sábado, 11 de noviembre de 2017

Sobremesa con Ribeyro

    Durante muchas noches de este último invierno limeño he tenido el inmenso privilegio de sentarme, después de la agotadora jornada diaria –y enseguida de una frugal cena–, para una charla singular con el queridísimo y entrañable escritor Julio Ramón Ribeyro, siendo partícipe de su voz y de su pensamiento a través de la lectura de La caza sutil (Revuelta Editores, 2016), el volumen que reúne el conjunto de sus artículos de prensa, publicados entre 1953 y 1994, con prólogo y notas de Jorge Coaguila, probablemente el más acucioso investigador de la obra del autor de La palabra del mudo.
    Ha sido una serie de encuentros provechosos y enriquecedores, que me han revelado un sinfín de asuntos, todos ellos interesantes, de sus múltiples búsquedas y hallazgos. Están, por ejemplo, sus visiones de la literatura peruana, latinoamericana y francesa, a las que dedica varios estudios, enfocándose en destacar los autores que ha conocido y leído, o que han influido notablemente en perfilar su vocación, como es el caso de Flaubert y, sobre todo, el de Maupassant, cuentista francés que sería el gran referente del creador peruano. Anécdotas y detalles curiosos de otros que yo insignemente ignoraba; como por ejemplo, el que don Ricardo Palma estuvo a punto de perecer en un naufragio, mucho antes de que escribiera esa vasta colección de sus tradiciones que constituye su máximo legado literario. Así como la descripción prolija de la espantosa muerte de Abraham Valdelomar en Ayacucho cuando apenas frisaba los 31 años. El detalle aquel de que murió sin socorro alguno en una letrina hedionda nos sobrecoge por su horror y repulsión a la vez.
    También desconocía la azarosa vida del pintor italiano Caravaggio, cuya reseña me dejó igualmente perturbado. Uno no se imagina la existencia de un artista en los límites mismos del delito, sobrellevando una existencia en constante conato con la justicia, perseguido por sus indómitos demonios y muerto de extenuación en una playa solitaria adonde había llegado a parar víctima de sus numerosas malandanzas. Un verdadero pacto con las tinieblas, como reza el título del ensayo de Ribeyro. Sorprende asimismo el manifiesto que firmaron en 1965 en París ocho peruanos, entre ellos Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Hugo Neira, apoyando a las guerrillas que en ese año se alzaron en los Andes centrales del Perú. A juzgar por el tiempo transcurrido, los cambios experimentados por uno u otro, las mudanzas ideológicas y políticas de cada quien, no puede uno sino mirar con una sonrisa de inocente perplejidad los bandazos que da la vida en la evolución del pensamiento y las ideas de los hombres.
    Es sugestiva la tesis que plantea sobre las alternativas del novelista en un ensayo donde vuelca todo su conocimiento y sabiduría en la subyugante tarea de escribir ficciones. En la elección del tema, del estilo y del lenguaje, entre otras posibles vías que se le presentan para la creación, postula Ribeyro una serie de opciones para la aprehensión del mundo que cada vez es más inabarcable.
    El triste destino del poeta Ovidio, muerto en el exilio y enemistado con el poder; el asesinato de Javier Heraud, en las selvas de Madre de Dios; un magnífico autorretrato del autor, a la manera del siglo XVII; una breve incursión al tema de los diarios íntimos, asunto en el que también andaba comprometido el escritor; una reflexión en torno a la obra poliédrica de Jorge Eduardo Eielson, un artista de su generación; son algunos de los numerosos temas que aborda la pluma certera, luminosa y encantadora del querido Julio Ramón. Para mí serán inolvidables estos encuentros de sobremesa que sostuve en intensas jornadas de un diálogo singular, en una dimensión metafísica, con este maravilloso personaje.

Lima, 4 de noviembre de 2017.   

     

No hay comentarios:

Publicar un comentario