Tras breve pero titánica lucha contra el
cáncer, ha fallecido Javier Diez Canseco, líder del Partido Socialista y
veterano luchador de diversas causas a través de más de cuatro décadas. Desde
su puesto de combate, sea el cargo de diputado o senador, la calle tumultuosa,
o la trinchera periodística, ha demostrado su compromiso invencible con sus
ideales, fiel a una militancia que le acarreó detenciones, persecuciones e
infamias por parte de quienes siempre estuvieron alineados con las clases
dominantes y con las castas privilegiadas.
Siento rabia y pena a la vez porque un
hombre de su integridad moral se vaya tan pronto de este mundo, habiendo tantas
batallas por librar, quedando tantos combates pendientes contra una mayoría de
facinerosos sin escrúpulos que pretenden tomar en sus manos el derrotero
precioso de nuestros destinos. La consternación y la emoción intensa me ponen
al borde de las lágrimas, como nunca lo he experimentado por personaje político
alguno.
Era indudablemente el guerrero más
conspicuo de la izquierda peruana, un verdadero quijote infatigable que se
enfrentó, desde sus años juveniles, a cuanta injusticia campeara en la realidad
heterogénea de la política. No toleró jamás la mentira ni la infamia, la
hipocresía ni la podredumbre, y siempre les hizo frente de los más encumbrados en
el poder, desafiando sus fuerzas omnímodas y desnudando sus vicios ocultos.
Una sonrisa proterva debe estar
esbozándose en el rostro de todos aquellos políticos corruptos y mequetrefes de
dos por medio, al saber que el único combatiente que les plantó cara y los
persiguió hasta sus escondrijos más recónditos, ha tenido que dejar el látigo
de su verbo inflamado y la espada de su espíritu justiciero, abatido por un
silencioso enemigo que en pocos meses terminó con sus días, pero ante quien se
enfrentó también con un coraje y una valentía inusitados.
Actualmente era congresista de la
República, pero una inicua conspiración de sus enemigos de siempre lo llevó a
ser suspendido en sus labores legislativas, acusado de favorecimiento ilícito a
sus familiares, hecho que se demostró a todas luces falso y jamás probado. Un recurso
de amparo interpuesto ante el Poder Judicial, y admitido en los últimos días,
ordenaba reponerlo en su cargo congresal, ante la negativa miserable de quienes
montaron la farsa esa de la acusación para anularlo políticamente.
Una gavilla de mediocres y miserables de
todo pelaje, expertos en componendas y cuchipandas, lo defenestró temporalmente
del Congreso de la República. Mas era un honor, y motivo de legítimo orgullo,
ser tratado así por una pandilla de arribistas y oportunistas llegados sabe dios
cómo a ocupar una curul parlamentaria. Esa masa amorfa de encubridores de
estafas y latrocinios, cuyo denominador común es la grisura intelectual y la
indigencia moral, no le perdonó que se atreviera a meterse contra sus jefes y
cabecillas, unos en la cárcel y otros en proceso de investigación.
Javier era uno de los últimos hombres
honestos y decentes de nuestra política, un ejemplar único en medio de esa
vasta teratología de politicastros, politicuchos y politiqueros que abundan en nuestro
medio. Un hombre esencialmente bueno, solidario y comprometido con los más
débiles, fiel a sus principios e ideales como sólo un héroe romántico lo puede
ser. Un personaje singular, inquisitivo, culto e informado, arrancado de alguna
novela de caballería para desfacer
entuertos y reparar injusticias.
Porque Javier era, como dicen los famosos
versos de Bertolt Brecht, uno de esos hombres que luchan no un día, o por un
tiempo, sino que lo hacen toda la vida, es decir, un imprescindible. Hasta
siempre Javier; para quienes admiramos tu constancia y tenacidad serás un
ejemplo valioso de lucha, una presencia invisible que guiará nuestros pasos en
pos de conseguir esa anhelada justicia y bienestar para nuestros pueblos.
Lima, 5 de mayo
de 2013.
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