida humana, o tal vez el más puro y desnudo azar, el caos atroz que se esconde debajo de estas suntuosas apariencias que la cultura y la civilización han puesto delante de nuestros ojos.
     Lo cierto es que nos hemos quedado petrificados de espanto ante la forma que asume a veces la tragedia en medio de esta comedia humana que nos rodea con su vanidad, su estupidez y su encanto. Ya no nos es lícito imaginarnos un futuro promisorio con la figura del joven tenor conquistando los escenarios más encumbrados del mundo de la lírica, a los que fácilmente hubiese podido acceder por sus propios méritos. La resignación y el paso del tiempo, esas formas edulcoradas del aburrimiento, terminarán por hacernos entender que la realidad es más gris y prosaica de lo que quisiéramos, dejando los deseos  y los sueños confinados en el reino de la fantasía y la quimera.
Lima, 7 de mayo de 2016.    


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