El
cumpleaños número 85 del mítico escritor colombiano Gabriel García Márquez,
celebrado el pasado 6 de marzo en todo el ámbito del mundo hispanoamericano, ha
servido para alimentar y nutrir la admiración, el cariño y la devoción que
concita este hombre tímido y dicharachero –pues en su caso estas
características no se contradicen- que ha sido capaz de alcanzar la inaudita
proeza de escribir la obra más importante del siglo XX de la literatura
latinoamericana.
Una biografía publicada en el año 1997 por
el escritor y periodista Dasso Saldívar, reeditada hace algunos años bajo el
título de García Márquez. El viaje a la
semilla. La biografía, he tenido ocasión de leer febrilmente en estas
semanas coincidiendo casi con el aniversario onomástico del entrañable hijo de
Aracataca. La investigación se remonta a indagar el árbol genealógico del
novelista, rastreando los orígenes de sus antepasados y el momento en que
terminaron afincados en el caribe colombiano.
Los instantes claves de la vida del autor
de Cien años de soledad, desde el día
en que vino a este mundo, un 6 de marzo de 1927, hasta el año en que publicó su
más famosa e increíble novela, están contados con detalles apasionantes y datos
desconocidos que enriquecen el conocimiento del derrotero existencial de un
autor imprescindible de las letras americanas del siglo XX, y abonan el interés
y la curiosidad que despierta una obra portentosa que lo ha catapultado a los
primeros planos de la creación literaria, haciendo de él todo un clásico de los
tiempos modernos.
Cuando a la edad de 9 años descubre
embelesado, en los baúles de los abuelos, un ejemplar deshojado de Las mil y una noches, comienza
propiamente su edad de lector enfebrecido, esa peste bienhechora que lo acompañaría
toda su vida para hacer de él la figura insuperable en el concierto de los grandes
demiurgos de las letras mundiales. Luego vendrían las lecturas esenciales de
Sófocles –“el más grande y constante de sus maestros”-, de Kafka y de Rulfo; de
Faulkner y Virginia Woolf.
Su vida trashumante y peregrina, errando
por los distintos parajes de la guajira colombiana, residiendo en ciudades tan
distintas y distantes como Sucre, Barranquilla y Bogotá. La presencia cálida y
paternal del abuelo Nicolás Márquez Mejía, figura inmortal en el imaginario
creativo del futuro novelista, tanto como los relatos fantásticos de su abuela
Tranquilina Iguarán Cotes, que luego le servirían para fraguar esos
inverosímiles episodios de sus obras de ficción.
El periodismo y los amigos, esas dos
fontanas inagotables que irían modelando su vocación más profunda, a partir de
esa actividad alimenticia que serviría además para foguear sus dotes
narrativas, a través de sus magníficos reportajes y sus originales crónicas,
así como el incentivo constante de un grupo de jóvenes letraheridos, inquietos
por los libros y la literatura tanto como por las cuestiones sociales, en una
época de gran efervescencia política en el continente.
Sus estudios como becado en el Liceo
Nacional de Zipaquirá, una ciudad a 50 kilómetros de Bogotá, donde tendría la
oportunidad de alternar con los “cachacos”, como llaman los colombianos a los
bogotanos y en general a todos quienes habitan en la zona andina de ese país.
Posteriormente su ingreso a la Universidad Central de Bogotá para estudiar
Derecho, carrera que abandona en el tercer curso por una razón más bien
anecdótica.
El mundo de la violencia, que permearía la
vida política colombiana por más de medio siglo, es vivida también por el
escritor de una manera cruda y brutal cuando el “bogotazo” del 9 de abril de
1948 se sella con el asesinato del líder liberal Jorge Eliecer Gaitán. Ya su
nacimiento había estado marcado por otro hecho aciago de la historia de
Colombia, la masacre de las bananeras de la United Fruit Company en 1928, uno
de sus “demonios históricos”, al decir de Mario Vargas Llosa.
La lectura de El viejo y el mar cuando viajaba por la guajira convertido en
vendedor de libros a plazos. La relectura de Mrs. Dalloway que le da el sentido
y la conciencia del tiempo histórico y legendario. El contacto con el
neorrealismo italiano, el periodismo norteamericano y autores como Albert
Camus, Ernest Hemingway y Truman Capote: influencias decisivas y modelos de
inspiración.
Su estancia en París, llena de penurias y
vicisitudes, pero de gran aprendizaje. Su viaje por los países socialistas, la
Unión Soviética, Alemania Oriental, Hungría y Checoslovaquia; producto del cual
escribe un extenso reportaje en 10 entregas titulado “90 días en la Cortina de
Hierro”. En Francia entra en contacto con la intelectualidad latinoamericana
que bullía en todo su apogeo, así como conoce a notables figuras de la intelligentzia europea.
Su incursión en el cine en 1961, que le
haría demorar cuatro años la empresa mayor de su vida: la escritura de Cien años de soledad. Obra que incubó
diecisiete años y la escribió en dieciocho meses, recluido como un anacoreta en
un edificio de alquiler en una zona residencial de México D.F. Allí
permanecería “El habitante de la Cueva de la Mafia” –así lo llama su biógrafo
por su lugar de refugio-, sumido en la aventura delirante de contar la
desaforada vida de los Buendía y el destino apocalíptico de Macondo.
Todo esto está recogido con paciente y
meticulosa diligencia por el biógrafo. También está por supuesto su matrimonio
con Mercedes Barcha, su novia de siempre; el nacimiento de sus primeras obras y
el de sus hijos Rodrigo y Gonzalo; la aparición providencial de Carmen
Balcells, “la Mamá Grande de la novela latinoamericana” según el preciso juicio
de Vargas Llosa, y por último la aventura homérica para la publicación de su
legendaria novela en 1967.
Un libro memorable que nos acerca al espacio
interior más recóndito de un auténtico creador, el deicida mayor de las letras
hispanas.
Lima, 21 de
abril de 2012.
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