domingo, 10 de julio de 2016

Testigo de una masacre

     Un profesor peruano, empleado como corrector de estilo para la agencia china Xinhua, es testigo de un hecho histórico que marcaría las postrimerías del siglo XX: la revuelta de los estudiantes chinos en la famosa Plaza Tian’anmen de Beiging. Alrededor de este núcleo temático se desarrolla la trama de Los eunucos inmortales (Lima, 1995), probablemente la obra mayor del escritor arequipeño Oswaldo Reynoso.
     Al inicio de la novela, el narrador nos sitúa en el escenario del mayor movimiento estudiantil de protesta en la China comunista del siglo XX: las jornadas de la Plaza Tian’anmen, que se saldaron con miles de muertos y cientos de heridos, detenidos y desaparecidos, una feroz represión del gobierno de Beiging silenciada por la prensa oficial, pero conocida en Occidente de manera parcial a través de periodistas europeos y de otros observadores privilegiados, entre ellos el narrador de la historia.
     Simultáneamente, irrumpen en escena los estudiantes arequipeños manifestando su rechazo al régimen dictatorial de Odría, en las calles de una ciudad siempre rebelde y contestataria. Pero solo se trata de un guiño, un destello de la memoria de este profesor peruano que recuerda sus años juveniles como protagonista de otra jornada memorable en su ciudad natal.
     Desde su departamento en el Hotel, como llaman al centro de residencia de extranjeros en la capital china, se va enterando del lento crecimiento de ese fermento de resistencia y furor juvenil que exige cambios democráticos al régimen, combate a la corrupción y fin de la anquilosada burocracia. Lo acompañan algunos ciudadanos chinos asignados a su servicio, como la ayi y los fuyuanes, así como el joven Liang, He, la hermosa Tin Tin, el maestro Li, el estudiante peruano Coco y otros extranjeros involucrados de alguna manera en los sucesos de junio de 1989.
     El trabajo del lenguaje es notable, hay pasajes en que las descripciones del paisaje y de la naturaleza alcanzan cimas estéticas de gran valor. Lo mismo pasa con los diálogos, insertos en la narración y que fluyen espontáneamente por todas las arterias de una prosa trabajada con rigor y extrema exquisitez. Se puede percibir un cierto influjo de La casa de cartón, de Martín Adán, poeta al que el novelista frecuentó regularmente y sobre todo leyó con fervor. Pinceladas poéticas de gran factura, diseminadas a lo largo de la narración, están allí para corroborarlo.
     Los lugares emblemáticos de la gran ciudad, como la Avenida de la Paz Celestial, la Ciudad Prohibida, la Columna a los Héroes del Pueblo, el Salón de la Suprema Armonía y otros, sirven no solo de telón de fondo de los tumultuosos acontecimientos, sino que se yerguen en sí mismos en protagonistas mudos de los trágicos sucesos que terminaron en un ominoso baño de sangre que tiñó para siempre la historia de ese país y también la historia contemporánea.
     El desfile de estudiantes por las avenidas de la capital portando pancartas alusivas a su lucha, la movilización de los ciudadanos solidarizándose con los jóvenes, el tráfico infernal para acceder a la céntrica plaza, atestada de ciclistas, coches y manifestantes, la atmósfera tensa que precede al ingreso de los tanques del ejército ordenada por el régimen de Den Xiaoping, están pintados con vivo realismo, mientras el mundo se prepara a presenciar la masacre impávido y lleno de estupor.
      También permean la novela los modos y costumbres de una civilización milenaria que el personaje conoce de primera mano, la idiosincrasia y gastronomía especialísimas de una cultura que ha alcanzado altas cotas de refinamiento. Formas y fondos de un modo de ser, sustratos antiquísimos que perviven en el seno de una sociedad oficialmente socialista, pero que no ha perdido esa filosofía profunda del alma oriental, a despecho de quienes quisieran arrancarla de raíz para estar acordes con su nuevo proyecto político.
     Numerosos hechos aciagos jalonan la vida de la China contemporánea, como la misma revolución maoísta de 1949 y la denominada Revolución Cultural de 1966 a 1976; por lo que los sucesos de Tian’anmen no son sino el triste colofón de una era signada por la violencia, la confrontación y la muerte, hechos todos ellos que arrastraron hondos cambios en la vida política y social del país más poblado del planeta.
     El título está explicado en uno de los pasajes de la novela: “Sí, eunucos inmortales, le afirmo, los burócratas, esos especímenes que siempre se aferran al timón del barco que sea sin importarles el rumbo que tomen. Esos que siempre flotan. Rojos, blancos, verdes o amarillos, qué más da, la misma mierda”. Al ser una tradición de siglos, ni siquiera el vuelco social e ideológico experimentado en la era de Mao ha podido extirparlos, o mejor dicho han tenido que camuflarse para adaptarse a los nuevos tiempos.
     Sobre las ideas de patria y de socialismo, el autor intercala dos sabrosos fragmentos que delatan su sentir: “Siempre me ha parecido grotesco el sentimiento de añoranza por una patria de papel y más aún cuando viene unido a comidas o a himnos y banderas… Y la verdad es que nunca he experimentado el sentimiento de patria, ni dentro ni fuera del Perú, con cebiche o sin pisco. En todo caso, mi patria sería el rostro de la gente que amo o tal vez siempre he amado la patria que no existe, por eso es que nunca he podido encontrar la clave de la felicidad”. Hay claros paralelos con el homónimo poema de José Emilio Pacheco. Y en cuanto al socialismo: “¿Y por qué sigo creyendo en el socialismo? Porque es la más hermosa de las utopías creadas por el hombre y porque además es una necesidad biológica de la sobrevivencia de la especie humana”. Plenamente de acuerdo, pues solo un ideal así, asociado quizás al concepto del mito mariateguiano, puede alimentar esa esperanza humana de un futuro superior.
     Estupenda novela, llena de poesía y de ternura, a pesar del luctuoso derrumbe de una utopía, o mejor dicho, del remedo imperfecto de esa utopía. Ésta, siempre queda a salvo aguardándonos en un porvenir que debe ser el de nuestros sueños.


Lima, 10 de julio de 2016. 

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