Alguna tarde primaveral, mientras
dictaba clases de comunicación a un grupo de muchachas que se preparaban para
ser maestras de nuestra patria, comentaba, como siempre además lo he hecho,
sobre diversas cosas referidas al quehacer cultural del país y del mundo, entre
ello noticias y datos sobre las actividades de los hombres y las mujeres que se
han consagrado a la expresión de la belleza a través de la palabra, sobre
libros y publicaciones que en todas las épocas han enriquecido el ansioso
espíritu de generaciones de jóvenes y no tan jóvenes; de pronto, una menuda
estudiante levanta la mano y me impetra a bocajarro:
- Profesor, ¿conoce usted a Oswaldo
Reynoso?
- No –contesté sinceramente–, pero me
gustaría conocerlo, pues debe ser agradable conversar con uno de los escritores
más notables del Perú. ¿Y por qué me lo preguntas? –agregué entre curioso e
intrigado.
- Porque Oswaldo Reynoso es mi tío
–sentenció tajantemente la chica, ante el asombro de sus demás compañeras, y el
mío también.
- No me digas –fue lo primero que atiné a
decir–, ¿cómo es posible esta extraña coincidencia, que alguien de esta aula
sea precisamente familiar de un autor del que yo hablo en clase?
Enseguida, nos pasó a explicar los
pormenores del parentesco con el gran creador arequipeño, avivando aún más el
interés frente a un escritor del que muy poco se había dicho en los libros de
texto oficiales de la educación peruana, de alguna manera excluido del banquete
pomposo del canon de nuestras letras.
- Profesor, ¿cuándo es su cumpleaños?
–volvió al ataque la vivaz alumna.
- ¿Y esa pregunta a qué viene? –repliqué
algo extrañado.
- No por algo especial, solo quería
saberlo –concluyó, dejándome un relente de preguntas soterradas y
especulaciones disparatadas, antes de darle la respuesta.
- Envíamele mis saludos a tu tío; dile que
admiro su trayectoria y su obra, y que alguna vez espero conocerlo –fue el
comentario final que hice, acabando así el excepcional diálogo por ese día.
Ella prometió llevarle mis saludos e inmediatamente pasamos a otro punto.
Al cabo de algunas semanas, llegado el día
señalado por el calendario para recordar un año más de mi arribo a este mundo,
me tocó ingresar nuevamente a su aula para nuestra clase de la semana. A la par
que trasponía el umbral del salón y saludaba al grupo de estudiantes, la chica
que había dicho que era la sobrina de Oswaldo Reynoso, se acercaba a mí con una
bolsa de la que extrajo un paquete que venía envuelto en papel de regalo.
- Esto me envía mi tío para usted –fue su
escueto comentario, al momento que ponía en mis manos el imprevisible presente,
sonriendo pícaramente.
Más sorprendido que nunca, cogí el objeto
sopesando su contenido, que al instante reconocí. Se trataba de un libro, que
secretamente quise desvelar. Las demás chicas miraban con redoblado asombro lo
que sucedía ante sus ojos, azuzándome a desgarrar el papel para exhibir lo que
escondía. Cuando les mostré el volumen con la mano en alto, las señoritas trataron
de escrutar en mis ojos la reacción que me producía tan inesperado obsequio.
Era inevitable no sentir una emoción singular en ese momento, que yo traté de
ocultar entre muestras de agradecimiento y palabras espontáneas sobre el gesto
del escritor.
Pero
la sorpresa mayor vendría al revisar el libro. Lo primero, el título: Los eunucos inmortales, una de las
mayores novelas del autor mistiano, según la crítica reconocida. Lo segundo, la
dedicatoria autógrafa que ponía en la primera hoja: “Para Walter Salazar con el
afecto y la atención de Oswaldo”, seguida de su firma, fecha y sello.
¡Fantástico! No podía haber regalo más valioso en una fecha que por muchas
razones es especialmente simbólica para uno.
Redoblé mis agradecimientos al escritor
por intermedio de su sobrina, guardé el apetecido ejemplar y continuamos con la
clase, matizada de tanto en tanto con tiernas referencias al acontecimiento del
día y al hecho extraordinario del suceso. No conocía a Oswaldo Reynoso, pero ya
tenía algo precioso de él para seguir conociéndolo, después de haber leído Los inocentes, ese libro desafiante y
controversial que cayó como un balde de agua helada en la Lima santurrona y
pacata de mediados del siglo XX.
Años después, caminando por el Parque
Central de Miraflores, rumbo a la Feria del Libro Ricardo Palma, que todos los
años se llevaba a cabo allí, divisé a la distancia una figura que conocía por
las imágenes de la prensa y la televisión, una cabeza de abundantes cabellos
canos y gruesos lentes de carey. Tras de una mesa con libros, al costado del
primer stand de una de las entradas a la feria, Oswaldo Reynoso aguardaba al
visitante que luego sería su lector, o a los amigos que de distintas
generaciones lo querían por su sencillez y su generosidad. Me acerqué
tímidamente y lo abordé, iniciando una breve charla que se remontó a la
anécdota del regalo, que yo le describí y que él trató de recordar entre la
maraña de su dilatado universo de vivencias.
Ahora que se ha marchado, su presencia
seguirá ardiendo en la memoria de sus agradecidos lectores, como una lámpara
incandescente que ilumine el maravilloso camino que la literatura nos tiene
reservado a sus fruitivos pupilos.
Lima,
4 de junio de 2016.
Profesor Walter tuve la suerte como usted de conocer a Oswaldo Reynoso en una Feria del Libro, lleve a mis estudiantes de 4° porque habían leído "Los Inocentes" y el escritor firmaría sus obras, mis chicos estaban emocionados y cuando estuvieron cerca de él estrechando su mano "fue lo máximo" como lo comentó uno de ellos.Oswaldo, que amaba la juventud observó el rostro de uno de ellos y le dijo: tú te pareces a cara de ángel, el joven se sonrojó y repare en ese detalle, tenía entre mis jóvenes estudiantes un protagonista de la maravillosa obra... La imaginación y creatividad permiten muchas cosas. Gracias Oswaldo.
ResponderEliminarProfesor Walter tuve la suerte como usted de conocer a Oswaldo Reynoso en una Feria del Libro, lleve a mis estudiantes de 4° porque habían leído "Los Inocentes" y el escritor firmaría sus obras, mis chicos estaban emocionados y cuando estuvieron cerca de él estrechando su mano "fue lo máximo" como lo comentó uno de ellos.Oswaldo, que amaba la juventud observó el rostro de uno de ellos y le dijo: tú te pareces a cara de ángel, el joven se sonrojó y repare en ese detalle, tenía entre mis jóvenes estudiantes un protagonista de la maravillosa obra... La imaginación y creatividad permiten muchas cosas. Gracias Oswaldo.
ResponderEliminar¡Qué fantástica tu experiencia Morgana! Sin duda que los contactos entre la vida y la literatura son maravillosas oportunidades que nos permiten entrever la grandeza de la experiencia humana.
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