domingo, 31 de julio de 2016

El paraíso de Milton

     El episodio bíblico de la caída, capital en el pensamiento teológico cristiano, y cuyas repercusiones en las exégesis filosóficas que se han ensayado a lo largo de siglos han producido una ingente masa de estudios críticos y publicaciones especializadas, tiene sin duda en El paraíso perdido del poeta inglés John Milton su cumbre más elevada, tanto desde el punto de vista religioso –contribución valiosa a la mitología canónica–, como desde el punto de vista literario, una recreación poética insuperable de uno de los pasajes más significativos de la historia sagrada de la creación y la perdición del hombre.
     En un paisaje de llamas sin luz, de tinieblas visibles, descendemos a los infiernos de la mano del poeta, para visitar la lúgubre morada de personajes como Satán, Belcebú, Moloch, Mammón y otros, expulsados del Cielo por su rebelión contra el Creador. El Príncipe de las Tinieblas promete a sus legiones infernales reconquistar los espacios celestes por medio del engaño y la astucia, puesto que no lo habían logrado por la fuerza. Moloch, “el más feroz, fuerte y osado entre todos los moradores del Infierno”, apuesta por la guerra abierta y sin cuartel, movidos siempre por el odio y la venganza. Belcebú propone empezar la tarea por el hombre, esa nueva criatura hecha surgir por el Omnipotente. Todos aprueban con clamores en el tenebroso consejo del Averno.
     Satán asume el trabajo de liberar a los ángeles caídos; vuela hacia los confines del antro horripilante y al llegar a sus puertas exteriores se encuentra con los guardianes: la Muerte y la Culpa, quienes lo llaman “padre”. Alcanza su meta e “inflamado de maligna venganza, blasfema, y en hora maldita, premedita la perdición del género humano”. Con la ayuda del arcángel Uriel, llega a la Tierra, mientras contempla la magnificencia de los astros y mundos interestelares. El jardín del Edén, el jardín de Dios, se presenta a la contemplación del ángel malo, llamado también “el monarca tenebroso”, “la negra envidia”, “el taciturno astro vespertino”. El Paraíso es custodiado por Gabriel, y ante la amenaza que acecha a la pareja celestial, procede a expulsar al maligno. Pero Eva ha sentido un susurro tentador en sus sueños inquietos de esa noche, invitándola a saborear del fruto del árbol de la ciencia, prohibido expresamente por el Creador.
     En feroz combate, las huestes del Cielo arrojan a los rebeldes a los insondables abismos infernales. El Hijo ha comandado el ejército victorioso de ángeles, expulsando y sometiendo a los seguidores de Satanás. Mientras tanto, Rafael le explica a Adán el objetivo divino: crear un pueblo, empezando por una criatura, que pueda merecer –merced a su líder y obediencia– la morada celestial dejada vacía por la expulsión de los ángeles sediciosos. Enseguida, Adán escucha las instrucciones del arcángel, que le recuerda la prohibición tajante de probar del árbol de la ciencia, en cuyo caso conocerá la muerte y todas las desgracias se abatirán sobre él.
     Satanás vuelve a la Tierra y se encarna en una serpiente para perder a Adán y Eva. Esta propone a aquel separarse para cumplir las tareas del paraíso. La serpiente le habla, lisonjera, a Eva, quien se extraña de esta habilidad, que el embustero atribuye al fruto de un árbol. Cae en la trampa del maligno y enseguida hace lo mismo con Adán. Ambos se acusan, “comenzando a pagar su delito”. Las recusaciones se inician cuando Adán espeta a Eva con esta terrible frase: “está el cielo en tu mirada y el infierno en tu pecho”. Dios impone el castigo y permite que la Culpa y la Muerte ingresen al mundo. Además, impone que la mujer parirá con dolor y que el hombre se sustentará con el sudor de su frente. En el libro undécimo, las palabras del Creador son clarísimas al explicar nuestra situación mortal y finita: “El hombre recibió de mí en su nacimiento la dicha y la inmortalidad, Perdida ya la dicha, si aún fuera inmortal su desventura sería eterna. Por eso, movido de piedad, un término limitado a su vida señalo, que si sabe aprovecharlo, y obedece mis leyes y vence sobre el mal, segura recompensa recibirá al morir”.
     Dios encarga al arcángel Miguel cercar el Paraíso con sus huestes celestiales y expulsar a Adán y Eva de él; luego lleva a Adán a la cima de un monte para contemplar todo el porvenir de la raza humana. El Altísimo decreta la pena de muerte debido a la desobediencia. Pero la redención del hombre vendrá con el Hijo, que sufrirá la culpa y morirá brevemente para triunfar definitivamente sobre ellas.
     Espléndido libro que me ha devuelto ese fervor religioso que alguna vez tuve, más allá de iglesias y templos, confirmándome a su vez en otro fervor, el de los libros,  una verdad esencial que el mismo Milton lo expresa de manera inmejorable en su Aeropagítica: “A good book is the precious lifeblood of a master spirit, embalmed and treasured up on purpose to a life beyond life” (“Un buen libro es la preciada sangre que palpita de un espíritu maestro, embalsamada y cuidada a propósito para tener una vida más allá de la vida”).


Lima, 25 de julio de 2016.  

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