Escuché hablar hace muchos años de Baruch Spinoza, pero apenas había leído su famoso texto sobre Dios, difundido en la era tecnológica como lo más impactante de un filósofo del siglo XVII. Recuerdo que lo leí luego en mis clases a unas alumnas sorprendidas que por primera vez oían algo completamente original en materia religiosa. También estaba, por supuesto, el espléndido poema que Borges le dedicara el siglo pasado y que es, a mi entender, el mejor texto poético que se ha escrito sobre el pensador neerlandés. Hace unas semanas me topé nuevamente con él en un documental que el buscador automático de YouTube destinaba para mí. Me interesó más vivamente y en el acto estuve dispuesto a dedicarle mis mejores horas del tiempo que fuera necesario para conocer y entender mejor su filosofía. Y allí estaba a la mano un libro que lo tenía cuidadosamente guardado, esperando su momento para convertirse en leña para mi fuego lector. Se trata de Spinoza. La filosofía al modo geométrico de Joan Solé, un manual muy útil para adentrarse en los laberintos y los vericuetos de la visión spinoziana del mundo.
Lo curioso de este filósofo, dice el autor, es que habiendo
estado destinado a habitar el rincón oscuro de la historia de la filosofía, su
pensamiento se ha revitalizado y ha cobrado un protagonismo inusual en los
últimos siglos, admirado por filósofos contemporáneos como Bertrand Russell,
Friedrich Nietzsche y Gilles Deleuze. No tuvo la hegemonía de la que gozaron un
Erasmo en el siglo XVI, o un Voltaire en el XVIII, o un Hegel en el XIX y parte
del XX, pero sus ideas renacen frescas y rozagantes para sorprendernos con su
interpretación racionalista de la realidad, muy distintas sin embargo a las de
Descartes o Leibniz, los máximos exponentes de esa corriente filosófica. Era
judío de origen hispano-portugués –se dice que el apellido original era
Espinoza, pero al migrar sufrió una pequeña modificación para ocultar su origen
y evitar la persecución–. Sus padres y abuelos tuvieron que asentarse en los
Países Bajos a causa de su religión, pues en el año 1492 los Reyes Católicos
decretaron la expulsión de los judíos de España. Se trasladaron por tanto a
Portugal, donde el rey Manuel I también decretó en 1497 que los judíos debían
convertirse al cristianismo o dejar el país. Es entonces que se establecen en
Ámsterdam, la capital del país con mayores signos de tolerancia en Europa,
ciudad en la que nace Spinoza en 1632.
Muy joven Spinoza mostró sus discrepancias con el judaísmo
ortodoxo, criticando sus dogmas más importantes, entre ellos el de ser el
pueblo elegido, lo que significó primero la vigilancia de parte de los rabinos
de la sinagoga de su ciudad, para luego sufrir el anatema y la expulsión de su
comunidad cuando sólo contaba con 23 años. Los denuestos y los vilipendios de
los que fue víctima, la maldición que sobre él se arrojó por sus ideas
disidentes, deben formar parte sin duda uno de los capítulos más interesantes y
ridículos a la vez de la historia de las ideas. Una religión que por principio
tiene el respeto y el amor al prójimo, se ensañaba con un hombre de talante
pacífico, de carácter tolerante y cuya interpretación del mundo era ajena a
toda forma de persecución y violencia. Spinoza era además un científico, un
hombre de ciencia, muy afamado y reconocido en su época, dedicado como oficio a
pulir lentes, tanto para microscopios como para telescopios («Las traslúcidas
manos del judío / labran en la penumbra los cristales / y la tarde que muere es
miedo y frío.», dice Borges en su soneto), lo que a la postre lo llevaría a la
muerte por tisis, a causa del polvillo de los cristales que fueron infectando
sus pulmones. Había rechazado una invitación para enseñar filosofía en una
universidad alemana, pues ansiaba mantener su independencia de pensamiento. Tenía
apenas 44 años cuando murió en 1677.
Los siglos XVI y XVII están dominados por la concepción
matemática del mundo, una visión sobre todo geométrica, basados en los aportes
de Galileo y en la filosofía de Descartes. Ese es el contexto donde emerge la
figura de Spinoza, con sus conceptos de sustancia, atributos y modos, tomados
de Descartes, pero en un sentido conceptualmente diferente. El monismo, la
concepción de una sustancia única en la naturaleza, se conecta con la
percepción naturalista de la realidad. La existencia de Dios, distinta a la
visión racionalista o cartesiana, así como a la judeocristiana, está
fundamentada en el argumento ontológico, que se refiere a su ser o esencia. No
es el argumento cosmológico, que concibe a Dios como causa primera; tampoco el
teleológico, que lo ve como explicación del universo; menos el moral, que lo
toma como referencia ética, propios de las religiones monoteístas,
caracterizados además por su dualismo filosófico. Más adelante, estas
demostraciones a priori de la existencia de Dios fueron cuestionadas por el
escepticismo de Hume y por el criticismo de Kant.
Para Spinoza la única sustancia es Dios o la naturaleza,
razón por la que muchos lo califican de panteísta o ateo. Ahora, si la
sustancia es Dios o la naturaleza, el cuerpo y la mente son modos finitos de
los atributos de la extensión y del pensamiento, respectivamente. Es compleja
la discusión sobre si el filósofo es determinista o necesitarista, pues amplios
estudios abonan en una u otra dirección. El presente estudio se inclina por el
segundo punto de vista, teniendo en cuenta que según la metafísica spinoziana
el mundo existente es el único mundo posible.
Desde la óptica del racionalismo ético de Spinoza, el
fundamente de su filosofía moral, la mente es una función de complejidad
orgánica. Su monismo antropológico sostiene la unión indivisible de mente y
cuerpo, una misma sustancia concebida por medio de los atributos del
pensamiento y la extensión. La mente es la idea del cuerpo, sin embargo hay
distintos grados de animación, según la complejidad de cada cuerpo.
En la epistemología spinoziana el conocimiento de primer
grado es la imaginación; el de segundo grado, las nociones comunes y las ideas
adecuadas de las propiedades de las cosas; el de tercer grado, el intuitivo o
«ciencia intuitiva», que se dirige al conocimiento adecuado de la esencia de
las cosas, es el superior, el conocimiento privilegiado, vía que conduce al
amor intelectual a Dios, realización de la humana felicidad.
Dentro de la psicología de Spinoza destaca el concepto de conatus, expresado en la proposición 6
de la III parte de su Ética: «Cada cosa se esfuerza, en cuanto está en ella,
por perseverar en su ser». Es decir, es el impulsor de las acciones humanas y
de todo lo que existe. Según el conatus,
hay tres afecciones básicas: el deseo o cupiditas,
la alegría o laetitia y la tristeza o
tristitia. Hay también tres leyes
generales que producen los afectos: la asociación de estados mentales, la
imitación de afectos y la anticipación de estados mentales.
Por último, en la ética de Spinoza el egoísmo es una virtud,
en el sentido original del término latino virtus,
capacidad de obrar según la naturaleza propia, de autodeterminarse, de vivir en
libertad. Su concepto de libertad es eminentemente racionalista, identificado
con el conocimiento y la razón, pues si una persona guiaba su existencia por lo
que la filosofía llama el principio de razón suficiente, uno podía vivir
liberado de las pasiones que nos esclavizan, pasiones que la gran mayoría de la
gente considera que son expresiones de su libertad, en lo cual hay
evidentemente un gran error, porque esas afecciones negativas son negadoras de
la vida, conductoras directas hacia su precarización, hacia su destrucción, y
no, como es el objetivo de todo el pensamiento del filósofo, hacia el aumento
de las capacidades y las potencialidades de la existencia.
Como no tengo mucha fe en aquella convención social de que
el año nuevo debemos renovar los deseos de éxitos, felicidades y prosperidades
por venir, conquistas todas ellas abstractas y genéricas que deseamos a los
demás y que por cierto recibimos como parte de una tradición muy arraigada en
nuestra cultura, este año tengo el principal propósito de dedicarme a estudiar
y conocer mejor la filosofía de Baruch Spinoza, a comprender cabalmente un
pensamiento original que ya me ha seducido desde el primer momento. Será pues
mi año de Spinoza, de cuya experiencia daré cuenta en estos mismos espacios.
Lima, 5 de enero de 2022.
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