sábado, 7 de enero de 2023

La pared que habla

 He tenido la suerte de ir a ver la película peruana Willaq Pirqa, el cine de mi pueblo, del cineasta ayacuchano César Galindo, realizada el año 2019 y que, por la razón de todos conocida, se estrenó recién el 8 de diciembre último. Premiada en el Festival de Cine de Lima del año pasado, es la primera que se hace totalmente en idioma quechua, toda una proeza en un medio que no favorece precisamente el desarrollo de una cinematografía nacional. Su programación en pocas salas de la capital y en algunas ciudades del interior, con cuatro semanas en cartelera y una asistencia aceptable del público, debiera ser motivo suficiente para seguir apoyando la producción a través de una sostenida presencia en más salas y por mayor tiempo para que un público masivo tenga oportunidad de conocer y apreciar esta valiosa cinta.

La película es, ante todo, una perfecta oda al cine, al modo que lo hiciera también el italiano Giuseppe Tornatore con su aclamado film Cinema Paradiso (1988). Pero la peruana posee otros aspectos que la hacen única y notable en su género, por el abanico de propuestas y símbolos que se desprenden de la trama. La primera, como ya lo dije líneas arriba, es estar filmada en una lengua originaria de nuestro país, lo cual ya es un elemento transgresor para el sistema dominante, donde prevalecen abrumadoramente las producciones en lenguas extranjeras y en español como segunda opción. Pero vamos desgranando las diversas aristas de una obra que destaca por su virtuosismo, poco común en nuestro medio.  

Sistu es un niño de la comunidad de Maras en el Cuzco, que vive con sus padres y su hermanito. Su hermana mayor, Rosita, ha salido para la capital a trabajar como sirvienta y no ha regresado a su pueblo. La familia espera noticias de ella y anhela su regreso con ansiedad, pero al parecer todo será en vano. El niño va al colegio por decisión y esperanza de su madre, pues el padre no está muy convencido de que esto sea necesario para sus objetivos de agricultor y hombre de campo. La abuela es una mujer sabia que alienta en Sistu los sueños de progreso y desarrollo personal a través de la educación. Estando en su escuelita, una hoja de papel periódico con notas sobre el cine cae en sus manos traída por el viento. Sus amiguitos se escandalizan por las imágenes que también trae el recorte y buscan acusar a Sistu ante la maestra. Ella se presenta y les explica sobre el cine, provisional información que el niño acoge con gran curiosidad.

El día que su padre va al pueblo para vender sus productos y hacer otras compras, Sistu lo acompaña y lo primero que busca averiguar es sobre un cine ambulante que ha llegado al pueblo para su exhibición de temporada. Mientras su padre va a preguntar por noticias de Rosita donde su compadre, el menor se queda hasta tarde deambulando por las callecitas angostas para encontrar la salita improvisada donde un hombre proyecta las películas más conocidas del séptimo arte. Y allí surge la magia para Sistu, cuando observando la pared descubre que las figuritas se mueven y hablan, cuentan una historia y suena una música. Cuando regresa a su casa y luego a su escuela, comenta alborozado con sus compañeritos todo lo que ha visto, animándolos para que la próxima vez lo acompañen y puedan gozar de su descubrimiento.

Así va creciendo en el alma del niño el fervor y la pasión por el cine, sentimientos que llega a contagiar a la comunidad de sus padres, quienes asisten a una función por decisión mayoritaria. Pero sus ansias de gozo se estrellan ante la imposibilidad de comprender lo que sucede en la película por la barrera del idioma, situación que desemboca en la decisión de enviar solo a Sistu para que él después les transmita la historia. El niño se esfuerza, con la ayuda de mamá Simona, su abuela, de representar de la mejor manera el argumento del film ante sus ocasionales espectadores. Sin embargo, cuando un día lluvioso acude al pueblo, recibe la mala noticia de que el exhibidor se ha marchado. Regresa a su comunidad y debe contar, como siempre, lo que ha visto. Como no tiene historia para ese día, y ante la impaciencia de su público, inventa una que recrea las vivencias de ellos mismos. Lo acusan de mentiroso y de estafador, pero su familia sale en su defensa y convencen a los lugareños de que es mejor que una historia relate sus propias peripecias, y en su propia lengua. Es el remate perfecto de la cinta, pues en la secuencia final se ve a un Sistu ya adulto frente a una pantalla donde se exhibe su propia producción cinematográfica, con una escena conmovedora: su hermana Rosita está de vuelta en casa y el reencuentro con su familia no puede ser más tierno y emocionante. Sistu ha recuperado a Rosita en la ficción, es decir, el milagro del arte hace posible lo imposible, convierte en realidad los sueños de los hombres. Tremendo mensaje de un film que ha cautivado a grandes y chicos, que al final de la película prorrumpen en aplausos de reconocimiento a un autor que ha logrado dar en la precisa sensibilidad del público.

En cuanto a otros elementos podemos destacar el papel principal. Pocos seres están dotados con el talento natural para la actuación, y Víctor Acurio, el joven actor de Willaq Pirqa, el cine de mi pueblo, lo tiene a raudales. La fotografía es magnífica, con amplias tomas de un escenario prodigioso: las altiplanicies andinas en todo su esplendor, la vida cotidiana de sus pobladores en el campo con sus sembríos y sus animales, y la agitación comercial en el pueblo los días de feria, como también las noches cerradas salpicadas por intensos aguaceros. Ninguno de los otros roles fue asumido por un actor o actriz profesional, pero igualmente lo hacen con la espontaneidad y naturalidad de quienes han alcanzado la pericia en el oficio. La música es acorde con los paisajes y la trama transmite el alma y el corazón de un mundo singular agazapado en las estribaciones de nuestras serranías.

Hay momentos de comedia que el público celebra entre risas y comentarios, escenas graciosas donde el protagonista hace gala de un sentido del humor candoroso y tierno. Otros momentos son de ciertos guiños a la historia de nuestro país, cuando por ejemplo aparece una mujer con rasgos de locura hablando incoherencias y caminando por las chacras y los surcos, y ante la pregunta curiosa que Sistu plantea a su padre, Florencio, éste le explica que está así desde que su hijo desapareció. Enorme realidad que muchos parecen haber olvidado de una época fatídica que se apoderó del Perú hace apenas unas décadas. En fin, vale la pena sentarse por 89 minutos frente a la pantalla y gozar de una estupenda obra que seguirá dando que hablar por su calidad y belleza.

 

Lima, 5 de enero de 2023.