Han pasado ya algunos días de la muerte de
Antonio Cisneros, y aún sigo aturdido por este hecho que me imaginaba remoto
para alguien como él. El sábado pasado oí por la radio un comentario fúnebre en
el que era aludido el poeta y de pronto se agolparon en mis recuerdos una serie
de imágenes en los que fui testigo de la vertiginosa y fructífera existencia de
uno de los creadores más formidables que ha dado la poesía peruana en el último
medio siglo.
Premiado en diversos países de nuestra
vasta Latinoamérica, menos en el suyo, multifacético espíritu que descolló
nítidamente en cada cosa que hizo, Toño Cisneros, como le decían sus amigos, ha
tenido que someterse también al inexorable ritual que impone nuestra condición
humana. Cuando aún podía acompañarnos algunos años más, puesto que apenas
frisaba los 69 -cabalística cifra-, la horrible parca lo ha cercado alevosamente,
metamorfoseada en el temible cangrejo de la muerte.
El nombre de Cisneros no fue absolutamente
desconocido para esa gavilla de jóvenes letraheridos, apandillados en una de
las numerosas capillas literarias que pululaban en los salones y patios de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos de los años 80 -atrabiliaria década de
las rebeldías, las revueltas y las revoluciones frustradas-, que transitaban
por la urbe tironeando su trashumancia y sus inagotables búsquedas estéticas
cual una pequeña tribu de insensatos y dementes cultores de la poesía.
Fue así que en una ocasión supimos que
habría un recital de poesía en el local del Centro cultural peruano-soviético
de la Avenida Salaverry (que me imagino ya no existirá), y esa fue la primera
vez que vi y escuché al ya mentado “oso hormiguero” leyendo su disímil y
controversial poesía ante una muchedumbre de ávidos oyentes, en su gran mayoría
jóvenes universitarios que provenían de esos grupos dispersos que se solían
formar por esa época para tener presencia en el flamante mundo de las letras.
A pesar de que ya conocía algo de la
poesía de Antonio Cisneros, por mis lecturas de revistas y libros prestados, no
dejó de sorprenderme su desenfado, su frescura, su límpido discurso poético
exento de retórica, despojado de toda ampulosidad, desprovisto de todo ese
andamiaje lírico modernista o posmodernista, liberado para siempre del molde
decimonónico, desnudo de cualquier lirismo vacuo, que a pesar de las
vanguardias seguía tratando de sobrevivir en nuestro medio; en suma, un estilo
suelto, coloquial, libre y sin mayores pretensiones ni afectaciones.
Pero
al primer Antonio Cisneros que conocí fue al periodista, al sagaz y agudo
cronista que dirigió ese legendario y emblemático suplemento dominical del Diario de Marka, llamado El Caballo Rojo, que en los años finales
de la década del 70 y comienzos del 80 hizo las delicias de lectores que como
yo podíamos disfrutarlo desde nuestras lejanas provincias. En sus páginas se me
harían conocidos nombres como los de Sinesio López, Carlos Iván Degregori,
Santiago Pedraglio, José María Salcedo y otros, referentes todos ellos luego en
las ciencias sociales y el periodismo nacionales.
Tampoco puede olvidarse su paso por la
radio, a través de una breve secuencia diaria en una emisora de la capital,
donde comentaba con singularísima chispa, estilo zumbón y donaire criolla, conjugados
con un lenguaje sembrado de iridiscencias poéticas, los asuntos más variados
del quehacer nacional.
Por último, en la Feria del Libro del
2011, el año pasado nomás, cuando nada presagiaba este desenlace fatal, el “oso
hormiguero” estuvo en el stand correspondiente a Chile firmando ejemplares de
un libro editado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de ese país,
en razón del reciente Premio Iberoamericano de Poesía “Pablo Neruda” otorgado a
nuestro compatriota. El volumen, titulado Diarios
de naufragio, es una antología de toda la obra poética de Antonio Cisneros;
libro que obsequiaron los hermanos del sur y que me fue autografiado por el
poeta y del cual me solacé grandemente leyéndolo en los días siguientes.
La voz y la huella de Antonio Cisneros
quedarán en sus delirantes y curtidos versos, como una sombra benéfica que aletea
con su espíritu desafiante. Su retador desplante a la convención y el lugar
común, su humor corrosivo y sarcástico, dicho en el tono más irreverente, su
fáustica celebración de la vida en todas sus formas, se instalarán para siempre
en la memoria y en el alma de quienes admiraron su talento y amaron su poesía.
Lima, 13 de
octubre de 2012.
Muy lamentable la muerte de este gran referente de la poesía peruana.
ResponderEliminarAprovecho, profesor, para decirle, que sea cualquiera el tema que trate, es usted un muy buen escritor. Lo felicito.
Saludos, Fernando Ballón.
Gracias Fernando, tus comentarios son muy generosos.
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