En octubre de 1972 se produjo una de las tragedias aéreas
más sonadas de Latinoamérica, cuando un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya, que
transportaba a 45 personas, se estrelló en la cordillera de los Andes, en la
frontera de Argentina con Chile. En ella viajaba la delegación del equipo de
rugby del país, acompañados por algunos familiares y amigos de los jóvenes
deportistas, más los miembros de la tripulación. Después de una breve escala en
Mendoza, la nave rumbo a Santiago de Chile perdió el control, debido tal vez a
la densa nubosidad de la zona, y terminó desintegrándose en choques sucesivos
con las cresterías nevadas de una altura superior a los 5 mil metros sobre el
nivel del mar.
Este es el tema de la reciente película La sociedad de la
nieve, del español Juan Antonio Bayona, estrenada el año pasado y que
compite para los próximos premios Oscar. Producida a partir del libro del mismo
nombre de Pablo Vierci, la historia revive un hecho luctuoso de la aviación. La
he visto la otra noche y me ha parecido muy interesante, un tratamiento
bastante sobrio de un asunto que puede prestarse fácilmente a la truculencia.
La actuación de artistas uruguayos y argentinos le proporciona una buena dosis
de realismo al film, así como el escenario que es el mismo que vivieron las
víctimas de hace medio siglo, aunque algunas escenas se hayan grabado en la
Sierra Nevada española.
Durante el primer saldo de la violenta incursión
sobrevivieron 27 viajeros, que empezarían a vivir a partir de ese momento una
verdadera hazaña de supervivencia, debiendo soportar por 71 días los embates
encarnizados de la baja temperatura, la falta de alimentos, los heridos sin
atención suficiente y la desesperación gradual de todos. Una tormenta de nieve,
a los pocos días del accidente, prácticamente los sepultó en la montaña,
ocasionando la muerte de 9 personas más. En los siguientes días otros dos morirían
al encontrarse muy mal heridos. Cuando a través de un equipo de radio escuchan
que las labores de rescate se dan por concluidas, han pasado ya diez días de la
caída. En ese instante son conscientes de que su salvación depende de ellos
mismos.
Al agotarse los suministros, se produce una terrible
disyuntiva que pone a prueba el valor moral de cada sobreviviente. Discuten
sobre la posibilidad de consumir la carne de sus compañeros fallecidos. Un
viejo tabú de la humanidad se coloca en el debate en circunstancias dramáticas
para 16 seres humanos cuya única alternativa es sobrevivir o morir. Algunos
toman la difícil decisión de salvarse, aun a costa de un hecho que para muchos
es reprobable desde todo punto de vista; otros declinan por razones religiosas.
Sin duda que es el momento más tenso de la película.
A los sesenta días de una peripecia increíble, dos de los
muchachos deciden arriesgarse y salen a pedir auxilio cruzando los picos
nevados, las abruptas laderas y desafiando la inclemencia de un clima extremo.
Se dirigen al oeste, pues saben que en algún momento divisarán las
estribaciones del lado chileno de Los Andes. La travesía de diez días es
descomunal, una auténtica prueba de lucha por la vida, la voluntad humana
puesta al límite, la resistencia personal al servicio de la afirmación práctica
de la solidaridad, la empatía y la resiliencia. Una acción de heroísmo sin
discusión alguna. Divisar al arriero chileno al otro lado de un río, es el
santo y seña de un noble objetivo conquistado.
En 1976 se produjo la primera versión cinematográfica de la
tragedia, Supervivientes de los Andes. Fue rodada en México por René
Cardona, basada en el libro del mismo título de Clay Baird Jr. En 1993 se
realizó una segunda película sobre este acontecimiento que la prensa bautizó
como el milagro de los Andes. La producción titulada en inglés Alive
(¡Viven!), fue producida y dirigida por Frank Marshall, basada en el libro
homónimo de Piers Paul Reed de 1974. Tal parece, sin embargo, que la última
versión posee un mayor calado en el tratamiento del tema como en la
profundización de los personajes, así como en el enfoque centrado en los
aspectos reflexivos y existenciales de un episodio de esta magnitud. De hecho,
la primera versión fue muy mal recibida por la crítica, por el abordaje plano y
efectista del hecho. La segunda estuvo mejor, a pesar del evidente acento
puesto en el lado religioso de una vivencia así.
Esta proeza de la sobrevivencia no se podría decir que es en
realidad insólita, pues son numerosos los casos que registra la historia de
personas que lograron sobreponerse a situaciones tan retadoras. Muchas
fatalmente no pudieron hacerlo, pero lo intentaron, porque el instinto de vida
es tan fuerte que es capaz de cosas tan extraordinarias o extremas con el único
fin de salvarse, de no morir. Freud hablaba del eros y del tánatos, dos
instintos poderosos y opuestos, uno de vida y el otro de muerte, que habitan en
todo ser humano. Según la realidad, el carácter o las circunstancias, logra
triunfar uno de ellos, y en este caso fue el primero que logró imponerse para
que esos dieciséis sobrevivientes contaran al mundo su increíble experiencia.
Lima, 31 de enero de
2024.
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