El campeonato mundial de ajedrez 2013, disputado en la ciudad india de Chennai, se ha saldado con un
resultado inesperado; pero tal vez previsible. El retador, el joven ajedrecista
noruego Magnus Carlsen, a quien la prensa ha bautizado como “el Mozart del
ajedrez”, ha derrotado sin contemplaciones a Vishwannatan Anand, campeón del
mundo del juego ciencia desde el 2006. La serie de partidas, pactadas a 12, ha
sido seguida por millones de personas en la India, en Noruega y en otros
lugares del mundo. Pero han sido suficientes diez para que el nuevo campeón
alcance el puntaje suficiente para coronarse como el flamante monarca del
deporte de los trebejos.
Carlsen ha irrumpido, con tan solo 22 años, en las ligas mayores de este
juego que, nacido en el siglo V en la India, nunca ha sido mayoritario. La
fulgurante carrera del campeón se inició cuando a los cuatro años de edad su
padre le enseñó a jugar ajedrez, y luego de un breve periodo de dos a cuatro
años en que perdió momentáneamente el interés,
lo retomó con fuerza a los ocho con el sólo objetivo de vencer a su
hermana Ellen. A partir de allí, no ha parado hasta consagrarse como el máximo
jerarca de esta disciplina, al parecer propia de genios, una curiosa actividad
deportiva en el que la mente lo decide casi todo.
A los 13 años ya había conquistado el título de Gran Maestro
Internacional, y vencido en algunas partidas simultáneas a luminarias del
tablero como el ruso Vladimir Krámnik y el ex campeón del mundo Anatoli Karpov.
Haría tablas cuando tuvo la ocasión de enfrentarse a Gary Kaspárov, otra
estrella indiscutible en el arte de las estrategias y los movimientos en el
escenario de los 64 escaques.
Aprendí a jugar el ajedrez a los seis años aproximadamente, cuando un
tío me enseñó los primeros rudimentos de un juego que luego me apasionaría por
varios periodos de mi vida, y al que siempre retornaba con un interés y un
conocimiento mayores. Recuerdo, o me gusta recordar, la vez que tuve ocasión de
ganarle una partida a quien me parecía invencible. Tendría ya entre siete u
ocho años, y el júbilo que ello me produjo sería uno de los grandes alicientes
que tendría para seguir practicando y aprendiendo este maravilloso pasatiempo
que, lo sabría más adelante, constituía un verdadero portento para el
desarrollo de la inteligencia y otras habilidades intelectuales.
La primera vez que viví una experiencia de entusiasmo extático frente al
ajedrez fue cuando se dio el campeonato del mundo del año 1972, donde se
enfrentaban dos auténticos colosos: el ruso Anatoli Karpov y el estadounidense
Bobby Fischer. Recuerdo haber seguido las partidas a través de la prensa,
gracias a los comentarios y las reseñas de uno de los mejores conocedores que
hemos tenido en el país del deporte ciencia: Alfonso La Torre, más conocido
como Alat.
Posteriormente, seguí con el mismo entusiasmo cuando se enfrentaron el
mismo Anatoli Karpov y su contrincante de turno, el disidente soviético Víctor
Korchnoi. Todas las partidas que se publicaban en los periódicos, pues en esa
época por lo menos había alguien que tenía el tino de ocuparse y darle espacio
en los medios al ajedrez, yo los reproducía en mi propio tablero esas tardes
interminables en que después del colegio me ponía a leer y desarrollar mis
tareas en la inolvidable tiendecita de la abuela.
Así pues, volviendo a Carlsen, me admira saber que ya a los 15 años
figuraba entre los cien mejores ajedrecistas del mundo, y a los 17 ya había
entrado a la lista selecta de los 10 más grandes. Es el vigésimo campeón, el
segundo más joven en obtener un título de esta magnitud, y aquel que posee el
mayor puntaje en el ranking ELO de la FIDE, algo que revela su asombrosa
precocidad y su indiscutible talento. Gary Kaspárov ha dicho que Carlsen es una
mezcla de Karpov y Fischer; tiene el genio planificador y frío del primero, y
la sabia y desmedida excentricidad del segundo. Con el agregado de ser un
jugador de la era cibernética, cuya minuciosa inteligencia de silicio lo ha
llevado a ser comparado con una máquina, o como ha dicho el experto español
Leontxo García, “un cocodrilo con chip”.
Lima,
24 de noviembre de 2013.
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