sábado, 9 de octubre de 2021

Permiso para morir

 

El tema de la muerte ha sido un pensamiento constante de la humanidad desde sus orígenes, el misterio de la vida ha acompañado a ese otro enigma, tan oscuro como el primero, muchas veces incomprensible, inaceptable, negado en el fuero interno, pero al cual terminamos por rendirnos porque todas las evidencias abonan a la certeza de que nuestro final acabamiento es  lo único real de este mundo. Es por ello que la discusión del momento de la muerte siempre ha estado rodeado de controversia y polémica, tanto las religiones como las filosofías han fijado en ella su punto neurálgico de reflexión y han prodigado fundamentos y planteamientos tan diversos y contradictorios entre sí que tener una idea clara de su significado nos ha llenado muchas veces de angustia y duda.

Surgen estas divagaciones a raíz de algunos casos que la prensa coloca en el centro de la atención ciudadana, y que son indudablemente situaciones que nos llevan a su vez a tratar de entender la insondable condición humana a partir de experiencias reales de personas de carne y hueso que se convierten en protagonistas de decisiones que algunos respaldan, y otros reprueban. Es el caso, por ejemplo, de Martha Sepúlveda, una mujer colombiana de 51 años, diagnosticada hace unos años con esclerosis lateral amiotrófica (ELA) –la misma que padeció el científico Stephen Hawking– y que este domingo 10 de octubre iba a cumplir su anhelo de alcanzar la muerte vía la eutanasia, pues un Comité Científica ha cancelado el procedimiento por no reunir la paciente la condición de enfermedad terminal.  

Son pocos los países en el mundo que poseen una ley de este tipo. Países bajos fue el primero en el año 2002, le siguieron Bélgica, Luxemburgo y Nueva Zelanda. En Colombia la eutanasia es legal desde el año 1997, siendo el país pionero en América Latina en cuanto a su despenalización, pero que apenas el 2015 pudo ser regulada jurídicamente para entrar en vigencia. Bajo el amparo de esta norma es que Martha podrá tener una muerte digna, pues ese es el fundamento esencial de la eutanasia, palabra de origen griego que significa literalmente “buena muerte”. Cuando una persona en la condición de Martha ve que su deterioro es irreversible, que sus condiciones físicas empeoran cada día, y que su vida se convierte en un infierno cotidiano, cómo negarle la posibilidad de decidir cuándo poner fin a ese sufrimiento. La Iglesia Católica no está de acuerdo por supuesto, basada en la creencia de que Dios es quien da la vida y es el único que puede quitarla. Sin embargo, creo que es una decisión que se asume en el fuero interno de cada persona, independientemente de lo que sugieren las creencias de todo tipo, por muy respetables que sean.

Para su hijo único Federico, un muchacho de 22 años que vive con ella, no ha sido fácil aceptar la decisión de su madre, al principio entró en negación, pero gradualmente ha ido entendiendo las razones que ella tiene para haber elegido tan dolorosa y radical salida. Claro que en su fuero íntimo no quisiera perderla, pues su vida a partir de esa ausencia dará un vuelco absoluto, pero comprende que ya no se trata de él, de sus expectativas o deseos, sino del derecho de esa persona que es la más querida para él, que ha tomado libre y conscientemente un camino que nos conmueve, que hasta cierto punto puede parecernos incomprensible, pero que es el único que podrá evitarle una vida llena de tormento creciente e injusto.

Otro caso que motivó encendidas discusiones hace poco en el Perú fue el de Ana Estrada, la psicóloga con una enfermedad degenerativa llamada polimiositis, una rareza de la medicina que le fue diagnosticada cuando tenía doce años y que inflama y degenera sus músculos. El 2015 tuvo que ser intervenida para una traqueostomía y una gastrostomía, con el fin de colocarle sondas que le permitan respirar y comer. Desde ese momento perdió su autonomía y está al cuidado de enfermeras las 24 horas del día. En marzo de este año, con el apoyo de la Defensoría del Pueblo, una sala de la Corte Superior de Lima resolvió a su favor una acción de amparo para poder practicarle la eutanasia. Fue un logro notable después de una lucha tenaz que libró ante la justicia para que le sea reconocida la capacidad de decidir libremente, pues aunque cueste entender, Ana no quiere morir, sino que quiere que en el momento en que ya no pueda más con los dolores, y el sufrimiento sea insoportable, pueda optar por un fin decoroso.

Un político que pretendía ser presidente de la República, en una intervención poco feliz por decir lo menos, le recomendó siniestramente que se lanzara por la ventana si tanto buscaba la muerte, dando muestras no sólo de un desconocimiento absoluto de lo que entraña una muerte así, sino de una falta descomunal de un mínimo de solidaridad humana ante un ser que sufre, una carencia de empatía total que lo pinta como un auténtico engendro de mezquindad y vileza. En fin, este individuo ya había tenido otros deslices parecidos en circunstancias similares, como cuando le ofreció pagar durante nueve meses un hotel de cinco estrellas a una niña violada para que no abortara. Como podemos ver, exabruptos tan diabólicos sólo podían germinar en una mente de este jaez.

Así como la vida es un derecho inalienable, pues la muerte también debiera serlo, el ejercicio pleno de una soberanía que es parte de la libertad esencial del hombre, el gobierno de su propio destino hasta donde la razón y el sentido común lo permitan. Hay situaciones límites en que una salida radical es la última opción cuando la vida se convierte en una tortura infinita, y si bien es cierto de que no todos serían capaces de hacer algo así, ya sea por convicciones religiosas o por propia naturaleza, eso no obsta para que la ley permita, como en los casos mencionados, morir con dignidad a quienes así lo sientan.

 

Lima, 09 de octubre de 2021.








No hay comentarios:

Publicar un comentario