En uno de los volúmenes de su extensa
autobiografía, el escritor alemán Arthur Koestler recuerda haber indagado en
una oscura hemeroteca europea los diarios que se publicaron el día siguiente al
de su nacimiento, pues eso le brindaría, pensaba él, un material precioso para
trazar las coordenadas de su imprevisible existencia y entender sus
impenetrables arcanos. No estoy seguro que dicha labor lo habría llevado a buen
puerto, pero me pareció curiosa la forma de abordar el misterio de una vida y pensé
que alguna vez podría hacer algo similar, sin la pretensión positivista de
encontrar la verdad de nada, por supuesto; solo con la intención de extender un
pintoresco manto lúdico a algo que está más allá de nuestra racional
comprensión cartesiana.
El
año en que yo nací, por ejemplo, Jean Paul Sartre rechazó el Premio Nobel de
Literatura, en una carta muy bien detallada donde exponía las razones de su
insólita decisión; Quino, el genial humorista argentino, dio nacimiento a
Mafalda, esa niña contestataria y filósofa que se convertiría en todo un
símbolo de la época; y en el Perú ocurrió la tragedia del Estadio Nacional, un
aciago incidente en el que perdieron la vida un número indeterminado de
personas debido a un error en el arbitraje que suscitó la reacción de las
tribunas y la consiguiente represión policial.
1964 también fue el año que se dio inicio
a la lucha armada en Colombia, cuando nacen las FARC y desatan un conflicto que
por estos días trata de ponerse fin a través de conversaciones auspiciadas por
Cuba en La Habana; Joan Manuel Serrat, ese magnífico cantautor catalán, publica
su primera producción musical, dando inicio a una brillante carrera de éxitos y
reconocimientos en el mundo del arte; en Estados Unidos se dio la ley del fin
de la segregación racial, que daba fin formalmente a una vil práctica que hasta
el día de hoy, sin embargo, sigue lastrando a esa y a otras sociedades; y en México
se publica Lima, la horrible,
polémica obra del inolvidable Sebastián Salazar Bondy, donde desbarata el mito
de la arcadia colonial de una ciudad que con los años ha sufrido muchas
metamorfosis.
Ahora, gracias al internet, puedo conocer
una lista prolija, mes por mes, de los principales acontecimientos de ese año,
que fue bisiesto, para comenzar. Pero sería una redundancia ponerme a copiar
cada hecho que me parece destacable de esa larga relación; mas lo que sí me
resulta relevante es subrayar los sucesos de los días previos al 14 de
diciembre, la fecha que los hados determinaron que recalara en este mundo. Por
ejemplo, la asunción, el primer día de diciembre, de Gustavo Díaz Ordaz como
presidente de México, quien tendría un triste protagonismo a raíz de los
acontecimientos luctuosos de 1968, cuando fueron reprimidos brutalmente cientos
de manifestantes en la plaza de Tlatelolco, en uno de los tantos episodios de
violencia política que han enlutado y siguen enlutando al admirable país de
Octavio Paz y Diego Rivera, de Silvestre Revueltas y Sor Juana Inés de la Cruz;
o lo ocurrido el día 3, cuando cientos de estudiantes de la Universidad de
Berkeley, en California, fueron arrestados por manifestarse en contra de la
Guerra de Vietnam, una de las tantas que el imperio acostumbra realizar en
cualquier rincón del planeta; o la entrega del Premio Nobel de la Paz en Oslo
al legendario líder de los derechos civiles Martin Luther King; o el discurso
que pronunció el día 11 en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el ya
mítico guerrillero argentino Ernesto Che Guevara, figura controvertida en el
panorama político de Latinoamérica, especialmente en estos tiempos convulsos; o
más precisamente, el hecho axial situado en el mismo 14 de diciembre, la orden
dada por la Suprema Corte de los EE.UU. para que los hoteles no puedan negarles
alojamiento a los negros, como parte de la campaña, al parecer inacabable, de
exterminar para siempre con el racismo de la faz de la tierra.
A nivel de política internacional, Lyndon
Jhonson gobernaba el país del norte, habiendo reemplazado el año anterior al
asesinado presidente John Kennedy; Charles de Gaulle, el general victorioso de
la segunda guerra mundial, era el inquilino del Palacio del Elíseo; en la
China, el presidente Mao se aprestaba a llevar a cabo la llamada Gran
Revolución Cultural, uno de los fenómenos más ásperos y polémicos de la
historia del país asiático; y en mi país, vivíamos los primeros años del
gobierno democrático del arquitecto Fernando Belaúnde Terry, que acabaría
abruptamente, como es lo frecuente en el Perú, el 3 de octubre de 1968, cuando
se produjo el golpe de estado del general Juan Velasco Alvarado.
En el campo cultural, eran los años del
denominado boom de la literatura
latinoamericana, un fenómeno editorial que disparó las ventas de los libros de
nuestros escritores como nunca antes había sucedido, merced, claro está, a la
eclosión milagrosa de una pléyade de grandes creadores que elevaron el nivel de
las letras castellanas hasta alturas sólo comparables a las del Siglo de Oro
español. Y en el terreno musical, el afamado grupo The Beatles hacían furor en
el mundo, mientras se avecinaba el gran Festival de Woodstock, escenario
privilegiado de la rebeldía y la contracultura en el mundo juvenil de occidente,
signado además por la presencia del hippismo,
la irrupción más crítica en el seno mismo de las sociedades capitalistas.
¿Todo eso habrá configurado, de alguna
misteriosa manera, mi forma de ser, mi carácter, mi personalidad y mi destino?
No lo sé. Tal vez se trate simplemente de una curiosidad lúdica, como ya lo
dije, de un gracioso divertimento con las coincidencias y las encrucijadas. O
quizás, subliminalmente, a un nivel de la consciencia que no somos capaces de
procesar, toda esa amalgama de ocurrencias ha determinado las coordenadas de mi
existencia de un modo que nunca seré capaz de abarcar, pero cuya huella está en
cada acto, pensamiento o decisión que tomo, como si fuera el sello de la época
estampada para siempre en la tela invisible de mi alma.
Lima,
8 de diciembre de 2014.
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