sábado, 7 de octubre de 2017

España invertebrada

    Resulta penoso para cualquier observador internacional el espectáculo actual de una España en trance separatista, en medio de una situación política de extrema gravedad, a punto de la fractura, como no se había visto desde los tortuosos sucesos del 23 de febrero de 1981, cuando la incipiente democracia estuvo en peligro, conjurado a tiempo por la intervención del rey Juan Carlos en alianza solidaria con una sociedad que despegaba a la vida en libertad después de más de cuatro décadas bajo el oprobio del franquismo.
    La crisis a la que se asoma el país ibérico ha sido propiciada tanto por los afanes nacionalistas y secesionistas de la clase dirigente catalana, encabezada esta vez por el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, con el apoyo de Carme Forcadell, presidenta del parlament; como por la ostentosa incapacidad y falta de liderazgo del gobierno de Mariano Rajoy, encastillado en la inacción y en la miopía política, que le impide vislumbrar una salida inteligente al desafío independentista.
    Aduciendo razones de índole económica, política y cultural, entre otras, Cataluña pretende, desde hace algunos años con mayor virulencia, convertirse en una república independiente de la España de la que forma parte desde 1714, cuando Felipe V de Borbón se impuso a Carlos de Austria en la llamada Guerra de Sucesión, pasando el actual territorio catalán al poder del reino español, y adquiriendo con el tiempo la condición de región autónoma de la que ahora disfruta para disgusto de su clase política y de un sector importante de su población. La amenaza de la declaración de independencia unilateral está a la vuelta de la esquina.
    La consulta sin carácter vinculante del 9 de noviembre de 2014 señaló un punto de inflexión en esta sorda lucha intestina de la España moderna, antecedente inmediato del referéndum celebrado, ilegalmente según el Tribunal Constitucional y las leyes españolas, el pasado 1 de octubre, en medio de una violenta y caótica votación intervenida por las fuerzas policiales enviadas desde Madrid. La jornada se vivió como una vergonzosa demostración de terquedad política por un lado, y de ausencia de tino por el otro, quedando ante el mundo las bochornosas escenas en los centros de votación –con los ciudadanos resguardando los centros de sufragio y los guardias civiles y policías arremetiendo a porrazos las colas–, como la misma imagen de la inmadurez de una clase política que nunca estuvo a la altura de las circunstancias.
    Varios factores entran en juego para un análisis de la problemática separatista en curso. Pero hay dos que entran en colisión absoluta. Lo primero que se debe considerar es el inalienable derecho del pueblo catalán, como cualquier otro, para expresarse políticamente en las urnas; y lo segundo, no menos importante en un Estado de derecho, es el cumplimiento irrestricto de la Constitución y las leyes; lo cual plantea un aparente callejón sin salida, que recuerda la famosa dicotomía que esbozaba Isaiah Berlin en su conocida tesis de las dos verdades. ¿Cuál de ellas debe prevalecer? ¿Cómo resolver esta verdadera cuadratura del círculo jurídico-político? He ahí la cuestión, como diría Shakespeare. Tal vez en un referéndum pactado, como el de Escocia o el Quebec, esté la respuesta.
    El problema es que la salida a este intríngulis político no se enfrentó a tiempo, y se dejó crecer peligrosamente hasta los niveles que todos hemos visto el domingo 1°, en un punto de aparente no retorno, cuando desde el inicio el diálogo, la capacidad para la concertación, la franca deposición de posturas radicales, el entendimiento inteligente y maduro, debió evitar llegar a los extremos a que se ha llegado, poniendo en riesgo ya no sólo el proyecto español, su sana convivencia entre las diferentes autonomías regionales que la integran, sino asimismo el futuro político de Cataluña, enfrentada a su potencial salida de la Unión Europea, al margen del euro y de las instituciones que forman parte de ese formidable proyecto integrador europeo, con todas las implicancias que eso conlleva, en un época donde predominan los afanes integracionistas, aboliendo por retrógrados y contrarios a la historia esas pretensiones nacionalistas en la que ciertas colectividades quieren encerrarse.  
    Es urgente hacer un llamado a la cordura, colmo el que impulsan los intelectuales, artistas y escritores españoles, desde Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina, Javier Marías, hasta Fernando Savater y Joan Manuel Serrat, para que se imponga la sensatez en medio de esta locura, para que cesen los odios y las voces destempladas de todos lados, para que impere la razón y el sentido común antes que el desastre se lleve por la borda todo lo construido hasta ahora en cuarenta años de experiencia democrática.


Lima, 7 de octubre de 2017.     

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