Un hombre compra un caramelo con los
últimos billetes devaluados que le quedan, para compartirlo con todos los
miembros de su familia que, arracimados en torno a él, esperan impacientes su
única ración de alimento en muchas horas, tal vez días. El hombre extrae una
pequeña navaja de bolsillo y corta el caramelo en tantas porciones como
integrantes tiene su familia; obviamente, a cada quien le corresponde una
ínfima parte del bocado.
Esta imagen, dolorosa y conmovedora,
pertenece a una de las secuencias más dramáticas de la célebre película El pianista de Roman Polanski, cuando
los judíos empiezan a sufrir la implacable persecución de las hordas nazis
durante la segunda guerra mundial. Y es la imagen que asocio inmediatamente,
por la crudeza del peligro que entraña y la amenaza latente para la desvalida
humanidad, al preocupante renacer de los movimientos de corte fascista en el
escenario político europeo. Y pensar que aquello sólo fue el prolegómeno de los
campos de concentración, los camiones de la muerte, las cámaras de gas y tantos
otros métodos de exterminio ideados por las mentes homicidas de la jerarquía
hitleriana que impuso el horror y la barbarie en el corazón del mundo
civilizado.
El avance significativo obtenido por las
fuerzas xenófobas y racistas en las recientes elecciones parlamentarias
europeas, dan la clarinada de alerta de lo que puede depararle al Viejo Continente
el incierto futuro creado a partir del serio retroceso experimentado por los
movimientos progresistas, acompañado por el embate de una crisis que está lejos
aún de haber amainado.
Se ha hablado de un verdadero sismo
político al interior de la Unión Europea, amenazada por la acción de sabotaje y
destrucción que ejercen algunos de sus miembros, donde fuerzas retrógradas
cobran cada vez un protagonismo que antes no tenían. Los dos casos más
importantes se han presentado en Francia y en el Reino Unido, donde el Frente
Nacional de Marine Le Pen y el Partido por la Independencia del Reino Unido
(UKIP), respectivamente, han logrado cosechar una votación considerable,
fortaleciendo su presencia en el próximo Parlamento Europeo.
Lo paradójico es que son partidos que
descreen de los postulados y los principios del mayor experimento unionista que
haya tenido lugar en la historia, que preconizan la vuelta a los nacionalismos y
sus férreos controles fronterizos, las monedas propias y una política severa
contra los inmigrantes. Socavan desde dentro los cimientos de una federación de
países que ha funcionado exitosamente en las últimas décadas, petardean las
posibilidades de afianzar un proyecto ejemplar que muchas regiones del mundo
quisieran imitar.
El crecimiento geométrico de los partidos
de extrema derecha, frente al declive de las propuestas de los liberales y
socialistas, es una consecuencia desvirtuada de factores que se sitúan tanto en
el terreno económico como en el político. Es evidente que la catástrofe
financiera del 2008 ha dejado una estela de descontento en todos los sectores
sociales de las llamadas sociedades de bienestar, agudizándose con las
políticas que las hicieron frente, pues sólo han logrado llevar hasta los
límites de la previsión la situación de países como Grecia, España, Portugal y
otros más del meridiano europeo.
Bien vistas las cosas -el auge que tienen
en Europa las ideas y posiciones más extremistas y retardatarias-, ello se debe
al falso razonamiento de que la causa determinante de la debacle de la economía
y su explosiva repercusión social, estaría en las permisivas políticas de
fronteras abiertas que han hecho posible la llegada de oleadas de extranjeros
buscando mejores oportunidades de vida en el Viejo Mundo; mas lo que ignoran
esos apresurados analistas es el papel crucial que ha jugado un modelo de
crecimiento que se ha estrellado contra sus propias narices.
La cada vez mayor desigualdad entre una
pequeña porción de personas que gozan de los privilegios del crecimiento y el
desarrollo, y una masa mayoritaria que apenas sobrevive con angustias de todo
tipo, como lo ha demostrado con cifras elocuentes el economista francés Thomas
Piketty, es la consecuencia directa del sistema neoliberal que se ha impuesto
en occidente desde hace aproximadamente tres décadas, con la anuencia de los
gobiernos de todo tipo que han capitulado ante las poderosas razones de las
grandes corporaciones y los influyentes conglomerados que llevan realmente la
batuta del poder económico en el mundo.
Llama la atención, finalmente, que los
ciudadanos europeos, desesperados quizá por la situación que padecen, sucumban
tan fácilmente a los cantos de sirena de estos grupos antediluvianos que
pretenden el retorno de épocas ya superadas en la historia por la evolución
natural de la civilización y la cultura. La lección del pasado no deja lugar a
dudas, por lo que debemos estar alertas al desarrollo de los acontecimientos
para impedir de alguna manera la insurgencia de la barbarie en pleno siglo XXI.
Lima, 8 de junio de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario