Es curioso, pero pareciera que precisamente
por estas fiestas de fin año, donde se mezclan elementos religiosos –cada vez
más atenuados– y estrictamente comerciales, se acentúan las enormes
desigualdades sociales que atenazan a nuestra sociedad, encarnados en esos
dramas cotidianos de los que somos involuntarios testigos desde el momento en
que trasponemos el umbral de nuestras casas. No sin razón Nietzsche decía
justamente que toda la filosofía la encontramos tirada en medio de la calle.
En ese sentido, viajar en transporte
público es tremendamente aleccionador. Un joven con evidentes limitaciones
visuales sube al carro en el que viajo, tantea una mejor ubicación de pie entre
los asientos delanteros y, después de unas breves palabras de introducción,
entona alguna melodía con una zampoña que cuelga de su cuello. Continúa con una
sentida alocución sobre su condición física, a la que se ha sobrepuesto con una
indudable fortaleza de ánimo, dice, para
seguir en la brega en eso que algún filósofo llamó la lucha por la vida. Luego,
algunos compases más, y pasa entre el público para solicitar alguna
colaboración.
Enseguida sube un hombre mayor con una
canasta que contiene golosinas. También se encara a los usuarios del vehículo y
empieza a narrar su propia peripecia, de la cual su hijo es el protagonista,
postrado en cama por cierta enfermedad que le impide valerse por sus propios
medios. El padre tiene que salir a conseguir el sustento a través de la venta
de galletas, chicles y chocolates. No sé qué tanto, me pregunto, le podrá
ayudar este tipo de negocio, pero observo en el rostro humilde del señor todo
el drama de la existencia humana, mucho más quizás que en una novela de Sartre
o en un tratado de Heidegger.
Más adelante sube otro joven, casi un
adolescente, que se dirige a los pasajeros en tono lastimero para relatarles su
desventura. Su madre ha sido atropellada por un irresponsable chofer que se ha
dado a la fuga. Estuvo internada en un hospital hasta hace unos días y ahora ya
está en su casa, pero con una diferencia fundamental: no puede moverse, ha
quedado parapléjica. Con visible llanto contenido en los ojos, el muchacho nos
muestra sendas fotografías de su mamá en el hospital, primero, y en su casa,
después. En ambas, echada en una cama, con la mirada lánguida de quien no
pareciera todavía haber asumido su nueva situación.
Son sólo tres dramas de los muchísimos que,
estoy seguro, existen en todas partes. La diferencia es que de algunos sabemos
algo porque salen a las calles a compartir sus penas y tribulaciones con los
circunstanciales prójimos que se cruzan en sus caminos; pero de cuántos otros
no sabremos quizás nada más que están allí, en el más frío anonimato, soportando
estoicamente los golpes de la vida, yo no sé, como diría nuestro poeta más
universal, seres que en silencio sobrellevan su pesada cruz sin tener a nadie,
a veces, que pueda acudir en su ayuda.
Mientras miles de hogares viven alborozados
los momentos más exaltantes que preceden a la celebración de la Navidad, como
las compras de regalos y los preparativos para la cena de Nochebuena, otras
familias sufren los infortunios del destino, la tragedia desconocida del azar,
que los ha elegido esta vez a ellos para aguzar los contrastes de la condición
humana, para hacernos entender de qué sinsentido y absurdo está gobernado el
mundo. Lo cierto es que nadie, a menos que esté premunido de alguna creencia
religiosa, puede explicar la razón de esta dicotomía; tal vez porque no la
haya, y estemos a expensas, como dice Schopenhauer, de la más ciega voluntad.
Cómo conjugar, entonces, esta doble
realidad que se nos hace más encarnizada en tiempos como estos; cómo celebrar,
sin algo de culpa, una fiesta que, más allá de toda creencia, es una
oportunidad de estrechar los lazos de quienes formamos parte de esa pequeña
tribu que es la familia, la ocasión esperada durante todo un año para compartir
como se debe con todos quienes forman parte de ese tejido esencial que es el
motivo y el soporte de toda vida humana. Menudo desafío para tan complejo
dilema.
Lima,
20 de diciembre de 2018.
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