Vientos inquisitoriales amenazan abatirse sobre la sociedad peruana. El conflicto que enfrenta a las autoridades de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) con el Arzobispado de Lima, y cuyas implicancias han llegado hasta el mismo Vaticano, es un escenario más de la lucha que se libra en el país entre las fuerzas democráticas de la sociedad y aquellas otras, oscurantistas y retrógradas, que se empecinan en recuperar sus privilegios a toda costa. Los detalles legales y jurídicos del caso ya han sido expuestos hasta el hartazgo por los medios de prensa, a pesar de que la controversia continúa en una especie de compás de espera que nos permite augurar momentos sombríos para el porvenir inmediato de esa prestigiosa universidad.
Me preocupa el rumbo que tomarán los acontecimientos si se concreta el omnímodo deseo de la jerarquía católica peruana, a cuya cabeza figura el inefable cardenal Juan Luis Cipriani, proteico personaje de nuestra fauna criolla. No sólo porque providencialmente pude ser un alumno de dicha universidad, cuando apenas terminado el colegio secundario tenté el inmenso desafío de postular a sus aulas con las armas aún novatas del bisoño estudiante que evidentemente requería algo más que el simple coraje. De lo cual no me quejo, pues a los pocos meses ya estaría apto para que otra casa superior -la Universidad Nacional Mayor de San Marcos- me acogiera en su regazo cual sabia madre nutricia.
Me preocupa sobre todo por lo que ello puede significar para el panorama universitario de nuestro país, cuando una de sus más importantes instituciones es el blanco de los apetitos medievales y autocráticos del lado más cavernoso de la Iglesia Católica. Pues nadie ignora que el fementido cardenal es conspicuo miembro del Opus Dei, una de las congregaciones más reaccionarias y verticales que conviven al interior de la clerecía vaticana.
Ya nos podemos imaginar lo que sería una universidad dirigida por los secuaces del Opus Dei, integrantes de una comunidad religiosa que preconiza el pensamiento único, que se arroga ser el único depositario de la verdad y que por lo tanto actúa con suprema intolerancia frente a aquello que considera sencillamente ajeno al saber revelado y divino que ellos creen representar. Nada más alejado, pues, del auténtico espíritu universitario que esa ambición dogmática y ortodoxa de quienes en pleno siglo XXI siguen siendo accionados por los resortes intelectuales y espirituales del siglo XVI o XVII.
El concepto mismo de universidad dejaría de tener sustento, convirtiéndose la PUCP en un mero apéndice del Arzobispado o del Vaticano, abandonando su sentido más profundo de entidad hecha para la búsqueda afanosa de la verdad, para la confrontación elevada de las ideas, para el diálogo enriquecedor de las ideologías y las filosofías, para la investigación incesante y mística del conocimiento. Es decir, el uno dentro de lo diverso, que es la esencia del espíritu universitario, se perdería irremisiblemente.
No comprendo, por ello, que algunos ex alumnos de la PUCP -que creo son felizmente pocos-, avalen el zarpazo que se prestan a cometer el cardenal y compañía en contra de la autonomía y la independencia de esa casa de estudios. Amparados en argucias legales, esgrimiendo toda clase de razones y sinrazones, pretenden tomar el control académico y económico de la universidad para apuntalar sus nada santos objetivos personales.
O tal vez porque coinciden con sus objetivos políticos, así como el de cierto sector de la prensa, hay quienes secundan esta embestida eclesial contra el verdadero templo del saber que es la universidad. Y no es extraño que ello suceda, porque desde la campaña por la presidencia, y aun antes, esos sectores alentaron una cruzada para desprestigiar a figuras señeras de la PUCP, aludiendo a su militancia de izquierda -a la que estos cojinovas tildan de caviar-, figuras que prestigian a cualquier sociedad civilizada, como por ejemplo el actual rector Marcial Rubio Correa, o Salomón Lerner Febres, quien también fuera rector y además presidente de la CVR.
En fin, se trata por lo tanto de salir a defender los fueros amenazados de la universidad peruana, personificados esta vez en la PUCP, quizás el baluarte más apetitoso de la educación peruana para quienes intentan dirigir sus destinos. No debemos permitir que asuman su gobierno quienes desprecian los derechos humanos, quienes se zurran en la libertad de culto, quienes son -ellos sí- el símbolo de la intolerancia y el odio, quienes miran el mundo y las cosas desde el sesgado pedestal de su miopía histórica.
Lima, 3 de septiembre de 2011.
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