martes, 18 de febrero de 2014

Crepúsculo de un buen diario



     Entre los periódicos que solía comprar cuando era aún escolar, estaba el diario La Prensa, un diario que me gustaba por su formato –siempre me han gustado los diarios de formato clásico, como el que tienen los grandes diarios del mundo-, por su diseño sobrio y su contenido serio y mesurado. Aunque discrepaba ligeramente, por ese entonces, de su línea editorial, los artículos que publicaba me parecían interesantes y otros francamente estupendos. Y el despliegue que dedicaba a la información internacional, que yo más valoro en cualquier publicación, estaba entre lo mejor del medio.
     Competía con otros diarios de muy buen nivel, o que así me parecían por ese entonces, como El Comercio, Expreso, Correo, El Diario de Marka o La Crónica. Yo leía todos ellos casi todos los días, y podía comparar sus posiciones con relación a los más variados asuntos de la política interna y externa del país. Fueron las primeras lecciones de lo que luego sabría eran las batallas ideológicas que se libraban en la prensa peruana, como reflejo de otras batallas que involucraban a los actores políticos, como partidos, sindicatos y movimientos sociales en general.
     Será por eso, y por otras razones también, que he leído con cierta voracidad y placer Los últimos días de La Prensa, novela del polémico periodista, conductor televisivo y escritor peruano Jaime Bayly, personaje que a veces parece de la farándula local o, incluso, internacional. Mas debo reconocer que su ficción me ha atrapado de principio a fin, por lo bien estructurada que está, por el humor criollo que destila en casi todas sus páginas y por el estilo ameno con que se desliza una historia bien contada.
     La manera como el personaje Diego Balbi, alter ego del mismo Bayly, llega por primera vez al diario de Baquíjano, de la mano de su abuela Inés Tudela, para que aproveche sus vacaciones de verano fogueando su talento periodístico en el quehacer cotidiano de la publicación, recuerda al de muchas otras historias parecidas de comienzos de una vocación. Yo mismo tuve que cruzar aquel Rubicón cuando igualmente a mis quince años de edad, acompañado por alguien de mi familia, me presenté a una redacción periodística con la osada pretensión de que me publiquen un artículo, circunstancia que ya he descrito en otra ocasión.
     Allí empezará para el bisoño periodista un periodo de formación y aprendizaje, de veloz adquisición de las mañas y las artimañas que son comunes al espacio de los medios. Conocerá a periodistas experimentados y de los otros, jóvenes como él, con quienes hará los primeros recorridos por los ámbitos laborales y profesionales, como también por los secretos de la bohemia y la dispersión.
     El descubrimiento brutal de la sexualidad explícita, esta vez a cargo de Patty, la alevosa secretaria del director, que se ha granjeado una dudosa reputación entre los trabajadores del periódico, merced a una serie de chismes y habladurías, con asiento tal vez en alguna realidad, es otra de las novedosas experiencias que le provee esa incursión veraniega. Asimismo el conocer a Francisco, el hijo del director, de quien se hace amigo cómplice, le significará el acceso al círculo íntimo de la plana mayor del diario.
     Viviendo la irrealidad del dispendio y el aprovechamiento irresponsable de los beneficios inmediatos que puede otorgar el estar a cargo de la caja chica de la empresa, Patty Bustíos es la encarnación maquiavélica de ese gradual proceso de descomposición financiera de La Prensa, de su lento pero seguro ocaso, debido quizás a la dura competencia del mercado, al descenso dramático de las ventas y por lo tanto del tiraje, situaciones todas explicables por una época de cambios en la sociedad peruana y el reacomodo de una masa importante de lectores que irían orientando sus búsquedas a productos más ligeros y populares, realidad que hoy impera de forma incontrastable.
     Hay situaciones delirantes en la novela que rompen la monotonía de la vida periodística, así como episodios hilarantes protagonizados por don Rafael Tudela, abuelo de Diego, un viejo agricultor cuya única obsesión es recuperar sus tierras, arrebatadas durante la reforma agraria del chino Velásquez. Para ello se vale de su nieto, enviando por su intermedio extensas cartas al director de La Prensa, exigiendo que el gobierno de Felipe Correa devuelva las tierras confiscadas, así como lo hizo con los medios de comunicación al inicio de su mandato.
     La escena de don Rafael con dos espadas, esperando una noche en un parque a don Antonio Larrañaga para un duelo que sólo él conocía, tiene algo de esas tragicómicas aventuras del Quijote, viviendo un mundo alucinado que contrasta radicalmente con la realidad. Sólo Diego sabe que Larrañaga nunca llegará, porque el encargado de transmitirle el desafío era precisamente él, quien jamás entregó el encargo.
     O la vez aquella en que el viejo periodista encargado de internacionales, sección donde laboraba Dieguito, arroja por la ventana del tercer piso a un colega con quien se había trabado minutos antes en un ardoroso duelo verbal. La caída al jirón de La Unión con los huesos rotos, es motivo para el posterior despido del agresor, situación que sin embargo no aprovecha nuestro joven héroe para encaramarse a la jefatura de la sección.
     Y así, entre situaciones y escenas chispeantes, subidas de tono y francamente desternillantes, discurre el relato de los estertores de un gran diario que agoniza en medio de la más desenfadada incuria de sus propios directivos, del apetito desmedido de quienes nunca quieren perder y de la dejadez de sus trabajadores que ven impávidos cómo se viene a pique un formidable proyecto, mientras ellos sólo son capaces de contemplar sus pequeños intereses personales, ajenos al significado de la hecatombe que tienen sobre sus cabezas.

Lima, 26 de enero de 2014.
    

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