martes, 30 de diciembre de 2014

1964


     En uno de los volúmenes de su extensa autobiografía, el escritor alemán Arthur Koestler recuerda haber indagado en una oscura hemeroteca europea los diarios que se publicaron el día siguiente al de su nacimiento, pues eso le brindaría, pensaba él, un material precioso para trazar las coordenadas de su imprevisible existencia y entender sus impenetrables arcanos. No estoy seguro que dicha labor lo habría llevado a buen puerto, pero me pareció curiosa la forma de abordar el misterio de una vida y pensé que alguna vez podría hacer algo similar, sin la pretensión positivista de encontrar la verdad de nada, por supuesto; solo con la intención de extender un pintoresco manto lúdico a algo que está más allá de nuestra racional comprensión cartesiana.

     El año en que yo nací, por ejemplo, Jean Paul Sartre rechazó el Premio Nobel de Literatura, en una carta muy bien detallada donde exponía las razones de su insólita decisión; Quino, el genial humorista argentino, dio nacimiento a Mafalda, esa niña contestataria y filósofa que se convertiría en todo un símbolo de la época; y en el Perú ocurrió la tragedia del Estadio Nacional, un aciago incidente en el que perdieron la vida un número indeterminado de personas debido a un error en el arbitraje que suscitó la reacción de las tribunas y la consiguiente represión policial.

     1964 también fue el año que se dio inicio a la lucha armada en Colombia, cuando nacen las FARC y desatan un conflicto que por estos días trata de ponerse fin a través de conversaciones auspiciadas por Cuba en La Habana; Joan Manuel Serrat, ese magnífico cantautor catalán, publica su primera producción musical, dando inicio a una brillante carrera de éxitos y reconocimientos en el mundo del arte; en Estados Unidos se dio la ley del fin de la segregación racial, que daba fin formalmente a una vil práctica que hasta el día de hoy, sin embargo, sigue lastrando a esa y a otras sociedades; y en México se publica Lima, la horrible, polémica obra del inolvidable Sebastián Salazar Bondy, donde desbarata el mito de la arcadia colonial de una ciudad que con los años ha sufrido muchas metamorfosis.

     Ahora, gracias al internet, puedo conocer una lista prolija, mes por mes, de los principales acontecimientos de ese año, que fue bisiesto, para comenzar. Pero sería una redundancia ponerme a copiar cada hecho que me parece destacable de esa larga relación; mas lo que sí me resulta relevante es subrayar los sucesos de los días previos al 14 de diciembre, la fecha que los hados determinaron que recalara en este mundo. Por ejemplo, la asunción, el primer día de diciembre, de Gustavo Díaz Ordaz como presidente de México, quien tendría un triste protagonismo a raíz de los acontecimientos luctuosos de 1968, cuando fueron reprimidos brutalmente cientos de manifestantes en la plaza de Tlatelolco, en uno de los tantos episodios de violencia política que han enlutado y siguen enlutando al admirable país de Octavio Paz y Diego Rivera, de Silvestre Revueltas y Sor Juana Inés de la Cruz; o lo ocurrido el día 3, cuando cientos de estudiantes de la Universidad de Berkeley, en California, fueron arrestados por manifestarse en contra de la Guerra de Vietnam, una de las tantas que el imperio acostumbra realizar en cualquier rincón del planeta; o la entrega del Premio Nobel de la Paz en Oslo al legendario líder de los derechos civiles Martin Luther King; o el discurso que pronunció el día 11 en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el ya mítico guerrillero argentino Ernesto Che Guevara, figura controvertida en el panorama político de Latinoamérica, especialmente en estos tiempos convulsos; o más precisamente, el hecho axial situado en el mismo 14 de diciembre, la orden dada por la Suprema Corte de los EE.UU. para que los hoteles no puedan negarles alojamiento a los negros, como parte de la campaña, al parecer inacabable, de exterminar para siempre con el racismo de la faz de la tierra.

     A nivel de política internacional, Lyndon Jhonson gobernaba el país del norte, habiendo reemplazado el año anterior al asesinado presidente John Kennedy; Charles de Gaulle, el general victorioso de la segunda guerra mundial, era el inquilino del Palacio del Elíseo; en la China, el presidente Mao se aprestaba a llevar a cabo la llamada Gran Revolución Cultural, uno de los fenómenos más ásperos y polémicos de la historia del país asiático; y en mi país, vivíamos los primeros años del gobierno democrático del arquitecto Fernando Belaúnde Terry, que acabaría abruptamente, como es lo frecuente en el Perú, el 3 de octubre de 1968, cuando se produjo el golpe de estado del general Juan Velasco Alvarado.

     En el campo cultural, eran los años del denominado boom de la literatura latinoamericana, un fenómeno editorial que disparó las ventas de los libros de nuestros escritores como nunca antes había sucedido, merced, claro está, a la eclosión milagrosa de una pléyade de grandes creadores que elevaron el nivel de las letras castellanas hasta alturas sólo comparables a las del Siglo de Oro español. Y en el terreno musical, el afamado grupo The Beatles hacían furor en el mundo, mientras se avecinaba el gran Festival de Woodstock, escenario privilegiado de la rebeldía y la contracultura en el mundo juvenil de occidente, signado además por la presencia del hippismo, la irrupción más crítica en el seno mismo de las sociedades capitalistas.

     ¿Todo eso habrá configurado, de alguna misteriosa manera, mi forma de ser, mi carácter, mi personalidad y mi destino? No lo sé. Tal vez se trate simplemente de una curiosidad lúdica, como ya lo dije, de un gracioso divertimento con las coincidencias y las encrucijadas. O quizás, subliminalmente, a un nivel de la consciencia que no somos capaces de procesar, toda esa amalgama de ocurrencias ha determinado las coordenadas de mi existencia de un modo que nunca seré capaz de abarcar, pero cuya huella está en cada acto, pensamiento o decisión que tomo, como si fuera el sello de la época estampada para siempre en la tela invisible de mi alma.

Lima, 8 de diciembre de 2014.  

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