Una verdadera ola de acusaciones y
denuncias se ha desatado en las últimas semanas en contra de figuras conocidas
del mundo del cine, el teatro, el deporte y la política. La razón es una: el
acoso y maltrato sufridos por decenas de mujeres a manos de un número
significativo de hombres. Son muchas las mujeres que han salido a la luz de la
opinión pública para contar sus dolorosas experiencias en las que fueron
víctimas de agresiones, insultos, tocamientos, violaciones y otras formas de
comportamiento delictivo y bestial que un grupo de energúmenos, que deshonran a
la especie, les han infligido.
El afamado y reconocido productor de
Hollywood Harvey Weinstein, los actores Bill Cosby y Kevin Spacey, el humorista
Louis C.K., y en nuestro medio el director de teatro Guillermo Castrillón, y
muchos más han sido señalados como culpables de haber perpetrado actos abusivos
y nefandos en contra de una cantidad cada vez más alarmante de mujeres en nuestro
país y en el mundo. Cómo no mencionar a este propósito también a esos numerosos
agentes, representantes o promotores artísticos, especialmente en el terreno de
la música, que para validar o gestionar las carreras de jóvenes cantantes o
intérpretes, las someten a sucios chantajes, ejerciendo una posición de dominio
con el fin de aprovecharse y abusar de ellas.
Un machismo fuertemente enraizado en la
mentalidad colectiva, especialmente varonil, se erige en el principal factor de
una conducta que, como el racismo o la xenofobia, es una expresión más de la
infinita estupidez humana. Estereotipos secularmente establecidos en las más menudas
actitudes, de aquello que con cierto tufillo de superioridad se llama “virilidad”,
se han normalizado hasta el grado de la banalización en todos los estratos
sociales, producto de lo cual resultan comunes y corrientes frases, chistes y
hasta caricaturas que en cualquier reunión se escuchan proferir a hombres y a mujeres
también, por increíble que parezca.
Un nuevo concepto de “hombría” debe
imponerse a nivel de la educación y la cultura en la familia y en la sociedad,
para sacarnos esa costra retrógrada que arrastramos como un lastre en nuestra
conceptualización del fenómeno. Una valoración superior, más cabal y humanista
del hecho de ser hombre, se impone como una necesidad perentoria en el
consciente e inconsciente colectivos, para desterrar definitivamente –aunque suene
a quimera y utopía– esa categorización primitiva y burda del “macho” como
modelo y paradigma de la conducta del hombre. Cuán vigente sigue estando la frase
lapidaria del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, cuando decía que el hombre
es algo que tiene ser superado, y que así como ahora el hombre mira al mono,
así el hombre superior mirará al hombre.
Ni las campañas masivas tipo “Ni una menos”,
expresadas en multitudinarias marchas y manifestaciones en las principales
ciudades del país, ni las virtuales como #MeToo en las redes sociales, podrán
hacer mucho si no se asume ese profundo cambio como una tarea urgente. La
evidencia está en que a pesar de lo exitosas que fueron en las calles y en el
ciberespacio dichas expresiones de rechazo a la misoginia, los crímenes se han
seguido sucediendo, incrementándose pavorosamente en este año hasta límites
nunca vistos.
Esto no quiere decir que no sean
necesarias, pues está claro que lo son, para visibilizar y poner en el foco de la
atención pública, así como en la agenda del gobierno, un asunto que incumbe a
todos. La institucionalización, a través de Naciones Unidas, de un Día Internacional
de la No Violencia contra la Mujer, ayuda mucho en este contexto de la
concientización de un problema que cada vez adquiere ribetes de pandemia, y que
es imperativo detener para evitar que nuestra civilización naufrague en un
lodazal de barbarie y salvajismo en plena era de la informática, la cibernética
y tantos otros avances científicos, pero que desgraciadamente no tienen su
correlato en la evolución de este mal llamado homo sapiens.
Es triste y penoso figurar como el país que
figura entre los primeros lugares de los que ejercen violencia hacia la mujer;
deplorable realidad que constituye un auténtico baldón para nuestra dignidad
como nación. Pero más allá de ello, porque nuestras hermanas, esposas e hijas
se convierten en potenciales víctimas de sujetos como los mencionados, pues
nunca sabremos en qué momento van a ser o están siendo violentadas y sometidas
a vejámenes sin nombre, como todas aquellas aspirantes a actrices, coreógrafas,
cantantes o deportistas de competición, en manos de alevosos depredadores,
callando todo este tiempo por temor, vergüenza o golpe psicológico.
Al parecer la escena empieza a cambiar, por
lo menos con la puesta en evidencia de algo que se mantuvo en silencio y en
secreto durante tanto tiempo. Nunca será tarde para luchar por una vida más
digna y decente para los hombres y las mujeres de este mundo, para que nunca
más tengamos noticia de una “mujer rota”, como en el famoso libro de Simone de
Beauvois.
Lima,
02 de diciembre de 2017.
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