Todo hace presumir que el paquidérmico
Partido Revolucionario Institucional (PRI), que ya estuvo en el poder por el
larguísimo periodo de 71 años, vuelve a tomar las riendas oficiales del estado
mexicano, de la mano de su joven candidato Enrique Peña Nieto, mezcla de bon vivant y de yuppie latinoamericano,
en un país sumido en el clima de violencia más feroz de los últimos tiempos.
Las elecciones del domingo 1 de julio le
han franqueado formalmente las puertas del Palacio de los Pinos, la sede del gobierno
federal, en un triunfo que aún está envuelto en medio de una espesa niebla de
acusaciones y denuncias, de lo que aparentemente se trataría del mayor fraude
en la historia de los comicios electorales del país de Benito Juárez y Sor
Juana Inés de la Cruz, de Agustín Lara y Diego Rivera, de Octavio Paz y
Silvestre Revueltas.
El candidato perdedor, el ya legendario
Andrés Manuel López Obrador, más conocido simplemente como AMLO, ha decidido
esperar los resultados oficiales, pero también está dispuesto a recurrir a
todas las instancias jurisdiccionales para impedir que una vez más un hecho a
todas luces ilícito y tramposo termine en calidad de hecho consumado.
Según todas las denuncias que obran en
poder del Instituto Federal Electoral (IFE), se habría comprado alrededor de 5
millones de votos, así como orquestado una perfecta maquinaria de propaganda e
inducción al voto bajo presión, con la anuencia en algunos casos y la abierta
complicidad en otros de muchas autoridades políticas que sobreviven del largo
reinado priísta y de los medios de comunicación al servicio del sistema.
El asunto es grave, tal vez en un grado
mayor al que se presentó en las pasadas elecciones del año 2006, cuando el
actual presidente y líder del centrista Partido de Avanzada Nacional (PAN),
Felipe Calderón, obtuvo la victoria por una ínfima diferencia de sufragios, y
en medio también de serios cuestionamientos de los partidos de la oposición,
especialmente de aquellas que planteó AMLO, candidato derrotado, y su Partido
de la Revolución Democrática (PRD), pero que nunca fueron evaluadas justa y
adecuadamente y terminó imponiéndose al candidato del PAN como flamante
presidente.
Hay quienes han señalado con cierta mala
fe y algo de ironía que AMLO es en realidad un mal perdedor, como lo ha
afirmado sin tapujos, en reciente editorial, un prestigioso diario español. La
verdad es que no sé cómo alguien puede allanarse a aceptar un resultado de lo
que sea, cuando las evidencias arrojan sobre el mismo dudosas sombras, por
decir lo menos. Nadie con un mínimo sentido de la ética y de la justicia, puede
resignarse a que el embauque y la mentira, la estafa y el robo se instalen como
conductas cívicas normales en cualquier país civilizado.
Estamos pues ante la inminente vuelta del
ogro filantrópico, como calificara Octavio Paz al poder en manos del PRI, con su
negra secuela de corruptela y clientelaje, de arribismo y cerrada partidocracia.
Pues a pesar de que todos sus miembros, empezando por el mismo Peña Nieto, han
prometido que el nuevo régimen no será una vuelta al pasado, y que el casi
centenario partido de la Revolución Mexicana se ha modernizado a la altura de
los nuevos tiempos, existe el fundado temor en buena parte de la sociedad
mexicana de que las viejas prácticas institucionales vuelvan a regir en el
país.
México vive probablemente su hora más
crucial, cercado por la guerra del narco y con una carga ominosa de 50 000
muertos, producto de ese absurdo y fratricida
derramamiento de sangre que ha llevado al gobierno de Felipe Calderón a la
derrota más estrepitosa. Ante ello, la propuesta de legalizar el comercio de la
droga, lanzada por un grupo de voces lúcidas del continente, se abre paso a
contrapelo de las medrosas posturas de algunos y del escándalo fingido de otros.
Lo demuestra el reciente caso del Uruguay, cuyo gobierno acaba de aprobar un
proyecto de ley en ese sentido.
Es, por tanto, el momento de las
definiciones. México tiene que salir de este atolladero político y social con
inteligencia y firmeza, honestamente y libre de prejuicios, virtudes que han
caracterizado a sus hijos más preclaros. Resolver con justicia un caso de
flagrante delito y enfrentar un problema de enormes dimensiones; esa es la
tarea pendiente en el corto y mediano plazo.
Lima, 15 de
julio de 2012.
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