El tema de la muerte ha sido un pensamiento constante de la
humanidad desde sus orígenes, el misterio de la vida ha acompañado a ese otro
enigma, tan oscuro como el primero, muchas veces incomprensible, inaceptable,
negado en el fuero interno, pero al cual terminamos por rendirnos porque todas
las evidencias abonan a la certeza de que nuestro final acabamiento es lo único real de este mundo. Es por ello que
la discusión del momento de la muerte siempre ha estado rodeado de controversia
y polémica, tanto las religiones como las filosofías han fijado en ella su
punto neurálgico de reflexión y han prodigado fundamentos y planteamientos tan
diversos y contradictorios entre sí que tener una idea clara de su significado
nos ha llenado muchas veces de angustia y duda.
Surgen estas divagaciones a raíz de algunos casos que la
prensa coloca en el centro de la atención ciudadana, y que son indudablemente
situaciones que nos llevan a su vez a tratar de entender la insondable
condición humana a partir de experiencias reales de personas de carne y hueso
que se convierten en protagonistas de decisiones que algunos respaldan, y otros
reprueban. Es el caso, por ejemplo, de Martha Sepúlveda, una mujer colombiana
de 51 años, diagnosticada hace unos años con esclerosis lateral amiotrófica
(ELA) –la misma que padeció el científico Stephen Hawking– y que este domingo
10 de octubre iba a cumplir su anhelo de alcanzar la muerte vía la
eutanasia, pues un Comité Científica ha cancelado el procedimiento por no reunir la paciente la condición de enfermedad terminal.
Son pocos los países en el mundo que poseen una ley de este
tipo. Países bajos fue el primero en el año 2002, le siguieron Bélgica,
Luxemburgo y Nueva Zelanda. En Colombia la eutanasia es legal desde el año
1997, siendo el país pionero en América Latina en cuanto a su despenalización,
pero que apenas el 2015 pudo ser regulada jurídicamente para entrar en
vigencia. Bajo el amparo de esta norma es que Martha podrá tener una muerte
digna, pues ese es el fundamento esencial de la eutanasia, palabra de origen
griego que significa literalmente “buena muerte”. Cuando una persona en la
condición de Martha ve que su deterioro es irreversible, que sus condiciones
físicas empeoran cada día, y que su vida se convierte en un infierno cotidiano,
cómo negarle la posibilidad de decidir cuándo poner fin a ese sufrimiento. La
Iglesia Católica no está de acuerdo por supuesto, basada en la creencia de que
Dios es quien da la vida y es el único que puede quitarla. Sin embargo, creo
que es una decisión que se asume en el fuero interno de cada persona,
independientemente de lo que sugieren las creencias de todo tipo, por muy
respetables que sean.
Para su hijo único Federico, un muchacho de 22 años que vive
con ella, no ha sido fácil aceptar la decisión de su madre, al principio entró
en negación, pero gradualmente ha ido entendiendo las razones que ella tiene
para haber elegido tan dolorosa y radical salida. Claro que en su fuero íntimo
no quisiera perderla, pues su vida a partir de esa ausencia dará un vuelco
absoluto, pero comprende que ya no se trata de él, de sus expectativas o
deseos, sino del derecho de esa persona que es la más querida para él, que ha
tomado libre y conscientemente un camino que nos conmueve, que hasta cierto
punto puede parecernos incomprensible, pero que es el único que podrá evitarle
una vida llena de tormento creciente e injusto.
Otro caso que motivó encendidas discusiones hace poco en el
Perú fue el de Ana Estrada, la psicóloga con una enfermedad degenerativa
llamada polimiositis, una rareza de la medicina que le fue diagnosticada cuando
tenía doce años y que inflama y degenera sus músculos. El 2015 tuvo que ser
intervenida para una traqueostomía y una gastrostomía, con el fin de colocarle
sondas que le permitan respirar y comer. Desde ese momento perdió su autonomía
y está al cuidado de enfermeras las 24 horas del día. En marzo de este año, con
el apoyo de la Defensoría del Pueblo, una sala de la Corte Superior de Lima
resolvió a su favor una acción de amparo para poder practicarle la eutanasia.
Fue un logro notable después de una lucha tenaz que libró ante la justicia para
que le sea reconocida la capacidad de decidir libremente, pues aunque cueste
entender, Ana no quiere morir, sino que quiere que en el momento en que ya no
pueda más con los dolores, y el sufrimiento sea insoportable, pueda optar por un
fin decoroso.
Un político que pretendía ser presidente de la República, en
una intervención poco feliz por decir lo menos, le recomendó siniestramente que
se lanzara por la ventana si tanto buscaba la muerte, dando muestras no sólo de
un desconocimiento absoluto de lo que entraña una muerte así, sino de una falta
descomunal de un mínimo de solidaridad humana ante un ser que sufre, una
carencia de empatía total que lo pinta como un auténtico engendro de mezquindad
y vileza. En fin, este individuo ya había tenido otros deslices parecidos en circunstancias
similares, como cuando le ofreció pagar durante nueve meses un hotel de cinco
estrellas a una niña violada para que no abortara. Como podemos ver, exabruptos
tan diabólicos sólo podían germinar en una mente de este jaez.
Así como la vida es un derecho inalienable, pues la muerte
también debiera serlo, el ejercicio pleno de una soberanía que es parte de la
libertad esencial del hombre, el gobierno de su propio destino hasta donde la
razón y el sentido común lo permitan. Hay situaciones límites en que una salida
radical es la última opción cuando la vida se convierte en una tortura
infinita, y si bien es cierto de que no todos serían capaces de hacer algo así,
ya sea por convicciones religiosas o por propia naturaleza, eso no obsta para
que la ley permita, como en los casos mencionados, morir con dignidad a quienes
así lo sientan.
Lima, 09 de octubre de 2021.
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