domingo, 21 de septiembre de 2014

Ética y política



     Las próximas elecciones municipales y regionales en el Perú ponen sobre el tapete numerosos casos de colisión entre los intereses de la lucha política y los principios de la ética, pues son muchos los candidatos que poseen serios cuestionamientos en relación a su hoja de vida, que exhiben en su trayectoria pública hechos que en algún momento se ventilaron en las instancias judiciales y que terminaron, a veces, en severas sentencias que los implicados cumplieron a medias o de las cuales salieron librados merced a la cercanía con los principales agentes del poder político.
     Por la importancia que reviste desde el punto de vista de su peso político y por ser la plaza más disputada en las elecciones vecinales, el caso de la capital de la República es particularmente interesante, pues lo que ahora tenemos en liza es la voluntad de reelegirse de la actual alcaldesa y el deseo de retornar al sillón municipal de quien ya fuera alcalde en el pasado inmediato, así como una larga lista de candidatos menores que sirven de comparsa a la lucha principal.
     En principio, uno no puede aspirar a tentar ser electo para un cargo público, sin antes haber esclarecido ciertos asuntos turbios de su pasado accionar político. Y este es el caso de Castañeda, el exalcalde que pretende conducir un nuevo periodo de gobierno. Sin haber aclarado su participación en el escandaloso caso de Comunicore, donde se esfumaron inexplicablemente más de veinte millones de soles, se presenta como si nada hubiera pasado y desde un inicio mantiene, increíblemente, un porcentaje considerable de ventaja frente a sus más cercanos competidores.
      Ya no importa si tiene el 57% o el 49% de intención de voto en las encuestas que se realizan en el medio, pues ello lo único que está revelando es la indiferencia o el desconocimiento de la ciudadanía de la forma cómo se ha ejercido la administración edil durante su gestión. Es el triunfo desmoralizador del pragmatismo más burdo en la conciencia política del elector, aquel que se resume en la fracesita remanida, que repiten cual virtuosas cacatúas las gentes que carecen de escrúpulos y que evidentemente no guían sus actos cotidianos por los principios de la ética: “No importa que robe, pero hace obra”.
     Es muy serio, para quienes aspiran a construir ciudadanía, que el bendito lema se haya extendido y calado hondamente en todos los estratos de la sociedad, para quienes el acto de gobernar está asociado ineludiblemente a un acto delictuoso, que sin embargo es perdonado por la interesada coartada de tener un hospital, un colegio, una carretera o una escalera más. Realmente bochornoso, pues la dignidad del pueblo no puede ser comprada con nada, y el delito debe ser castigado conforme a ley.
     El arrollador triunfo que se perfila en el horizonte electoral del candidato de la derecha, en medio de la mayor desidia ciudadana de los últimos tiempos, para quienes no tiene al parecer ninguna importancia la gestión honesta y transparente de la cosa pública, prefigura desde mi punto de vista el probable escenario del 2016, donde la candidata de la corrupción y del neoliberalismo más ramplón puede tranquilamente cosechar parecida votación, si tenemos en cuenta los sondeos de opinión que vienen circulando en la prensa.
     Todo esto, en medio de un panorama desolador de la lucha contra la corrupción, donde todas las investigaciones son entorpecidas, torpedeadas, obstaculizadas, boicoteadas, por un Poder Judicial obsecuente y muchas veces coludido con los delitos que debe castigar. Jueces que emiten dictámenes increíbles y absurdos, fiscales que no cumplen su papel a cabalidad en la defensa de los intereses del Estado, una institución que lastra un largo historial de ineficacia, podredumbre y venalidad.
     Es por ello triste comprobar lo que está a punto de perpetrar el elector limeño: la entronización por vía del sufragio, es decir a través de las armas lícitas de la democracia, de un personaje que está envuelto en un serio delito de lavado de activos, y que a pesar de que la justicia oficial, mil veces devaluada, lo ha exculpado repetidas veces, eso no significa que sea inocente de los duros cargos que pesan en su contra. Él tendría que someterse al escrutinio de la opinión pública, de la prensa independiente y de una judicatura de veras honorable, para siquiera pensar en hacerse elegir nuevamente alcalde de la provincia más importante de la República.
     Pero como los tiempos que corren están dominados por el más grosero pragmatismo, la gente se deja guiar, llevada de las narices, por lo que le dice cierta prensa comprometida con los poderes fácticos, que además ha sido la encargada de desatar toda esa campaña infame en contra de la actual gestión de la alcaldesa Villarán. Por eso no extraña los niveles de desaprobación que posee, pues más allá de algunos errores que pudo haber cometido en el ejercicio de su función, existe una nota distintiva, entre otras, que ha caracterizado su conducción al frente de la comuna limeña: la honestidad; una virtud que  hace la diferencia, la gran diferencia, con el candidato favorito de las encuestas.
     Este 5 de octubre la voz de orden, desde la ética y los auténticos valores democráticos, debe ser un voto consciente, limpio e informado. Hacer lo contrario es hacerle el juego a lo más nefasto del legado político de los últimos tiempos, aquel que ve en la impunidad y la desinformación sus principales armas para hacerse del poder.

Lima, 21 de septiembre de 2014.