Han transcurrido ya más de cien días desde que el nuevo
gobierno asumió sus funciones el 28 de julio pasado. Los analistas suelen
realizar en este plazo de tiempo un balance de los aspectos más significativos
de la función gubernamental con el fin de apuntar algunas perspectivas en el
corto y mediano plazo. No pretendo ser muy exhaustivo ni prolijo en mi propia
visión de la realidad de todo este tiempo que ha pasado. Lo primero que habría
que decir es que la cifra no deja de ser arbitraria, por qué cien y no
doscientos, o ciento cincuenta, en fin, lo cierto es que ello se toma de ser
una referencia histórica muy conocida que sirve de marco para el enfoque de un
acontecimiento político.
La instalación del nuevo gobierno en julio venía precedida
de una inaudita reclamación del partido perdedor, que aducía, sin ningún
fundamento, la existencia de un fraude, señal de su descontento y de su
incapacidad para aceptar la derrota como parte del juego democrático. En la
mentalidad de sus representantes estuvo la figura de la vacancia presidencial
desde el primer momento en que se supo el resultado de la segunda vuelta,
reacción poco novedosa, sin embargo, en una agrupación que había tenido la
misma conducta en elecciones pasadas, si bien ahora lo hacía de una forma más
alevosa y malsana. Como en el imaginario de la señora K. perder no es una
opción válida, pues se embarcó en una campaña nauseabunda que buscó
desprestigiar a toda institución que osara desmentir su falaz discurso del
fraude.
Los primeros pasos del nuevo gobierno fueron erráticos y
cuestionables, sobre todo en la designación de algunos ministros y funcionarios
que no reunían las condiciones de idoneidad y mérito suficientes para hacerse
cargo de las misiones encomendadas. Eran tanteos de aprendiz, pues la verdad es
que el candidato Castillo no tuvo nunca la certeza de pasar a segunda vuelta y
vencer finalmente en los comicios que lo llevaron a la presidencia de la
República. Sus discursos de curtido sindicalista lo fueron lentamente
encumbrando a la preferencia del electorado, que finalmente decidió su triunfo
por un estrecho margen de 44 mil votos. Esa imprevisión, sumada a su carencia
de vínculos con los círculos de poder tradicionales, así como su formación
elemental en materia política, explican tal vez los tanteos equívocos de sus
primeras medidas.
Otra carga pesada que ha debido sobrellevar en estos meses
es el partido que lo ha llevado al poder, una agrupación de extrema izquierda,
pero conservadora y dogmática, congelada en los postulados del comunismo
internacional de los años 60 del siglo pasado. Su líder es un sentenciado por
la justicia por casos de corrupción, delitos que cometió siendo gobernador de
la región Junín. Como parte de las cuotas de poder que le correspondía, Perú
Libre (PL) colocó algunos ministros que enseguida fueron puestos en el foco de
la atención pública, descubriéndose en la mayoría de ellos aspectos personales
desagradables de su pasado, así como insuficientes condiciones profesionales. Más
de 10 ministros han sido removidos en tres meses de gobierno, entre ellos Guido
Bellido, primer presidente del Consejo de Ministros del flamante régimen. En
paralelo, desde el Congreso el líder del partido de extrema derecha Renovación
Popular (RP) amenazó tumbarse uno por uno a los ministros apenas designados.
De esta manera, semana tras semana de revelaciones que la
prensa presentaba como motivos de escándalo, la inestabilidad se instaló como
característica esencial de la vida política. Parecido escenario se observaba en
el Congreso, que sin embargo no trascendía a la opinión pública de la forma como
se trataba al Ejecutivo. Las mismas jugarretas, las mismas contrataciones de
asesores y técnicos que realizaban los congresistas, no eran visibilizadas por
los grandes medios y sus periodistas de ocasión. La crisis se hace crónica, es
como si hubiésemos ingresado en un largo túnel oscuro de incertidumbre y
desesperanza, en medio de una coyuntura internacional que también se yergue
como factor que determina en parte la situación económica que vivimos.
Para colmo de males, con la pandemia que acogota todavía al
mundo entero, una congresista con vínculos delincuenciales en el Callao, tiene
la desfachatez de proponer nuevamente la vacancia a un pleno que la escucha estupefacto
primero, para luego convertirse en el plan de los partidos que siempre
alentaron esa medida extrema cada vez que su capricho se los dictaba. La
primera en adherirse a la insensata propuesta, como no podía ser de otra
manera, ha sido la excandidata de Fuerza Popular (FP), culpable de blandir esa
arma como una chaveta del lumpenaje
político a un ritmo de una vez cada año. Es decir, las tres fuerzas
parlamentarias que son en verdad variantes del fujimorismo de siempre, se
presentan otra vez en escena para exhibir su opereta golpista, vuelven a
mostrar con total impudicia sus propósitos irresponsables, antidemocráticos y
demenciales.
Cuándo se ha visto que un partido político tenga como
principios y convicciones la vacancia, como se colige del mensaje que ha
publicado la señora K. en las redes sociales. Gente sin moral ni principios se
permite pontificar delante de todo el mundo sin que se le mueva un músculo. Una
persona con prontuario, a punto de volver a la cárcel por los numerosos delitos
de los que se la acusa, tiene la indecencia de dictar cátedra de ética desde su
cuenta en Twitter, como si el haber
orquestado su actividad criminal bajo la fachada de una agrupación política le
franqueara la oportunidad de convertirse en referente moral del país. No se
puede estar jugando con fuego por quítame estas pajas, llevando a toda la
población de zozobra en zozobra y amenazando no sólo la estabilidad política
sino también la lenta recuperación económica que viene experimentando el país
luego de tantos meses de paralización debido a la emergencia sanitaria.
La llegada de Mirtha Vásquez a la presidencia del Consejo de
Ministros le ha aportado una pátina de sensatez y confianza a la conducción
gubernamental, a pesar de que algunos voceros de la bancada cerronista y los
ministros que lo representan en el gabinete hacen todo lo posible por boicotear
el trabajo lleno de cordura que le ha impreso la expresidenta del Congreso de
la República. De la oposición ni qué decir, la llenan de adjetivos agraviantes
y misóginos sólo por pertenecer a un sector de la izquierda que quiere llevar
razón y rectitud a la tambaleante gestión de Pedro Castillo. Un exministro de
gobiernos pasados, haciendo gala de su clasismo y racismo más descarados, la
ofende constantemente a través de tuits
inmundos y rastreros donde destila esas taras coloniales de las cuales al
parecer no lograremos curarnos ni en doscientos años más. Por llevar un
apellido conocido en las argollas políticas de nuestro país, este señor cree
que puede disparar impunemente sus dardos envenenados de odio y desprecio hacia
quien representa ahora un gobierno que no es el que él hubiera deseado.
En cien días es muy poco lo que puede hacer un gobierno, si
pensamos en varias décadas de inacción y salvaje imposición de un modelo
económico que ha ahondado las desigualdades económicas, sumiendo en el abandono
a una importante masa de ciudadanos que desde las regiones observaban con
impotencia y casi desesperanza cómo los políticos desde la capital se llenaban
la boca hablando del crecimiento económico y el desarrollo que estaban a punto
de colocarnos a las puertas del primer mundo. La pandemia llegó para desbaratar
sus sueños de opio y revelarles las desastrosas consecuencias de un
neoliberalismo cruel que, sin embargo, pretenden seguir defendiendo a pesar de
todo lo que hemos visto en los dos últimos años en materia de salud, educación
y empleo, por nombrar sólo algunos rubros en que la desatención y la desidia
del Estado ha sido alarmante y criminal.
Lo que importa vislumbrar es el rumbo, que no puede ser el
mejor si todos no colaboramos para impulsar un gobierno con muchas falencias.
No podemos pasarnos conspirando y poniendo cabes solamente porque no ganó el
partido por el que votamos. Nuestro aporte democrático consiste en apuntalar
una administración que el pueblo eligió por mayoría en comicios limpios, no en
lanzar como arma arrojadiza la palabra “vacancia” para esconder la mano de
nuestra propia incapacidad. La labor del Congreso tampoco ha sido hasta ahora
convincente, allí están las cifras de la opinión pública para corroborarlo.
Aparte del trabajo silencioso y de perfil bajo de algunas congresistas, los
demás están allí simplemente de comparsa de facciones golpistas cuyo único
objetivo es tirarse abajo al gobierno.
Si hay errores, delitos o decisiones dudosas, nuestro deber
es señalarlos para que la justicia haga su labor, y no poner zancadillas al
Perú promoviendo marchas para pedir la salida del presidente, siguiendo como
carneros a pandillas de gamberros o a cabecillas de bandas delincuenciales que
fungen de partidos políticos. Eso no es hacer política, eso se llama pataleta
crónica de perdedores que no aceptan su condición y no saben asumir con
hidalguía el papel que el pueblo les ha asignado.
Lima, 21 de noviembre de 2021.
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