Otro caso de comportamiento sociopático
estremece a la sociedad estadounidense. Un estudiante de neurociencias,
disfrazado de antihéroe de cómic, irrumpe violentamente en una sala de cine y
ataca con armas de fuego a una masa aterrorizada de espectadores que primero
creían que se trataba de un espectáculo a propósito del estreno de la última
película de la serie de superhéroes Batman, pero cuando vieron que las balas
eran reales y que no se trataba de ningún juego inocente, muchos trataron de
protegerse debajo de sus asientos, otros huían despavoridos, cuando han sido
alcanzados por los proyectiles, dejando un reguero de 12 muertos y cerca de medio
centenar de heridos, más una multitud presa del pánico y sorprendida por esa conducta
intempestiva.
Su nombre es James Holmes y ya ha sido
identificado por la policía como el responsable de esta matanza en Denver
(Colorado), que no es el primero por cierto, pues según las estadísticas, en
veinte años se han cometido 24 actos similares a éste en el país más
desarrollado del planeta. Todos los testimonios coinciden que se trata de un
estudiante sobresaliente y solitario, que hacía un doctorado en la Universidad
de California, que demostraba ser tímido y algo extraño. Había dejado los
cursos del doctorado recientemente, y aprovechando la ocasión de la primera
exhibición de un filme que le prestaba la oportunidad de actuar como un
personaje de ficción, ha perpetrado este horrendo crimen y luego ha salido
tranquilamente a la zona de aparcamiento donde ha sido arrestado por los
agentes del orden.
Tal pareciera que, con una regularidad
cíclica, alguna ciudad de los Estados Unidos tiene que ser el escenario de un
baño de sangre de estas características, cometida por algún joven desquiciado
que, espoleado por múltiples factores
que desconocemos, se lanza al acto criminal de atacar sin causa aparente,
disparando a diestra y siniestra sus modernas armas que ha podido adquirir
legalmente en el único país que lo permite laxamente, y que posee una
anacrónica y perversamente ridícula institución denominada Asociación Nacional
del Rifle (NRA), una especie de club de cretinos y granujas voluntarios que
tienen la delicada ocurrencia de recomendar a sus adeptos fines de semana
fabulosos donde salir a disparar.
También es el país que vende hasta el
hartazgo la estúpida creencia en el poder de la fuerza, basado en el
inmejorable ejemplo de sus fuerzas armadas que andan cometiendo tropelía y
media en diversos rincones del orbe. Una sociedad enferma, que enaltece los
valores dudosos del consumo y de la imposición del más fuerte, que alberga una
de las industrias bélicas más lucrativas de este mundo, que ha hecho de la
conquista y del sometimiento verdaderas políticas de estado, no puede producir
sino especímenes traspasados por dosis peligrosas de instintos tanáticos.
Infelizmente, no será quizás el último
incidente de este tipo. Una nación es a veces un cuerpo social que engendra en
su propio seno las semillas de su propia destrucción; es un organismo que cría
los gérmenes de su lenta y gradual descomposición. Cuanto mayor es la riqueza
material, muchas veces se descuida la salud espiritual de un pueblo, sus
valores éticos y morales; pues curiosamente es en las sociedades opulentas,
donde se ve con más asiduidad la
ocurrencia de fenómenos como el de Denver.
Solo una labor de cura social a largo
plazo, donde se reviertan los falsos valores vigentes en los países llamados
desarrollados, con políticas pacientes y efectivas de tratamiento directo al
tejido humano de su colectividad, hará posible tal vez que se eviten en el
futuro sucesos como el presente, o que por lo menos se reduzcan al mínimo.
Lima, 22 de
julio de 2012.
Walter:
ResponderEliminarUn excelente artículo, que muestra una triste realidad que -para peor- se exporta alegremente, a través de infinidad de películas y todo tipo de entretenimiento digital violento.
Se ha extraviado la idea de ética y moral.
Saludos.