sábado, 28 de julio de 2012

Edgardo Rivera Martínez: el jaujino universal


En el marco de la 17° Feria Internacional del Libro que se desarrolla en Lima, la Cámara Peruana del Libro ha tomado la justísima decisión de homenajear a uno de los escritores vivos más importantes del Perú contemporáneo. Se trata de un merecido reconocimiento a la figura y la obra de Edgardo Rivera Martínez, poeta y narrador nacido en Jauja, tierra aureolada por un nombre de claras resonancias legendarias y utópicas.
     Una mesa conformada por reconocidos investigadores y estudiosos de nuestra literatura, donde destacaba la presencia del poeta Marco Martos, presidente actual de la Academia Peruana de la Lengua, se ha expresado en términos elogiosos y afectivos de la trayectoria y el significado de la obra narrativa, signada por intensos trazos líricos, del novelista jaujino.
Un Edgardo al borde de los ochenta años, ha leído un texto de agradecimiento ante un público respetuoso y ávido por escuchar la voz y los silencios del entrañable maestro.
     Luego han seguido los abrazos y las palabras de saludo y felicitación de parte del numeroso público que asistió al Auditorio César Vallejo la noche del miércoles 26. Algunos de los representantes de las generaciones literarias más recientes han estado presentes en el homenaje, tributando su discreto y cálido fervor a una de las voces más notables de nuestras letras nacionales.
     La primera vez que supe de la existencia de Rivera Martínez se remonta al año 1978, cuando cursaba el segundo año de secundaria, en el mismo colegio en que estudió Edgardo: el centenario y glorioso “San José” de Jauja. La maestra de literatura nos mandó a leer uno de los libros del escritor; se trataba de Azurita, un enigmático volumen de cuentos que nos sorprendió por su temática y por su prosa. Sin embargo, era muy poco lo que se decía y hablaba de él en el medio académico de la provincia, aun en los pasillos escolares su nombre todavía no convocaba esa admiración que con los años ha ido adquiriendo.
     Yo lo veía caminar, en algunas ocasiones, por las calles de la ciudad con su paso raudo, su espesa barba de artista, su gorra característica y su multicolor bolsita artesanal. Casi pasaba desapercibido entre sus propios paisanos, pero a mí me dejaba intrigado el personaje heterogéneo y excepcional que ya era, preguntándome quién era ese señor tan distinto y extraño que se deslizaba entre la gente como obedeciendo al dictado de su propio mundo interior, con la mirada fija en un horizonte predeterminado de antemano. Tiempo después sabría que se trataba del escritor no sólo más importante de mi provincia, sino de la región y del país.
     Sería en los años 90 que tuve la portentosa ocasión de leer sus novelas emblemáticas, donde destaca nítidamente País de Jauja, obra sobre la cual se ha dicho mucho pero que quizás se ha leído menos, sobre todo entre sus coterráneos, quienes nos sentimos indudablemente orgullosos de tenerlo como paisano, mas deberíamos hacer justicia a ese sentimiento conociendo primero la obra de quien representa lo mejor del espíritu y el alma de una histórica ciudad como Jauja.
     Su contacto con la cultura universal, acentuada a través de sus diversos viajes por el Viejo Mundo, ha asentado en su obra ese diálogo fecundo que mantiene Occidente con el mundo andino, como cuando los mitos griegos establecen un contrapunto con los mitos del ande, o cuando la llamada música clásica alterna maravillosamente con los sones tiernos de nuestra música popular, un encuentro que se resuelve en un juego de espejos enriquecedor, de dos culturas que se miran y logran armonizarse en la prosa feliz de Rivera Martínez.
     Me ha conmovido saludar nuevamente a Edgardo después de algunos años, testimoniarle la rendida admiración y agradecimiento que experimentamos quienes apreciamos el auténtico valor de su legado, esa suma de elementos culturales que han hecho del nombre de Jauja un valor único en el concierto de las tierras míticas que los grandes creadores han forjado a lo largo del tiempo. El espacio novelesco que sirve de escenario a sus ficciones, es el querido terruño que los jaujinos compartimos en un destino que nos hermana y nos trasciende.

Lima, 28 de julio de 2012.
     

domingo, 22 de julio de 2012

El caballero oscuro de la muerte


     Otro caso de comportamiento sociopático estremece a la sociedad estadounidense. Un estudiante de neurociencias, disfrazado de antihéroe de cómic, irrumpe violentamente en una sala de cine y ataca con armas de fuego a una masa aterrorizada de espectadores que primero creían que se trataba de un espectáculo a propósito del estreno de la última película de la serie de superhéroes Batman, pero cuando vieron que las balas eran reales y que no se trataba de ningún juego inocente, muchos trataron de protegerse debajo de sus asientos, otros huían despavoridos, cuando han sido alcanzados por los proyectiles, dejando un reguero de 12 muertos y cerca de medio centenar de heridos, más una multitud presa del pánico y sorprendida por esa conducta intempestiva.
     Su nombre es James Holmes y ya ha sido identificado por la policía como el responsable de esta matanza en Denver (Colorado), que no es el primero por cierto, pues según las estadísticas, en veinte años se han cometido 24 actos similares a éste en el país más desarrollado del planeta. Todos los testimonios coinciden que se trata de un estudiante sobresaliente y solitario, que hacía un doctorado en la Universidad de California, que demostraba ser tímido y algo extraño. Había dejado los cursos del doctorado recientemente, y aprovechando la ocasión de la primera exhibición de un filme que le prestaba la oportunidad de actuar como un personaje de ficción, ha perpetrado este horrendo crimen y luego ha salido tranquilamente a la zona de aparcamiento donde ha sido arrestado por los agentes del orden.
     Tal pareciera que, con una regularidad cíclica, alguna ciudad de los Estados Unidos tiene que ser el escenario de un baño de sangre de estas características, cometida por algún joven desquiciado que, espoleado por  múltiples factores que desconocemos, se lanza al acto criminal de atacar sin causa aparente, disparando a diestra y siniestra sus modernas armas que ha podido adquirir legalmente en el único país que lo permite laxamente, y que posee una anacrónica y perversamente ridícula institución denominada Asociación Nacional del Rifle (NRA), una especie de club de cretinos y granujas voluntarios que tienen la delicada ocurrencia de recomendar a sus adeptos fines de semana fabulosos donde salir a disparar.
     También es el país que vende hasta el hartazgo la estúpida creencia en el poder de la fuerza, basado en el inmejorable ejemplo de sus fuerzas armadas que andan cometiendo tropelía y media en diversos rincones del orbe. Una sociedad enferma, que enaltece los valores dudosos del consumo y de la imposición del más fuerte, que alberga una de las industrias bélicas más lucrativas de este mundo, que ha hecho de la conquista y del sometimiento verdaderas políticas de estado, no puede producir sino especímenes traspasados por dosis peligrosas de instintos tanáticos.
     Infelizmente, no será quizás el último incidente de este tipo. Una nación es a veces un cuerpo social que engendra en su propio seno las semillas de su propia destrucción; es un organismo que cría los gérmenes de su lenta y gradual descomposición. Cuanto mayor es la riqueza material, muchas veces se descuida la salud espiritual de un pueblo, sus valores éticos y morales; pues curiosamente es en las sociedades opulentas, donde se ve con más asiduidad  la ocurrencia de fenómenos como el de Denver.
     Solo una labor de cura social a largo plazo, donde se reviertan los falsos valores vigentes en los países llamados desarrollados, con políticas pacientes y efectivas de tratamiento directo al tejido humano de su colectividad, hará posible tal vez que se eviten en el futuro sucesos como el presente, o que por lo menos se reduzcan al mínimo.

Lima, 22 de julio de 2012.       

domingo, 15 de julio de 2012

El ogro filantrópico


     Todo hace presumir que el paquidérmico Partido Revolucionario Institucional (PRI), que ya estuvo en el poder por el larguísimo periodo de 71 años, vuelve a tomar las riendas oficiales del estado mexicano, de la mano de su joven candidato Enrique Peña Nieto, mezcla de bon vivant y de yuppie latinoamericano, en un país sumido en el clima de violencia más feroz de los últimos tiempos.
     Las elecciones del domingo 1 de julio le han franqueado formalmente las puertas del Palacio de los Pinos, la sede del gobierno federal, en un triunfo que aún está envuelto en medio de una espesa niebla de acusaciones y denuncias, de lo que aparentemente se trataría del mayor fraude en la historia de los comicios electorales del país de Benito Juárez y Sor Juana Inés de la Cruz, de Agustín Lara y Diego Rivera, de Octavio Paz y Silvestre Revueltas.
     El candidato perdedor, el ya legendario Andrés Manuel López Obrador, más conocido simplemente como AMLO, ha decidido esperar los resultados oficiales, pero también está dispuesto a recurrir a todas las instancias jurisdiccionales para impedir que una vez más un hecho a todas luces ilícito y tramposo termine en calidad de hecho consumado.
     Según todas las denuncias que obran en poder del Instituto Federal Electoral (IFE), se habría comprado alrededor de 5 millones de votos, así como orquestado una perfecta maquinaria de propaganda e inducción al voto bajo presión, con la anuencia en algunos casos y la abierta complicidad en otros de muchas autoridades políticas que sobreviven del largo reinado priísta y de los medios de comunicación al servicio del sistema.
     El asunto es grave, tal vez en un grado mayor al que se presentó en las pasadas elecciones del año 2006, cuando el actual presidente y líder del centrista Partido de Avanzada Nacional (PAN), Felipe Calderón, obtuvo la victoria por una ínfima diferencia de sufragios, y en medio también de serios cuestionamientos de los partidos de la oposición, especialmente de aquellas que planteó AMLO, candidato derrotado, y su Partido de la Revolución Democrática (PRD), pero que nunca fueron evaluadas justa y adecuadamente y terminó imponiéndose al candidato del PAN como flamante presidente.
     Hay quienes han señalado con cierta mala fe y algo de ironía que AMLO es en realidad un mal perdedor, como lo ha afirmado sin tapujos, en reciente editorial, un prestigioso diario español. La verdad es que no sé cómo alguien puede allanarse a aceptar un resultado de lo que sea, cuando las evidencias arrojan sobre el mismo dudosas sombras, por decir lo menos. Nadie con un mínimo sentido de la ética y de la justicia, puede resignarse a que el embauque y la mentira, la estafa y el robo se instalen como conductas cívicas normales en cualquier país civilizado.
     Estamos pues ante la inminente vuelta del ogro filantrópico, como calificara Octavio Paz al poder en manos del PRI, con su negra secuela de corruptela y clientelaje, de arribismo y cerrada partidocracia. Pues a pesar de que todos sus miembros, empezando por el mismo Peña Nieto, han prometido que el nuevo régimen no será una vuelta al pasado, y que el casi centenario partido de la Revolución Mexicana se ha modernizado a la altura de los nuevos tiempos, existe el fundado temor en buena parte de la sociedad mexicana de que las viejas prácticas institucionales vuelvan a regir en el país.
     México vive probablemente su hora más crucial, cercado por la guerra del narco y con una carga ominosa de 50 000 muertos,  producto de ese absurdo y fratricida derramamiento de sangre que ha llevado al gobierno de Felipe Calderón a la derrota más estrepitosa. Ante ello, la propuesta de legalizar el comercio de la droga, lanzada por un grupo de voces lúcidas del continente, se abre paso a contrapelo de las medrosas posturas de algunos y del escándalo fingido de otros. Lo demuestra el reciente caso del Uruguay, cuyo gobierno acaba de aprobar un proyecto de ley en ese sentido.
     Es, por tanto, el momento de las definiciones. México tiene que salir de este atolladero político y social con inteligencia y firmeza, honestamente y libre de prejuicios, virtudes que han caracterizado a sus hijos más preclaros. Resolver con justicia un caso de flagrante delito y enfrentar un problema de enormes dimensiones; esa es la tarea pendiente en el corto y mediano plazo.

Lima, 15 de julio de 2012.   

sábado, 7 de julio de 2012

William Faulkner: el granjero que escribe


     A medio siglo de la muerte de uno de los más grandes escritores del siglo XX, su vida y su obra siguen siendo materia de estudios y discusiones, de análisis e investigaciones, lo cual no hace sino demostrar la fuerza de su presencia literaria y la influencia de su mundo narrativo en la literatura contemporánea. Cuando el 6 de julio de 1962 expiraba la apacible existencia del formidable demiurgo del Mississippi, su leyenda empezaba a crecer como el interés y la importancia de su legado.
     Se puede rastrear el influjo faulkneriano en las sagas novelescas de varios escritores latinoamericanos, como Gabriel García Márquez y Juan Carlos Onetti, así como en la capacidad fabuladora de otros como Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo y Carlos Fuentes. Pero sobre esto ya han abundado los críticos, y han corrido ríos de tinta en las reseñas, comentarios y conmemoraciones a propósito de estos cincuenta años sin William Faulkner.
     También se han recordado las anécdotas y curiosidades literarias a que dio lugar el hecho paradójico de que un hombre nacido en algún villorrio del sur de los Estados Unidos, que amaba el campo y sus caballos, se haya convertido en el máximo creador de las letras norteamericanas del siglo XX y en uno de los más geniales novelistas de todos los tiempos.
     Si Jorge Luis Borges se permitió ironizar alguna vez sobre el talento y el talante literarios de Faulkner, señalando su extrañeza por lo mucho que sabía este granjero sureño, no menos cierto es que tras sus declaraciones de que lo único que necesitaba en esta vida era un lápiz, papel, tabaco y un poco de whisky, se escondía la clave de esa energía arrolladora que produjo en relativo corto tiempo una cantidad de novelas, relatos y cuentos de una calidad y solidez sorprendentes.
      Sus copiosas lecturas de los clásicos, entre los cuales se pueden mencionar a Shakespeare, Tolstoi, Dostoievski, Balzac, Flaubert, la Biblia y un largo etcétera, suplieron con creces la casi carencia de formación escolar que padeció en sus años juveniles. Y a pesar de que muchos de sus críticos han señalado la oscuridad y complejidad de su prosa, ésta se yergue límpida como una de las más logradas y revolucionarias de nuestro tiempo, modelo indiscutible de sus aprovechados discípulos en todos los rincones del continente.
     Otro hecho notable es que este hombre, que alcanzara las cimas de la gloria cuando en 1949 la Academia Sueca le concediera el Premio Nobel de Literatura, se haya declarado siempre como un simple vagabundo. Dijo en alguna entrevista: “Yo soy, por temperamento, un vagabundo y un golfo. El dinero no me interesa tanto como para forzarme a trabajar para ganarlo. En mi opinión, es una vergüenza que haya tanto trabajo en el mundo”. Por lo demás, su discurso de recepción del premio es uno de los más bellos y concisos en la historia del galardón.
     Con mucho esfuerzo y algo de desafío, yo había leído en mis años universitarios algunas obras de Faulkner, como El sonido y la furia y Sartoris, y durante más de veinte años, algunas de sus novelas me han aguardado en los anaqueles de mi biblioteca, silenciosas, pacientes e incitadoras; hasta que sin pensar mucho en lo que ahora se recuerda, me decidí a retomar al viejo maestro para cumplir una deuda largamente postergada. Es así que he empezado a leer Luz de agosto, según los críticos una de sus cinco mejores novelas. Y ahora, estoy encantado y emocionado al reencontrarme con Faulkner después de tanto tiempo. Siento que algo asombroso y maravilloso ha irrumpido en mi rupestre cotidianidad, y he sido tocado por la magia y el hechizo del hacedor de Yoknapatawpha.
     Cuando termine, habrá un comentario en estas mismas páginas, y a la par me lanzaré a la caza de dos de sus novelas -de las cinco mencionadas- que no poseo: ¡Absalón, Absalón! y Las Palmeras salvajes. Sé que la traducción de esta última la hizo Borges, nada menos, y quizás, como Vargas Llosa, me decida finalmente a aprender inglés para leer al maestro en el original.

Lima, 7 de julio de 2012.