sábado, 12 de octubre de 2013

Álvaro Mutis, el gaviero

En un mundo en que declararse demócrata es lo políticamente correcto, él prefería decir que era monárquico; en una época en que la pleitesía y el fetichismo del fútbol ha calado en todos los sectores sociales, él despotricaba de ese deporte inglés que ha devenido en un mero negocio. Porque así era Álvaro Mutis, ese excéntrico y anacrónico escritor colombiano, cuya muerte el pasado 22 de septiembre ha enlutado una vez más las letras y la cultura de Latinoamérica.
     Gran amigo de Gabriel García Márquez, a quién habría entregado, según cuenta la leyenda, Pedro Páramo, el emblemático libro de Rulfo, en una actitud de franco desafío, siendo probablemente el culpable, o uno de los culpables, del prodigio narrativo que permitió al hijo de Aracataca, aguijoneado por esa alevosa provocación, acometer la descomunal empresa de escribir Cien años de soledad, la novela de las novelas del siglo XX hispanoamericano.
     Poeta y novelista por igual, integraba, junto con el mismo García Márquez, Fernando Botero, Fernando Vallejo, William Ospina, Sergio Jaramillo y Héctor Abad Faciolince, la plana mayor de los embajadores ante el mundo del arte y la cultura del eufónico país de los cafetales y los vallenatos.
     Lector incansable y hedónico, degustador exquisito de la obra de Cervantes, a quien lee y admira por sobre todos los escritores que son y han sido. Ponía como único requisito para emprender la lectura de un libro, que éste no bajara de las 1200 páginas; ello explica sus recurrentes lecturas de En busca del tiempo perdido,  la interminable novela de Proust, que lo realizaba de un tirón, como quien vuelve a un espacio entrañable y extenso, lleno de gratificaciones y bienaventuranzas.
     No he tenido la oportunidad de conocer la obra de Mutis, lo cual me pesa; es una deuda que la tendré pendiente, para, a la primera ocasión, solazarme recorriendo sus páginas, que, estoy seguro, le depararán a mi espíritu nuevas riquezas y desconocidos tesoros. Mientras tanto, me conformo recordando las innumerables anécdotas de las que estuvo ahíta su vida, una trayectoria fecunda y vasta que ha atravesado casi todo un siglo y más.
     Recuerdo por ejemplo la vez aquella en que acudió a recibir el Premio Cervantes, era el año 2001, circunstancia en que Mutis leyó un breve pero hermoso discurso donde incluyó un bellísimo soneto de Borges titulado “Un soldado de Urbina”, el mejor retrato poético que se haya hecho del genial Manco de Lepanto. 
     Vivía en México desde hacía un número abundante de años, país al que llegó casi huyendo de la persecución judicial de una compañía a quien tuvo la feliz ocurrencia de sacarle la vuelta a favor de los superiores intereses del espíritu y la humanidad. Allí se hizo amigo de toda esa pléyade de grandes creadores que ha dado el siglo XX mexicano a la cultura universal, como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco y tantos otros, que compartieron con el colombiano los afanes y las búsquedas estéticas de una generación brillante y, sin duda, ya histórica.
     A su partida nos deja una obra diversa y valiosa, donde destaca un personaje que ya ha adquirido carta de ciudadanía en el orbe fabuloso de las ficciones y la narrativa de nuestra lengua. Maqroll, el gaviero, seguirá saciando con sus historias, esa sed de aventuras que poseemos todos quienes, no contentándonos con esta prosaica realidad, alimentamos nuestra fantasía con la presencia impagable de estos hijos entrañables de la imaginación y la palabra.
     Que Maqroll siga oteando el mundo y sus vicisitudes desde su gavia predilecta, pues Álvaro ha decidido emprender otros rumbos y hacer mutis.


Lima, 11 de octubre de 2013.   

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