viernes, 25 de agosto de 2017

Arturo Corcuera: fábula y sueño

    Uno de los poetas más notables del Perú acaba de abordar su bíblica nave hacia mares ignotos, allá donde lo esperan aquellos que se fueron antes para habitar la tierra áurea de los inmortales, esos territorios de quimera que los dioses han destinado para el disfrute y  el descanso de los magos de la palabra, los hechiceros del verbo, demiurgos inconmensurables del verso, hijos de carne y sangre de la poesía.
    Nacido en un puerto de la costa norte del país, Salaverry, adonde llegó su padre juez de primera instancia, Arturo Corcuera vivió sus primeros años entre la arena, la playa y la fauna marina, que dejarían su impronta en los ojos curiosos e inocentes de ese niño que ya poseía el aura imborrable de la poesía. Su imaginación seguiría alimentándose cuando la familia dejó la costa y se instaló en los feraces valles andinos, donde encontró otros elementos que enriquecieron su vasta colección de animales que luego irían a poblar sus versos.
    Ganador de innumerables premios de poesía, aquí y en el extranjero, adquirió renombre con un libro que ya es todo un clásico de nuestras letras, Noé delirante, publicado en 1963 por la editorial La Rama Florida, dirigida otro magnífico poeta, Javier Sologuren, y que ha tenido más de una decena de ediciones. A lo largo de más de cincuenta años el libro ha ido creciendo, ensanchando sus dominios en el ámbito poético y consolidándose como la creación más afortunada de Arturo Corcuera.
    Recorrió el mundo invitado a diversos encuentros y recitales de poesía, donde tuvo ocasión de conocer a grandes poetas de otras latitudes, entre ellos al chileno Pablo Neruda, al español Vicente Aleixandre y al caribeño Derek Walcott, todos ellos premios Nobel de Literatura. Recuerda el poeta que cuando conoció a Aleixandre, a quien dio a leer su famoso libro, éste le dijo que era muy difícil escribir poemas breves, porque era como dar en el blanco con poco tiempo, pero que él lo había conseguido.
    Es que es difícil resistirse al encanto y a la maravilla de los poemas que integran Noé delirante, un auténtico fabulario lleno de insólitas metáforas, juegos verbales, sentido lúdico de la naturaleza y un finísimo humor, no sin dejar regado por uno y otro rincón, esa crítica social que también caracterizó al poeta liberteño. Fábulas que están impregnadas de felices connotaciones simbólicas y hallazgos sorprendentes que se solazan con el significado de las palabras y las cosas.
    Fácilmente reconocible en medio de una multitud, por su nívea melena y su aguda mirada, Arturo Corcuera vivía en su casa de Chaclacayo en medio de sus colecciones de libros, cuadros, grabados, fotografías, esculturas, medallas y diplomas, obtenidos a lo largo de una vida consagrada a las musas, a quienes debía servir día y noche, pues sino se iban con otro, según lo aclaró en una de sus últimas entrevistas. Rodeado además de un paisaje natural que hacía propicio el trabajo para el que su espíritu estaba dotado con creces.
    Siempre fue consciente Arturo Corcuera de que el poeta nace y se hace, pues no es suficiente el haber llegado a este mundo en la posesión de un don que te distingue del resto de los mortales, sino que había que leer mucho, conocer, investigar, experimentar lo humano, vivir, en una palabra, para tener el temple necesario de expresar a través de las palabras esa peripecia fantástica de nuestro estar en la Tierra, y sobre todo hacerlo con el talento y la destreza que logren cuajar en ese algo tan inasible pero tan concreto como es la belleza, para asombro y deleite de los privilegiados lectores que tengan la dicha de ser tocados por sus versos.
    La muerte de un poeta nos empobrece como especie, pues entraña la pérdida de una particular manera de sentir el universo, una sensibilidad única que nos abandona. Mas tenemos en compensación un valioso consuelo: su obra, el testimonio espléndido de su paso por la vida ataviado con esa mirada alucinada y lúcida, reflexiva y delirante, la expresión cabal de nuestra condición transmutada en esa sucesión de signos y sonidos melódicos, paródicos y míticos que los griegos llamaron poiesis, es decir, creación, invención, el paso del no-ser al ser.


Lima, 24 de agosto de 2017.        

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