domingo, 31 de julio de 2016

Adiós a las armas

     Luego de más de cuatro años de intensas negociaciones, auspiciadas por los gobiernos de Cuba y Noruega y con el concurso de otros como EE.UU., Venezuela, Brasil, Argentina y Chile, se ha logrado por fin la firma de los acuerdos de paz en Colombia entre el gobierno de Juan Manuel Santos y el grupo guerrillero más longevo de Latinoamérica, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
     A pesar de que la fecha límite fue el 23 de marzo pasado, salvando los escollos de algunas dificultades de última hora, se decretó primero el alto el fuego bilateral en junio y ahora el hecho histórico que, después de más de 50 años de conflicto armado, alrededor de 220,000 muertos y cerca de 7 millones de desplazados, da el primer paso que constituye un hito para la ardua construcción de la paz que todos los colombianos ansían.
     Los cinco puntos de las negociaciones se han ido superando lentamente en largas horas de encuentros en La Habana, donde el mediador del gobierno Humberto de la Calle y el jefe del equipo negociador de las FARC Iván Márquez, han desbrozado temas como la política de desarrollo integral; la participación en política; la solución al problema de drogas ilícitas; la reparación y justicia para las víctimas; y la implementación, verificación y refrendación de lo pactado. Cada asunto ha sido materia de una minuciosa evaluación para llegar a un punto medio que implique una forma de consenso.
     Sin embargo,  hay voces discrepantes, cuya cabeza visible es el expresidente Álvaro Uribe, que desde el inicio se han opuesto férreamente al proceso de paz, bajo el argumento de que la guerrilla no es sino una banda delincuencial que actúa aliada con el narcotráfico y que el gobierno no puede ponerse a ese nivel sentándose a negociar con quienes son autores de crímenes y latrocinios en agravio de la sociedad y el Estado, buscando ahora acogerse a una paz que deje impunes sus delitos de varias décadas. Tras esta posición, hay un importante sector de ciudadanos donde figuran algunos periodistas y escritores, entre ellos Fernando Vallejo, autor de una vasta diatriba contra el presidente Santos y toda la clase política que lo apoya.
     El asunto se va a saldar con un plebiscito, convocado ya por el régimen, donde serán los colombianos quienes decidan si se lleva adelante o no la implementación de todos los acuerdos logrados. Es cierto que se pueden plantear muchos reparos a la manera como se ha conseguido este acuerdo, pero es que no existe la paz perfecta, algo o mucho se tiene a veces que ceder y conceder si uno busca un objetivo superior, ese es el precio que se debe pagar si se quiere alcanzar un valor fundamental para una pacífica convivencia en sociedad.
     Están pendientes, además, el establecimiento de las zonas que ocuparán los guerrilleros que dejen las armas para integrarse gradualmente a la vida civil y, providencialmente, participar en la política nacional. No se trata de entregar las armas, como ellos mismos lo han aclarado, distinción clarísima que hacen con respecto a la dejación, pues lo primero implicaría una especie de rendición que ellos no están en condiciones de reconocer. Este es un punto que, como es obvio, irrita particularmente a los detractores de todo el proceso.
     Más allá de esta polémica que ha dividido prácticamente a la sociedad colombiana, está el logro de una verdadera hazaña en materia de superación de conflictos en nuestro subcontinente, pues no se trata de plantear exigencias maximalistas que harían imposible toda forma de acuerdo, siempre quedarían puntos cuyos detalles harían irreversibles las necesarias coincidencias para un salomónico entendimiento. Lo conseguido hasta ahora debe ser visto como un avance fundamental para la edificación de una paz que ha sido esquiva en medio siglo, debiendo aún considerarse otros frentes que quedan pendientes, como es el caso del que sostienen el Ejército de Liberación Nacional (ELN), con quienes ya se han iniciado los primeros tanteos para un diálogo de paz que conduzca a la erradicación definitiva de la violencia política en el querido país de Gabriel García Márquez.
     Las posiciones intransigentes y verticalistas no pueden erigirse en argumentos válidos que torpedeen un esfuerzo de años, más aún si lo que está en juego es algo tan valioso como la convivencia pacífica del país y el deseo de toda una nación de prosperar en un clima donde esa atmósfera permanentemente cargada de tensión no impida el libre y sano ejercicio de la vida en todas sus manifestaciones.


Lima, 29 de julio de 2016.

No hay comentarios:

Publicar un comentario