sábado, 2 de abril de 2011

Un voto anarquista

En la recta final de esta campaña singular por la presidencia de la República, cinco candidatos han acaparado las preferencias del electorado, según los sondeos de las encuestadoras que, en las últimas semanas, nos han presentado el cambiante panorama de esta carrera de caballos que bien puede terminar en una nada graciosa parada de borricos.


Un fenómeno que se presenta por primera vez en nuestra historia, el que cinco pretendientes al sillón de Pizarro se pisen los talones para alcanzar Palacio de gobierno. Pero así como es único este hecho, también lo es que ninguno de ellos me parece realmente idóneo para el cargo al que postulan. Aunque más que idóneo, la palabra es digno. Veamos por qué.


El primero que convoca mis mayores repulsas morales es en verdad ella, pues se trata de la joven candidata de la Alianza Fuerza 2011 -remozada agrupación política que nuclea a los herederos del fujimorismo-, y que según mi perspectiva es la opción más nefasta para el Perú, no solo porque representa la peor cara del gobierno de Alberto Fujimori, sino porque no ha hecho nada por desmarcarse de esa imagen autocrática y corrupta, achacándole tímida e ingenuamente toda esa responsabilidad al colaborador más cercano de su padre, el ahora preso Vladimiro Montesinos, sino porque pretende volver al poder seguida de esa impresentable caterva de rostros y figuras que en los años noventa hicieron de las suyas desde todas las instancias, especialmente desde el Congreso, avasallando a cuanta institución democrática quedaba en pie y aniquilando lo poco de decencia y civilidad que resistía a sus innobles propósitos. Sería largo enumerar los casos específicos, mas la historia no los ha olvidado, felizmente. Aparte de ello, por ningún lado le veo talante de estadista a esta señora que lo único que busca es liberar a su padre una vez instalada en el poder.


El segundo en provocar mis reticencias de elector es un veterano personaje de nuestra escena política de las últimas décadas, que por más que pretenda presentarse solo como un eficiente tecnócrata, o un aséptico economista experto en finanzas internacionales, ajeno a los avatares de la llamada política tradicional, lo cierto es que él representa mejor que ninguno a la clase dominante, con su aspecto de gringo viejo y su acento de turista norteamericano. Es la imagen más acabada de lo que tanto daño ha hecho a nuestros pueblos desde tiempos lejanos: la del entreguismo más descarado y ruin, y la del servilismo rampante a los intereses del gran capital. Él sería el auténtico virrey de las grandes corporaciones internacionales, además de tenaz continuador de los sacrosantos dictados de la teología del mercado que predica el más ortodoxo neoliberalismo.


Enseguida viene un hombre que ha tenido, aparentemente, una exitosa performance en la burocracia estatal, desempeñando diversos puestos claves de la administración pública durante sucesivos gobiernos desde hace algunos decenios. El más reciente de ellos lo ha tenido hasta el año pasado cuando desempeñó el cargo de Alcalde de Lima, gestión que ha estado empañada por serias acusaciones en relación a la forma cómo se administraron los fondos para la construcción del proyecto de transporte conocido como el Metropolitano. El caso aún se está ventilando en las instancias judiciales, así como la actual alcaldesa ha emitido un informe que podría dejar muy mal parado al candidato del color amarillo y las escaleras en los cerros.


En cuarto lugar está quien ya fuera presidente durante un periodo de gobierno, y que si bien es cierto no lo hizo mal, también es verdad que teniendo como ministro de economía a aquel otro candidato, pusieron todas sus energías en el manejo eficiente de una política económica que no siempre ha estado al servicio de las mayorías, por cuya razón constantemente se insistía en esos años que el desarrollo y el crecimiento que ellos tanto celebraban no beneficiaba al hombre del pueblo, el famoso “chorreo” que nunca llegó. Además, muchos miembros de la familia del presidente, empezando por sus hermanos y terminando en algunos sobrinos, dejaron una imagen patética de un clan en cuyo seno se gestó el hombre que accedió desde abajo a la más alta magistratura de la nación.


Por último, el comandante que protagonizara una asonada militar durante el régimen dictatorial de Fujimori, que fue benignamente castigado con una agregaduría en Francia y que en el 2006 estuvo a punto de convertirse en el nuevo presidente del Perú, para escarnio de la derecha intocable y para amplios sectores de la sociedad, que prefirieron en segunda vuelta al candidato aprista, por quien votaron casi con las narices cerradas. En mi opinión, no termina de cuajar como político, siendo quien debiera encarnar al verdadero candidato del cambio real; no lo veo muy convincente cuando asume posiciones democráticas o cuando promete defender lo que la mayoría le reclama. A pesar de llevar valiosas figuras en su lista parlamentaria, hay como un lastre de su pasado castrense que no le permite erigirse en el adalid de esa gesta largamente esperada. Tal vez me equivoque, y aunque no me resulta antipático como otros, hay una arista decisiva en su configuración personal que falta definirse adecuadamente.



Lima, 2 de abril de 2011.



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