sábado, 19 de noviembre de 2011

El oro o la vida

A raíz de las discusiones sobre la viabilidad del proyecto de explotación minera Conga, en el departamento de Cajamarca, se ha puesto sobre el tapete del interés nacional el problema de las inversiones que en ese rubro tienen numerosas empresas en diversas regiones del Perú, cotejadas con el legítimo derecho de las poblaciones originarias para defender sus tierras ante la codicia desmedida del gran capital.
Las compañías mineras pretender alterar la geografía, erigirse en dioses todopoderosos que pueden modificar a su antojo la tierra que no han creado, y todo con el único propósito de saciar su pantagruélica voracidad usurera. Van a cambiar el curso de los ríos, trasladar las lagunas a reservorios, desplazar poblados enteros; un poco más y nos mueven también las montañas, sin necesidad de fe alguna.
Nos dicen para convencernos, los muy cínicos, que de esa manera van a beneficiar a una población que de otra manera siempre vivirá en la pobreza y el abandono. Y esperan contar con la anuencia y el visto bueno del nuevo gobierno, a pesar de que el presidente expresó durante su campaña que estaría siempre del lado de los más débiles, es decir, de los pueblos que ahora sufren la embestida de las empresas transnacionales en sus propios suelos.
Hay una corriente mundial, alentada por el capitalismo rapaz y salvaje, que busca convertir todo lo que toca en oro, cual versión procaz y degradada del rey Midas, sin importar para ello si con eso se llevan por delante el cuidado y la preservación del medio ambiente, o si se tiene que expulsar de sus tierras a los pobladores ancestrales, o si la propia naturaleza tiene que ser modificada para que se acomode mejor al dictado de sus intereses.
Mientras tanto, el lobby minero está haciendo su trabajo tras bambalinas, agilizando las gestiones en el Congreso para que los empresarios nacionales, aliados con los extranjeros, puedan libremente proceder al saqueo indiscriminado de las riquezas nacionales pasando sobre los derechos inalienables de miles de compatriotas. Parece no importar que haya sido aprobada la Ley de Consulta Previa -que está en proceso de reglamentación-, pues quienes estuvieron en primera fila saboteando su nacimiento, ahora son los secretos asesores de los peones que el capital minero posee en el parlamento.
La madre del cordero es que se quiere ver el crecimiento de un país sólo y exclusivamente en términos económicos. Se sobreestima hasta el límite la importancia del PBI, de la balanza comercial, de las exportaciones. Pero jamás se piensa en la agricultura y la ganadería que se verán afectadas por su ambición, en la vida natural de cientos de miles de peruanos que desean vivir ajenos al tráfago infernal de la contaminación y la depredación de su hábitat.
Se dice que el consumo ha crecido y seguirá creciendo; pero no se ha preguntado a quién beneficia y qué entraña esa atractiva trampa embustera. Creen, los muy filisteos, que los índices de compra y venta son los señuelos perfectos de la calidad de vida y del progreso de los pueblos, aun si ello significa arrasar con la pacífica y metódica existencia de quienes ahora son tratados peor que animales.
No nos engañemos, lo que persiguen es lucrar y sólo lucrar, pues esa es su filosofía rastrera y mezquina. Allá los gonfaloneros de la prensa nacional que etiquetan de “antimineros” a quienes se oponen al abuso y a la amenaza latente, como si ellos también no protestarían si estuvieran en el pellejo de aquestos. No se trata, tampoco, de oponerse porque sí a la minería, sino de hacerlo cuando su práctica implica un grave peligro para el sustento y la vida de personas como nosotros. La aparente disyuntiva del oro o la vida no parece ofrecer un complejo desafío a la cabeza menos racional.
Sucede, sin embargo, que el poder de estas corporaciones, ante el cual este gobierno parece también rendirse, a pesar de las promesas y el compromiso explícito del primer mandatario al asumir el gobierno, terminará imponiéndose, como lo ha venido haciendo desde la colonia, pues en muchos aspectos prevalece en nuestro país una mentalidad colonial, que se doblega con gran facilidad ante los poderes que sostienen el sistema.

Lima, 19 de noviembre de 2011.

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