domingo, 5 de diciembre de 2021

Balance y perspectivas

 

Han transcurrido ya más de cien días desde que el nuevo gobierno asumió sus funciones el 28 de julio pasado. Los analistas suelen realizar en este plazo de tiempo un balance de los aspectos más significativos de la función gubernamental con el fin de apuntar algunas perspectivas en el corto y mediano plazo. No pretendo ser muy exhaustivo ni prolijo en mi propia visión de la realidad de todo este tiempo que ha pasado. Lo primero que habría que decir es que la cifra no deja de ser arbitraria, por qué cien y no doscientos, o ciento cincuenta, en fin, lo cierto es que ello se toma de ser una referencia histórica muy conocida que sirve de marco para el enfoque de un acontecimiento político.

La instalación del nuevo gobierno en julio venía precedida de una inaudita reclamación del partido perdedor, que aducía, sin ningún fundamento, la existencia de un fraude, señal de su descontento y de su incapacidad para aceptar la derrota como parte del juego democrático. En la mentalidad de sus representantes estuvo la figura de la vacancia presidencial desde el primer momento en que se supo el resultado de la segunda vuelta, reacción poco novedosa, sin embargo, en una agrupación que había tenido la misma conducta en elecciones pasadas, si bien ahora lo hacía de una forma más alevosa y malsana. Como en el imaginario de la señora K. perder no es una opción válida, pues se embarcó en una campaña nauseabunda que buscó desprestigiar a toda institución que osara desmentir su falaz discurso del fraude.   

Los primeros pasos del nuevo gobierno fueron erráticos y cuestionables, sobre todo en la designación de algunos ministros y funcionarios que no reunían las condiciones de idoneidad y mérito suficientes para hacerse cargo de las misiones encomendadas. Eran tanteos de aprendiz, pues la verdad es que el candidato Castillo no tuvo nunca la certeza de pasar a segunda vuelta y vencer finalmente en los comicios que lo llevaron a la presidencia de la República. Sus discursos de curtido sindicalista lo fueron lentamente encumbrando a la preferencia del electorado, que finalmente decidió su triunfo por un estrecho margen de 44 mil votos. Esa imprevisión, sumada a su carencia de vínculos con los círculos de poder tradicionales, así como su formación elemental en materia política, explican tal vez los tanteos equívocos de sus primeras medidas.

Otra carga pesada que ha debido sobrellevar en estos meses es el partido que lo ha llevado al poder, una agrupación de extrema izquierda, pero conservadora y dogmática, congelada en los postulados del comunismo internacional de los años 60 del siglo pasado. Su líder es un sentenciado por la justicia por casos de corrupción, delitos que cometió siendo gobernador de la región Junín. Como parte de las cuotas de poder que le correspondía, Perú Libre (PL) colocó algunos ministros que enseguida fueron puestos en el foco de la atención pública, descubriéndose en la mayoría de ellos aspectos personales desagradables de su pasado, así como insuficientes condiciones profesionales. Más de 10 ministros han sido removidos en tres meses de gobierno, entre ellos Guido Bellido, primer presidente del Consejo de Ministros del flamante régimen. En paralelo, desde el Congreso el líder del partido de extrema derecha Renovación Popular (RP) amenazó tumbarse uno por uno a los ministros apenas designados.

De esta manera, semana tras semana de revelaciones que la prensa presentaba como motivos de escándalo, la inestabilidad se instaló como característica esencial de la vida política. Parecido escenario se observaba en el Congreso, que sin embargo no trascendía a la opinión pública de la forma como se trataba al Ejecutivo. Las mismas jugarretas, las mismas contrataciones de asesores y técnicos que realizaban los congresistas, no eran visibilizadas por los grandes medios y sus periodistas de ocasión. La crisis se hace crónica, es como si hubiésemos ingresado en un largo túnel oscuro de incertidumbre y desesperanza, en medio de una coyuntura internacional que también se yergue como factor que determina en parte la situación económica que vivimos.

Para colmo de males, con la pandemia que acogota todavía al mundo entero, una congresista con vínculos delincuenciales en el Callao, tiene la desfachatez de proponer nuevamente la vacancia a un pleno que la escucha estupefacto primero, para luego convertirse en el plan de los partidos que siempre alentaron esa medida extrema cada vez que su capricho se los dictaba. La primera en adherirse a la insensata propuesta, como no podía ser de otra manera, ha sido la excandidata de Fuerza Popular (FP), culpable de blandir esa arma como una chaveta  del lumpenaje político a un ritmo de una vez cada año. Es decir, las tres fuerzas parlamentarias que son en verdad variantes del fujimorismo de siempre, se presentan otra vez en escena para exhibir su opereta golpista, vuelven a mostrar con total impudicia sus propósitos irresponsables, antidemocráticos y demenciales.

Cuándo se ha visto que un partido político tenga como principios y convicciones la vacancia, como se colige del mensaje que ha publicado la señora K. en las redes sociales. Gente sin moral ni principios se permite pontificar delante de todo el mundo sin que se le mueva un músculo. Una persona con prontuario, a punto de volver a la cárcel por los numerosos delitos de los que se la acusa, tiene la indecencia de dictar cátedra de ética desde su cuenta en Twitter, como si el haber orquestado su actividad criminal bajo la fachada de una agrupación política le franqueara la oportunidad de convertirse en referente moral del país. No se puede estar jugando con fuego por quítame estas pajas, llevando a toda la población de zozobra en zozobra y amenazando no sólo la estabilidad política sino también la lenta recuperación económica que viene experimentando el país luego de tantos meses de paralización debido a la emergencia sanitaria.

La llegada de Mirtha Vásquez a la presidencia del Consejo de Ministros le ha aportado una pátina de sensatez y confianza a la conducción gubernamental, a pesar de que algunos voceros de la bancada cerronista y los ministros que lo representan en el gabinete hacen todo lo posible por boicotear el trabajo lleno de cordura que le ha impreso la expresidenta del Congreso de la República. De la oposición ni qué decir, la llenan de adjetivos agraviantes y misóginos sólo por pertenecer a un sector de la izquierda que quiere llevar razón y rectitud a la tambaleante gestión de Pedro Castillo. Un exministro de gobiernos pasados, haciendo gala de su clasismo y racismo más descarados, la ofende constantemente a través de tuits inmundos y rastreros donde destila esas taras coloniales de las cuales al parecer no lograremos curarnos ni en doscientos años más. Por llevar un apellido conocido en las argollas políticas de nuestro país, este señor cree que puede disparar impunemente sus dardos envenenados de odio y desprecio hacia quien representa ahora un gobierno que no es el que él hubiera deseado.

En cien días es muy poco lo que puede hacer un gobierno, si pensamos en varias décadas de inacción y salvaje imposición de un modelo económico que ha ahondado las desigualdades económicas, sumiendo en el abandono a una importante masa de ciudadanos que desde las regiones observaban con impotencia y casi desesperanza cómo los políticos desde la capital se llenaban la boca hablando del crecimiento económico y el desarrollo que estaban a punto de colocarnos a las puertas del primer mundo. La pandemia llegó para desbaratar sus sueños de opio y revelarles las desastrosas consecuencias de un neoliberalismo cruel que, sin embargo, pretenden seguir defendiendo a pesar de todo lo que hemos visto en los dos últimos años en materia de salud, educación y empleo, por nombrar sólo algunos rubros en que la desatención y la desidia del Estado ha sido alarmante y criminal.

Lo que importa vislumbrar es el rumbo, que no puede ser el mejor si todos no colaboramos para impulsar un gobierno con muchas falencias. No podemos pasarnos conspirando y poniendo cabes solamente porque no ganó el partido por el que votamos. Nuestro aporte democrático consiste en apuntalar una administración que el pueblo eligió por mayoría en comicios limpios, no en lanzar como arma arrojadiza la palabra “vacancia” para esconder la mano de nuestra propia incapacidad. La labor del Congreso tampoco ha sido hasta ahora convincente, allí están las cifras de la opinión pública para corroborarlo. Aparte del trabajo silencioso y de perfil bajo de algunas congresistas, los demás están allí simplemente de comparsa de facciones golpistas cuyo único objetivo es tirarse abajo al gobierno.

Si hay errores, delitos o decisiones dudosas, nuestro deber es señalarlos para que la justicia haga su labor, y no poner zancadillas al Perú promoviendo marchas para pedir la salida del presidente, siguiendo como carneros a pandillas de gamberros o a cabecillas de bandas delincuenciales que fungen de partidos políticos. Eso no es hacer política, eso se llama pataleta crónica de perdedores que no aceptan su condición y no saben asumir con hidalguía el papel que el pueblo les ha asignado.

 

Lima, 21 de noviembre de 2021.

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