domingo, 30 de noviembre de 2014

Celebración de la Virgen del Rosario en Manchay


     El primer domingo de octubre los jaujinos suelen celebrar su fiesta patronal, la que se realiza secularmente con un programa especial, donde participa toda la comunidad, presididos por las autoridades eclesiásticas y los mayordomos de cada ocasión. Pero desde hace unos años la fiesta se ha descentralizado, pues como los hijos de Jauja han migrado a diversas regiones del Perú, especialmente a Lima, la festividad religiosa también se ha trasladado a la capital, con las mismas características que posee en la ciudad que otrora fuera la principal urbe del flamante país.

     Algunas veces había asistido a dichas celebraciones en la época en que vivía en Jauja, pero realmente no le di la importancia que, evidentemente, puede tener para una persona creyente, pues en vistas de mi gradual escepticismo, que ha terminado estableciéndose en un agnosticismo casi irreversible, paulatinamente me iba alejando de todo aquello que sonara a fe o tuviera connotaciones religiosas, a pesar de mi gran interés por los estudios de lo religioso que posteriormente iría afirmándose mucho más entre mis curiosidades intelectuales.

     Es así que se me presenta la oportunidad de revivir una fiesta tradicional de mi provincia, pero escenificada en un remoto e impensable lugar. Digo remoto por lo distante, tanto de su centro de celebración usual, como por el lugar desde donde debería trasladarme, aun viviendo en la misma ciudad. E impensable por lo arbitrario que haya sido precisamente esta comunidad, situada en el valle de Manchay, la que terminaría acogiendo una festividad de esta naturaleza. Lo de arbitrario es solo en apariencia, si nos atenemos a los antecedentes y personajes en juego –el párroco de la comunidad es un hijo de la provincia juninense, extraño mestizo de ascendencia japonesa, que los naturales conocen como el padre José–.

     La aventura prometía ser interesante, así que nos dispusimos a ir en familia, preparándonos con anticipación para el día señalado, con la expectación de quien aguarda vivir un momento único e irrepetible en su, por lo demás, gris rutina citadina.

     Partimos muy temprano rumbo a Manchay, perteneciente al distrito de Pachacámac, al sureste de la provincia de Lima. El ómnibus que abordamos nos lleva por los distritos de San Juan de Lurigancho, El Agustino, Santa Anita, Ate y La Molina, para al cabo de hora y veinte minutos de recorrido, dejarnos en una amplia avenida, desde donde puede divisarse la colorida iglesia situada en la plaza principal del asentamiento urbano. El día es soleado y la gente se dirige por la única calle que da acceso al lugar de las celebraciones.

     Apenas llegamos a la plaza, nos sorprenden las multicolores alfombras, hechas de flores y aserrín teñido con anilina, confeccionados por los pobladores en una labor de paciente y colectiva participación. En la zona central de la plaza, se ha levantado el altar para la liturgia respectiva, y se han dispuesto cientos de sillas blancas para el público asistente, guarecidos del sol primaveral por un inmenso toldo de lona también blanca. Ubicados en las pocas sillas que quedaban disponibles, nos dispusimos a ser partícipes del ceremonial religioso.

     Es mediodía y el sol reverbera en un cielo malva, una atmósfera calurosa envuelve a todos los circunstantes, que escuchan la prédica sacerdotal entre el sopor de la hora y media de duración y el tedio compartido. La ceremonia va llegando a su fin y por los altoparlantes anuncian que después de la misa se realizará la procesión de la Virgen por todo el perímetro de la plaza, donde aguardan las 42 alfombras alusivas.

     Al son de una banda de músicos, las andas de la Virgen del Rosario, patrona tanto de Jauja como de Manchay, ambos pueblos hermanados por su devoción mariana, recorren los cuatro costados de la plaza principal, acompañadas por cientos de feligreses que, contritos y ceremoniosos, caminan a los lados entre cánticos y oraciones. Nos adelantamos a la muchedumbre para observar las abigarradas alfombras, contemplando sus diversas facturas, apreciando el arte y la paciencia desplegados para su confección.

     Una vez terminada la procesión, luego de otras dos horas de expiación cristiana, en medio del candente sol del desierto, estragados y sudorosos los rostros, la multitud se congrega al pie de la iglesia, mientras la imagen recibe el homenaje de un grupo musical venido desde Jauja, antes de su ingreso al santuario que dará fin oficialmente a la celebración religiosa.

     Los mayordomos, previamente, han invitado a los asistentes al almuerzo de confraternidad, que se servirá en las instalaciones del colegio situado al costado mismo del recinto parroquial. Es así que una vez que la imagen de la patrona de Manchay ha ingresado a su sede central, los hombres y las mujeres que han hecho el recorrido, acuden a la invitación del oferente, ocupando las mesas que han sido dispuestas en un amplio ambiente del local escolar, así como en parte del patio, protegido igualmente por una carpa acondicionada para la ocasión.

     Nos aprestamos a tomar una de las mesas disponibles para almorzar el delicioso menú que nos sirve un regimiento de mozos que, sin embargo, parece que no se dan abasto. Previamente nos servimos una sabrosa chicha de jora que nos espera en una jarra de vidrio, junto a una botella de vino que, seguro, servirá para asentar el almuerzo. Llegan los platos con generosos trozos de cerdo, papas sancochadas y choclos vistosos. Todos comen, luego de la larga jornada religiosa, aunque este es también un acto religioso, una verdadera liturgia de la vida, una celebración cotidiana de la sagrada existencia.  

     Ya el día llega a su fin, la tarde se enseñorea y las primeras sombras empiezan a cubrir la meseta que hace apenas unas horas ardía bajo la canícula del mediodía. También es hora de marcharse, pues la jornada ha terminado y el próximo año nos aguarda para este ritual cíclico, algo que nos permite entender el tiempo cíclico de los antiguos peruanos, para quienes el futuro está atrás y el pasado adelante, pues la concepción temporal de nuestros antepasados poseía esa sabiduría que sólo en hechos como este podemos aprehender cabalmente.

Lima, 17 de octubre de 2014.

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