A pocos días de las elecciones presidenciales y parlamentarias, un panorama desolador es el que se contempla en el escenario de los aspirantes a ocupar el sillón de Pizarro. Las encuestas de las últimas semanas muestran movimientos extraños en las preferencias del electorado, cambios de humor ligeros que van perfilando algunas candidaturas que preocupan por su talante poco democrático o respetuoso de las formas democráticas. Lo más destacable de esta tendencia ha sido el crecimiento en la intención de voto de un señor que postula por una agrupación que se hace llamar Renovación Nacional (RN), nueva careta del partido Solidaridad Nacional (SN) del ex alcalde Castañeda. Lo ingrato de este cambio, lo aterrador, es que ha adquirido tintes neofascistas, visibles a partir de una simple revisión de las declaraciones y entrevistas que ha brindado este señor a diversos medios de comunicación. Sus postulados fanáticos, sus principios obsoletos, su ideología oscurantista y retrógrada no son ninguna garantía de lo que el Perú necesita para retomar la senda del progreso, el moroso avance que hemos logrado en las últimas décadas en materia de derechos humanos, reconocimiento de las minorías, lucha contra la corrupción, reforma educativa, etcétera. Todo esto está en peligro de ser derribado de un plumazo si dicho candidato llegara a pasar a la segunda vuelta y llevarse la elección para la Presidencia de la República.
Si bien es cierto que este fenómeno no es
nuevo, pues ya lo hemos visto en Estados Unidos y en Brasil en los últimos
años, con las nefastas consecuencias que ello ha traído y sigue trayendo para
ambos países, la verdad es que en el Perú esa posibilidad sería desastrosa.
Después de cien años el hocico de la bestia fascista ha vuelto a asomar en estas
tierras, su belfo inmundo profiere amenazas terribles de la boca de un
grupúsculo de sujetos que buscan encandilar a las masas a través de un discurso
provocador y demagógico, porque saben que el ciudadano promedio de este
desalado país se va a dejar seducir por cualquier postura que se aleje de lo
que tradicionalmente ha visto entre sus políticos desde hace algunos lustros.
Con la complicidad de algunos partidos jibarizados en las últimas elecciones,
la anuencia de cierta prensa que se presta a ser vocera de sus alardes
antidemocráticos, la recepción acrítica de un sector de la población que cree
ingenuamente que esa es la salida para nuestros males, el candidato de la
ultraderecha, del fascismo criollo y ramplón, posee las ínfulas necesarias para
agredir soez y descaradamente todo atisbo de decencia y cultura democrática en
nuestro medio.
Mostremos algunos de esos exabruptos y
despropósitos que ha tenido a bien regar en la opinión pública el individuo en
cuestión. Cuando el Poder Judicial admitió la solicitud de la psicóloga Ana
Estrada para obtener el derecho a una muerte digna, el trumpista peruano le
sugirió muy amablemente que se lanzara por la ventana de un edificio. Ante el
problema del embarazo precoz y su secuela lamentable del aborto en condiciones
mortales, nuestro buen hombre ofreció un hotel cinco estrellas para acoger a la
niña y brindarle todas las comodidades hasta el momento de su desembarazo.
Frente al enfoque de género del currículo educativo, diseñado con el fin de
brindar una adecuada educación sexual a los estudiantes, el fanático
fundamentalista ha repetido la sandez de que con ello se busca homosexualizar a
los niños y que en un eventual gobierno suyo será “exterminada” dicha política.
Así, en el típico lenguaje del nazismo alemán.
Si a esto sumamos su conducta como
ciudadano visible de los últimos años, que es finalmente lo que cuenta y no el
disfraz con el que aparece ante los votantes, un producto elaborado por la
propaganda política para embaucar incautos, vemos en primer a un deudor moroso
del Estado, pues le debe 28 millones de soles en impuestos a la Sunat; dueño y
cacique de un monopolio abusivo en los servicios ferrocarrileros en el Cuzco; un
idiota místico que con la mayor desfachatez afirma que está enamorado de la Virgen
María y que sus prácticas ascéticas llegan hasta la autoflagelación; un
psicópata que es incapaz de experimentar un mínimo de simpatía por el otro,
insensible al sufrimiento del prójimo, intolerante y soberbio como todo
mandamás infatuado de poderes divinos por obra y gracia de su riqueza material,
la contracara evidente de su pobreza de espíritu y de su indigencia moral.
Bajo la seráfica imagen de un vulgar
flagelante que busca imponer el postulante de la camiseta celeste, se agazapa
un masoquista perverso con fuertes nexos con la organización sectaria del
Sodalicio, muchos de cuyos representantes están acusados de actos de pederastia
ante el Poder Judicial, crímenes destapados por los periodistas Pedro Salinas y
Paola Ugaz en su libro Mitad monjes,
mitad soldados del año 2016, motivo además de una feroz persecución en
contra de esta última por los esbirros de la siniestra congregación, ataques
denunciados internacionalmente ante los organismos de derechos humanos. El gran
escritor sudafricano John Coetzee, Premio Nobel de Literatura 2003, se ha
pronunciado ante este caso solicitando la intervención de las autoridades competentes
para que cese el acoso y la campaña sucia contra quien se atrevió a desnudar
las miserias y estropicios de un movimiento que se hace llamar religioso y
cristiano, pero cuyas prácticas lindan con lo diabólico.
Un alcohólico de conducta errática, de cuyo
núcleo se aparta asqueada la propia gente que convoca para su partido, que no
es capaz de estructurar una organización política para seleccionar a sus
candidatos al Congreso, donde ha puesto a personas que ni siquiera conocen la
región por la que postulan o que no poseen la más mínima noción del cargo que
eventualmente podrían ejercer. Todo improvisado, rellenado a la diabla con el
único fin de hacerse del poder, mientras es presentado por sus arlequines de la
prensa como un inofensivo cerdito de pastiche, cuando lo que en verdad esconde
es un lobo de una ferocidad desconocida.
No sé a qué porción significativa de la
sociedad represente este sujeto, pero observando largamente al peruano promedio,
no me es difícil encontrar a gente que se le parece en una escala menor;
entonces caigo en la resignada aceptación de que tal vez sea el presidente que
ellos se merecen y me dejo arrastrar por el más negro escepticismo sobre el
destino de mi país, pues de sólo imaginar a ese tipo cruzándose la banda
presidencial en la fecha exacta del bicentenario de la proclamación de la
independencia, todo un símbolo siniestro se erige ante mí advirtiéndome lo que
nos espera en los próximos cinco años, el tiempo más oscuro que atravesará el
Perú en sus dos siglos de vida republicana.
Lima, 14 de marzo de 2021.