He tenido la suerte de ir a ver la película peruana Willaq Pirqa, el cine de mi pueblo, del cineasta ayacuchano César Galindo, realizada el año 2019 y que, por la razón de todos conocida, se estrenó recién el 8 de diciembre último. Premiada en el Festival de Cine de Lima del año pasado, es la primera que se hace totalmente en idioma quechua, toda una proeza en un medio que no favorece precisamente el desarrollo de una cinematografía nacional. Su programación en pocas salas de la capital y en algunas ciudades del interior, con cuatro semanas en cartelera y una asistencia aceptable del público, debiera ser motivo suficiente para seguir apoyando la producción a través de una sostenida presencia en más salas y por mayor tiempo para que un público masivo tenga oportunidad de conocer y apreciar esta valiosa cinta.
La película es, ante todo, una perfecta oda al cine, al modo que lo hiciera también el italiano Giuseppe Tornatore con su aclamado film Cinema Paradiso (1988). Pero la peruana posee otros aspectos que la hacen única y notable en su género, por el abanico de propuestas y símbolos que se desprenden de la trama. La primera, como ya lo dije líneas arriba, es estar filmada en una lengua originaria de nuestro país, lo cual ya es un elemento transgresor para el sistema dominante, donde prevalecen abrumadoramente las producciones en lenguas extranjeras y en español como segunda opción. Pero vamos desgranando las diversas aristas de una obra que destaca por su virtuosismo, poco común en nuestro medio.
Sistu es un niño de la comunidad de Maras en el Cuzco, que
vive con sus padres y su hermanito. Su hermana mayor, Rosita, ha salido para la
capital a trabajar como sirvienta y no ha regresado a su pueblo. La familia
espera noticias de ella y anhela su regreso con ansiedad, pero al parecer todo
será en vano. El niño va al colegio por decisión y esperanza de su madre, pues
el padre no está muy convencido de que esto sea necesario para sus objetivos de
agricultor y hombre de campo. La abuela es una mujer sabia que alienta en Sistu
los sueños de progreso y desarrollo personal a través de la educación. Estando
en su escuelita, una hoja de papel periódico con notas sobre el cine cae en sus
manos traída por el viento. Sus amiguitos se escandalizan por las imágenes que
también trae el recorte y buscan acusar a Sistu ante la maestra. Ella se
presenta y les explica sobre el cine, provisional información que el niño acoge
con gran curiosidad.
El día que su padre va al pueblo para vender sus productos y
hacer otras compras, Sistu lo acompaña y lo primero que busca averiguar es
sobre un cine ambulante que ha llegado al pueblo para su exhibición de
temporada. Mientras su padre va a preguntar por noticias de Rosita donde su
compadre, el menor se queda hasta tarde deambulando por las callecitas angostas
para encontrar la salita improvisada donde un hombre proyecta las películas más
conocidas del séptimo arte. Y allí surge la magia para Sistu, cuando observando
la pared descubre que las figuritas se mueven y hablan, cuentan una historia y
suena una música. Cuando regresa a su casa y luego a su escuela, comenta
alborozado con sus compañeritos todo lo que ha visto, animándolos para que la
próxima vez lo acompañen y puedan gozar de su descubrimiento.
Así va creciendo en el alma del niño el fervor y la pasión
por el cine, sentimientos que llega a contagiar a la comunidad de sus padres,
quienes asisten a una función por decisión mayoritaria. Pero sus ansias de gozo
se estrellan ante la imposibilidad de comprender lo que sucede en la película
por la barrera del idioma, situación que desemboca en la decisión de enviar
solo a Sistu para que él después les transmita la historia. El niño se
esfuerza, con la ayuda de mamá Simona, su abuela, de representar de la mejor
manera el argumento del film ante sus ocasionales espectadores. Sin embargo,
cuando un día lluvioso acude al pueblo, recibe la mala noticia de que el
exhibidor se ha marchado. Regresa a su comunidad y debe contar, como siempre,
lo que ha visto. Como no tiene historia para ese día, y ante la impaciencia de
su público, inventa una que recrea las vivencias de ellos mismos. Lo acusan de
mentiroso y de estafador, pero su familia sale en su defensa y convencen a los lugareños
de que es mejor que una historia relate sus propias peripecias, y en su propia
lengua. Es el remate perfecto de la cinta, pues en la secuencia final se ve a
un Sistu ya adulto frente a una pantalla donde se exhibe su propia producción
cinematográfica, con una escena conmovedora: su hermana Rosita está de vuelta
en casa y el reencuentro con su familia no puede ser más tierno y emocionante.
Sistu ha recuperado a Rosita en la ficción, es decir, el milagro del arte hace
posible lo imposible, convierte en realidad los sueños de los hombres. Tremendo
mensaje de un film que ha cautivado a grandes y chicos, que al final de la
película prorrumpen en aplausos de reconocimiento a un autor que ha logrado dar
en la precisa sensibilidad del público.
En cuanto a otros elementos podemos destacar el papel
principal. Pocos seres están dotados con el talento natural para la actuación,
y Víctor Acurio, el joven actor de Willaq Pirqa, el cine de mi pueblo,
lo tiene a raudales. La fotografía es magnífica, con amplias tomas de un
escenario prodigioso: las altiplanicies andinas en todo su esplendor, la vida
cotidiana de sus pobladores en el campo con sus sembríos y sus animales, y la
agitación comercial en el pueblo los días de feria, como también las noches
cerradas salpicadas por intensos aguaceros. Ninguno de los otros roles fue
asumido por un actor o actriz profesional, pero igualmente lo hacen con la
espontaneidad y naturalidad de quienes han alcanzado la pericia en el oficio.
La música es acorde con los paisajes y la trama transmite el alma y el corazón
de un mundo singular agazapado en las estribaciones de nuestras serranías.
Hay momentos de comedia que el público celebra entre risas y
comentarios, escenas graciosas donde el protagonista hace gala de un sentido
del humor candoroso y tierno. Otros momentos son de ciertos guiños a la
historia de nuestro país, cuando por ejemplo aparece una mujer con rasgos de
locura hablando incoherencias y caminando por las chacras y los surcos, y ante
la pregunta curiosa que Sistu plantea a su padre, Florencio, éste le explica
que está así desde que su hijo desapareció. Enorme realidad que muchos parecen
haber olvidado de una época fatídica que se apoderó del Perú hace apenas unas
décadas. En fin, vale la pena sentarse por 89 minutos frente a la pantalla y
gozar de una estupenda obra que seguirá dando que hablar por su calidad y
belleza.