sábado, 23 de diciembre de 2017

Abimael: habitante de las tinieblas

    En todos los peruanos está marcado con fuego en la memoria los años del terror que vivimos cuando una banda de fanáticos extremistas decidió asaltar el poder a través de la revolución, pero utilizando los métodos más violentos y sanguinarios, como nunca antes se había visto en nuestra historia. El nombre que resume esa pretensión utópica, el sonido que evoca lo peor de aquella época está cifrado en el nombre de su líder: Abimael, patronímico de claras resonancias bíblicas, trufado de cierto misticismo heterodoxo y justicieras aspiraciones terrenas.
    La historia de ese hombre singular que se preparó desde muy joven para su propio designio épico está contada con lujo de detalles en el libro Abimael: el sendero del terror (Planeta, 2017), escrita por el periodista de investigación Umberto Jara, quien ha desplegado para la tarea sus mejores armas de cronista y reportero para entregarnos un texto que hurga en los meandros biográficos e ideológicos de una figura siniestra de las últimas décadas del siglo XX.
    Una trayectoria errática en su infancia y niñez marcaría el sentimiento de desamparo de Abimael. Esta experiencia del desarraigo, los continuos trasiegos de ciudad en ciudad y los cambios constantes de ambiente, le dejaron una tendencia a la preocupación por el mundo y sus problemas, y a no expurgar mucho en sus laberintos interiores. El libro de Jara desvela aspectos desconocidos de la vida de quien luego se convertiría en el cabecilla de la facción armada más violenta de este país. Como que fue abandonado por su madre a los 8 años en Chimbote, pues ella había contraído otro compromiso con un comerciante de origen árabe que no simpatizaba con el niño. Luego pasaría al Callao, donde al amparo de un tío materno vivió sometido, sin embargo, al servicio doméstico de éste. Enseguida, y a raíz de una apendicitis que casi le cuesta la vida, termina de vuelta en Arequipa, en la casa paterna donde es recibido por su madrastra, la chilena Laura Jorquera, quien le brinda el afecto y el cuidado del que había carecido durante todos esos años. Los siguientes serían sus años universitarios y de formación ideológica.
    En 1962 pasaría a instalarse en Huamanga, como docente de la Universidad Nacional de San Cristóbal, verdadero caldero de ideas comunistas que él ayudó a fomentar y organizar. Allí conoce a una estudiante procedente de Huanta, hija de un hacendado que llegaba a Huamanga para establecerse con su familia: Augusta La Torre Carrasco. Luego de un breve noviazgo se casaron en febrero de 1964. Como ella no podía tener hijos, se entregaron a la construcción del Partido, el proyecto político de toda su vida. Ese mismo año se produce la escisión del Partido Comunista, surgiendo el PCP-Bandera Roja de tendencia maoísta, de donde a su vez se desprende en 1970 el PCP-Sendero Luminoso de Abimael Guzmán Reinoso.
    Es fundamental señalar en su evolución doctrinaria su viaje a China a comienzos de 1965 para su preparación ideológica y táctica en la escuela política de Pekín y en la militar de Nankín. Su admiración por el líder de la Revolución China Mao Tse-Tung es incondicional, propia de un fanático, pues trata de emularlo como conductor de un proyecto político a todas luces demencial. Se dice que el jerarca chino es el mayor genocida del siglo XX, con un saldo de 70 millones de víctimas, dejando muy atrás a los tristemente célebres Adolph Hitler y Josep Stalin.
    El papel protagónico de Augusta La Torre, la camarada Norah, como impulsora de la agrupación senderista, sería vital, así como en la creación de “organizaciones generadas” –Movimiento Femenino Popular, Socorro Popular– fundamentales para los objetivos políticos de Guzmán, a quien igualmente llegó a endiosar, perpetuando en sus huestes ese culto a la personalidad característico de los movimientos mesiánicos.
    A contracorriente de los hechos mundiales, muerto Mao en 1976 e iniciándose en 1977 una serie de cambios que desmontaban la llamada Revolución Cultural llevada a cabo en China durante los diez años precedentes; en plena época de declive del comunismo soviético, que en la década siguiente llegaría a su fin, Abimael justificaba el inicio de la lucha armada como parte del avance estratégico de la revolución en el mundo. Absurdo y locura totales: los signos de su perdición.
    Sería Norah la que comandó en 1980 los ataques de Chuschi, de la hacienda Ayrabamba y del fundo de San Agustín de Ayzarca, dando inicio al baño de sangre que espantó al Perú y al mundo en los siguientes doce años. Lo que sigue ya es historia conocida, el terrorismo campeando a sus anchas desde el movimiento subversivo y la respuesta igualmente terrorífica de las Fuerzas Armadas en una estrategia equivocada que no hizo otra cosa que incrementar la espiral de violencia. Luego vendría la captura del denominado “Presidente Gonzalo”, a manos de un grupo especial de la policía, comandado por el General Antonio Ketín Vidal, quienes a través de un paciente trabajo de inteligencia lograron desbaratar a la cúpula de la organización rebelde dando con su cabecilla, luego de un juicio impecable, con sus huesos en prisión condenado a cadena perpetua.
    Es uno de los mejores libros de no ficción que he leído este año, constituyéndose en un valioso testimonio para entender una parte dolorosa de nuestra historia reciente, sobre todo el de su principal protagonista, artífice de un periodo que no debemos olvidar para no volver a repetirlo nunca más.

Lima, 20 de diciembre de 2017.  

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