El acontecimiento político más formidable
del siglo XX, el que despertó la esperanza de millones de desheredados en un
inmenso país sumido en la explotación, la desigualdad y la miseria tras más de
trescientos años de la monarquía de los Romanov –la más longeva de Europa–,
cumple su primer centenario, en medio de intensos debates sobre su legado y en
la terrible comprobación de lo estrepitosa que fue su caída.
Esta borrasca social y política que en
menos de diez meses le cambió totalmente el rostro a la gran nación rusa, se
inició en febrero de 1917 –según el calendario juliano, que vendría a ser en
marzo en nuestro calendario gregoriano–, cuando la llamada revolución liberal
encabezada por Aleksandr Kérenski y la fuerza indetenible del pueblo empujó a
la abdicación del Zar Nicolás II, estableciéndose un gobierno provisional que
duraría hasta octubre –noviembre para nosotros–, en que la segunda ola de la
marea revolucionaria, esta vez más radical y de signo socialista, bajo el
liderazgo de Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin, tomaría el
Palacio de Invierno en San Petersburgo e instauraría el régimen de los sóviets,
o consejos de obreros, soldados y campesinos.
Hijo de una familia de la clase media
acomodada de provincia, el joven Vladimir habría de vivir dos hechos dolorosos
a sus cortos 13 años: la muerte de su padre, de sólo 42 años; y el asesinato de
su hermano Aleksandr, acusado de conspiración terrorista por las autoridades
del Zar. Es entonces que germina en él la idea de acabar definitivamente con el
gobierno abusivo y despótico de la monarquía de los Romanov. Exiliado en
Zúrich, emprende el viaje más controvertido de un dirigente comunista: dentro
de un tren sellado, recorre en ocho días la distancia que lo separa de San
Petersburgo, la capital del imperio, el cráter humeante del volcán
revolucionario. Se dice que un político comunista alemán realizó las gestiones
para que el líder bolchevique pueda atravesar territorio germano en plena
guerra mundial. Por esta razón, muchos fueron los que lo acusaron de traición,
incluso de ser un espía al servicio del gobierno del Káiser; pero lo cierto es
que ambos aprovecharon las circunstancias que se les presentaron, valiéndose de
ellas con gran sentido del oportunismo político.
Ya al mando de la revolución, haría frente
a la reacción de la aristocracia destronada del poder, enfrentándose al
ejército de los blancos rusos contrarrevolucionarios en una guerra civil que
duró cinco años, para terminar
imponiéndose gracias a la audacia y la sagacidad de León Trotski, el legendario
jefe del Ejército Rojo. Mas por esos años Lenin empezaría a ver cómo su salud
se iba resquebrajando peligrosamente, retirándose a lugares de descanso donde
creía poder recuperar la energía deteriorada; pero todo fue en vano. Después de
haber proclamado la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922,
apenas un par de años estaría al mando del flamante país cuando en 1924 muere
intempestivamente, quedando acéfala la conducción del gigantesco país. La
disputa por la sucesión enfrentó a dos personalidades disímiles, a dos hombres
que el destino puso frente a frente para dirimir su poder y llevarlos a la más
feroz rivalidad: Trotski y Stalin.
Triunfante Stalin de la lucha por el poder,
al poco tiempo Trotski tiene que marchar al exilio, estableciéndose primero en Turquía,
después en Francia y Noruega, para luego instalarse definitivamente en México.
Hasta allí le alcanzaría el largo brazo homicida de su encarnizado enemigo.
Luego de un primer intento de asesinato, donde estuvo involucrado,
increíblemente, el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, Trotski sale
indemne, salvándose providencialmente en un rincón de su casa en Coyoacán. Pero
la segunda arremetida sí fue letal. El stalinista español Ramón Mercader
pasaría a la historia como el asesino que acabó con la vida del político,
escritor y filósofo que fue protagonista de primer nivel de las jornadas de octubre.
Se valió para ello de un piolet, instrumento con el que descerrajó certeros
golpes en la cabeza del líder histórico, cerrando de esta manera un capítulo
más de la Revolución Rusa.
Lo curioso es que, al momento de recibir el
ataque, Trotski trabajaba hacía un buen tiempo en la biografía de quien sería
su verdugo, libro que acaba de ser editado por el nieto del revolucionario, con
la colaboración de una universidad estadounidense adonde fueron confinados los
archivos del autor en previsión de cualquier circunstancia que alterara sus
fines. Según informan los cables, se trata de un enjundioso volumen de cerca de
mil páginas, donde está el retrato más completo de quien es considerado, junto
con Hitler, uno de los mayores genocidas del siglo XX, culpable de los
tristemente célebres gulags,
verdaderos campos de concentración donde eran exterminados millares de
opositores y perseguidos del régimen totalitario en que Stalin convirtió la
revolución socialista.
Que el siglo transcurrido de este magno
acontecimiento nos sirva para reflexionar sobre el destino, a veces atravesado,
que el designio de los hombres le da a la historia, terminando muchas veces en
grandes desencantos y decepciones lo que en su momento se erigió en brillante
porvenir. La construcción del comunismo, como la de cualquier otra utopía,
devino en un sangriento experimento que colapsó siete décadas después. Las
luminosas ideas de Karl Marx, ideólogo de la revolución, que debieron plasmarse
en una maravillosa realidad, acabaron deformadas y traicionadas por la indómita
estulticia de un puñado de pequeños hombres poseídos por el insaciable demonio
del poder.
Lima,
11 de noviembre de 2017.
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