viernes, 3 de junio de 2016

El otro rostro del fujimorismo (II)

     Ante la proximidad de la segunda vuelta electoral, que definirá al ganador de la Presidencia de la República para el periodo 2016-2021, es urgentísimo advertir sobre el mayor peligro que se cierne sobre la democracia peruana, si la candidata de la dictadura y de la corrupción se ciñe finalmente con la banda presidencial este 28 de julio.
     El fujimorismo es una enfermedad endémica de nuestro cuerpo político, una suerte de cáncer contraído por el organismo nacional en los azarosos años 90, a consecuencia quizás de ciertos desórdenes en la vida económica, social y política del país.
     Votar por K. Fujimori, elevarla o encumbrarla a la Primera Magistratura de la Nación es infligirse, autoinfligirse mejor, uno de los agravios morales más ominosos como sociedad, como colectividad; es ignorar con clamorosa impunidad todo lo que significó el régimen putrefacto de su padre, al que ella sirvió y perteneció, y del cual nunca ha hecho un claro deslinde.
     El Perú es un país enfermo, moral y mentalmente, por lo menos en ese porcentaje inamovible de la población que avala la candidatura de quien representa el trauma más sangriento de la década final del siglo XX; y que se apresta a otorgarle el triunfo a la hija de su violador, simbólicamente hablando. Es decir que, dejándose seducir por caramelos y chocolates –léase dádivas–, se va a entregar nuevamente al verdugo que le infligió el mayor daño moral y psíquico como comunidad.
     Ese cáncer que creíamos curado con las laboriosas quimioterapias del 2000, ha vuelto a rebrotar más furioso y destructor que nunca, haciendo metástasis.
     ¿Es éste un país o una horda de insolentes desmemoriados? ¿Cómo podemos interpretar el hecho evidente de que el congresista más votado sea el hijo del ladrón, cuando hace apenas unas décadas lo era Luis Alberto Sánchez? ¿Hasta qué cimas de deshonra y estulticia nos ha llevado esta gangrena viscosa e infecta?
     Lo que está en juego es el destino ético de nuestro país, que un probable retorno de esa banda de forajidos, que pisotearon todo lo decente durante la década infame, podría terminar convirtiendo en una auténtica satrapía regida por una dinastía purulenta y rebelde.
     ¡Por la puerta grande saldrá el mandamás!, vocifera una de sus adeptas; ¡no necesitamos negociar con la oposición!, pregona uno de sus más cerriles voceros; es decir, ese desprecio congénito por la democracia y todos aquellos valores que encarna un genuino estado de derecho. Se volverán a zurrar en las normas y las leyes. ¿Acaso nadie recuerda lo que sucedió con el Poder Judicial, por poner un ejemplo, en los años turbios del régimen del oprobio? La ignominia toca nuestras puertas, y una mayoría de peruanos se apresta a darles la bienvenida a sus propios verdugos.
     Las últimas revelaciones de claros nexos con el narcotráfico de su secretario general, no sorprenden a quienes están al tanto del sucio historial de esa agrupación en las redes criminales del tráfico de drogas, desde cuando alias “asesor”, gemelo moral del dictador, hacía de las suyas desde los reductos mafiosos del servicio de inteligencia, en tratos delictivos con los abastecedores de los cárteles de la droga que pululaban por nuestra Amazonía. Es casi seguro que la nefanda alianza de la corrupción y el crimen celebrarán sus saturnales de llegar al poder la hija del déspota.
     Qué explicación podemos encontrar para esta deriva autoritaria y delincuencial del poder que la misma población peruana parece dispuesta a consentir sin el menor empacho. Algo no hemos hecho bien para que en estos tres lustros de recuperación de la democracia, hayamos ido cayendo de mal en peor, eligiendo cada vez a lo que con depurado eufemismo llamamos mal menor, hasta llegar al mismo borde del abismo, donde a todas luces terminaremos escogiendo al peor de todos los males, a sabiendas o atrapados en la más cruel inocencia política de todas las que existen.
     ¿Qué perverso gen anida en nuestro ADN nacional para lanzarnos voluntaria y decididamente en manos de la canalla y el lumpen disfrazados de dirigentes políticos? Que algún psicoanalista o psiquiatra nos ayude a descifrar este enrevesado entramado que nos pone al límite de los valores que la ética y la civilización encarnan.

Lima, 28 de mayo de 2016. 

     

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