Con el triunfo de la extrema derecha en las últimas
elecciones en Italia, se confirma en el mundo una escalada que se inició
tímidamente hace algunos años: las fuerzas más oscuras y nefastas del espectro
político están de vuelta, las masas caen encandiladas ante el discurso saturado
de promesas demagógicas del neofascismo redivivo. Cuando se cumplen exactamente
cien años de la marcha sobre Roma encabezada por Benito Mussolini, hecho que
presagió el ascenso al poder de los totalitarismos más siniestros en la Europa
del siglo pasado, la candidata del partido Hermanos de Italia, Georgia Meloni,
consigue un respaldo inusitado entre el electorado italiano, lo que la
convierte virtualmente en la próxima primera ministra del país mediterráneo.
Lo sucedido en la primera vuelta en Brasil recientemente,
también acentúa el temor de las fuerzas democráticas ante la eventual
reelección del peor presidente que ha tenido el país amazónico, pues ello
significaría cuatro años más del desastre en varios frentes que ha signado el
régimen de Bolsonaro, una mezcolanza inverosímil de trumpismo y putinismo de la
peor factura. Las encuestas que daban un triunfo holgado al candidato del PT,
se han visto desmentidas con la arremetida en la recta final del presidente en
funciones. Apenas cinco puntos separan a quienes el próximo 30 se enfrentarán
en una segunda vuelta que será encarnizada.
Y en el Perú, las elecciones regionales y municipales del
domingo 2 de octubre, también la realidad ha sido desoladora. La preferencia
por candidatos con serios cuestionamientos ha sido una constante a nivel
nacional. Un portal web publicó días previos a la votación la relación de todos
quienes están en esa condición. Más que una elección política parecía que
estábamos ante la persecución de una lista de buscados por la justicia. Y en
Lima, la capital del país, el escenario fue más decepcionante aún, con dos
aspirantes al sillón edil que nunca fueron garantía de nada, disputándose hasta
el último minuto la mayoría ciudadana. Por fin, el resultado ha sido más o
menos previsible: el ganador es un señor con las peores credenciales morales y
éticas que uno pueda imaginarse.
La pregunta que es lícito hacerse es por qué una mayoría
relativa de la población que ha acudido a votar puede decantarse por un
individuo que exhibe sin pudor las taras más reprobables de una persona a estas
alturas de los tiempos. Ya hace un tiempo he rastreado y comentado todas las
lindezas que acostumbra regurgitar este sujeto en numerosas declaraciones ante
la opinión pública. Pero, para resumir, sólo habría que mencionar su misoginia
y homofobia, su zafiedad, xenofobia y aporofobia, credenciales que lo
descalifican de plano para pretender convertirse en autoridad de nada, mucho
menos para encabezar la alcaldía de la ciudad más importante del país. Pero así
estamos, a los electores parece que no les importara la personalidad ni la
conducta de quienes buscan dirigir sus destinos. El solo hecho de que posea
algunos títulos universitarios o alguna otra especialidad técnica no es
suficiente para ello, pues se trata de un cargo con un contenido de ascendencia
moral y vecinal considerable.
Además, y este es el elemento perturbador que lo hace
temible, con su gestión al frente de la comuna capitalina podrá erigirse en
abanderado de posturas cuestionables en materia de derechos humanos, protección
de comunidades vulnerables y defensa de los intereses de la gente más humilde.
Sus antecedentes inmediatos no son precisamente halagüeños en ese sentido, todo
lo contrario, cada vez que puede, y cierta prensa se presta para ello, no hace
otra cosa que demostrar su ordinariez y vulgaridad más hirsutas; todo su
discurso está lastrado de un odio y un desprecio absolutos hacia quienes no
piensan como él, con un argumento reduccionista y efectista donde todo gira
alrededor de su bestia negra favorita: el “comunismo”, que supuestamente se
quiere implantar en el Perú.
En fin, con sentido democrático debemos aceptar estos
resultados, pero no puedo dejar de decir que me apena profundamente que la
ciudad que elegí para vivir, o tal vez ella me eligió a mí, sea gobernada por
un tipo que es el mal ejemplo rampante, la imagen viva de la intolerancia y la
zafiedad. Y no es que las autoridades deban ser santas ni impolutas, pero hay
límites que no está permitido cruzar cuando se quiere asumir un cargo público
de estas características.
Lima, 9 de octubre
de 2022.