Con
la presencia de una numerosa delegación de invitados de varios países hermanos,
escritores venidos de diferentes rincones del mundo hispanohablante, se ha
realizado en Lima, durante cuatro días intensos de debates y mesas redondas
sobre diversos aspectos de la literatura y la creación literaria, la I Bienal
de Novela Vargas Llosa, un evento cultural que inaugura en la capital peruana
un encuentro de primer nivel que se repetirá cada dos años y que convertirá a
la vieja ciudad de los reyes, como dijo muy bien Mario Vargas Llosa al
inaugurar el certamen, en la capital de la literatura.
Como me fue imposible asistir, por razones
de horario y obligaciones laborales, a las interesantes mesas redondas en que
los escritores conversaron sobre disímiles temas literarios, no podía faltar de
ninguna manera al fin de fiesta que significó la clausura del encuentro,
llevada a cabo el jueves por la noche en el moderno escenario del Gran Teatro
Nacional y con la asistencia de casi todos los invitados y de un selecto
público que vivió con mucho júbilo esa jornada postrera.
Mi objetivo era ir a la caza del Nobel,
con el objetivo premeditado de lograrle arrancar un autógrafo en el libro que
cuidadosamente seleccioné para esa noche. Luego de una breve espera, la
programación se inició cerca de las 8 de la noche con un panel integrado por
Fernando Ampuero, que actuó de inmoderado moderador, Javier Cercas, Sergio
Ramírez y Alonso Cueto. El diálogo giró en torno al tema de historia, literatura
y política, cuestión ante la que los novelistas convocados relataron sus
singulares experiencias creativas, teniendo en cuenta la realidad histórica
como materia de la ficción novelesca, disertaciones que estuvieron matizadas de
anécdotas humorísticas que hicieron las delicias del auditorio.
Siguió un intermedio musical con la
presentación de la reconocida intérprete criolla Cecilia Barraza, artista
admirada por Felícito Yanaqué, el empresario transportista de la última novela
publicada por Vargas Llosa. Nos obsequió tres magníficas piezas del repertorio
criollo, creaciones de Alicia Maguiña, Chabuca Granda y Andrés Soto, versiones
que me emocionaron casi hasta las lágrimas. Enseguida el elenco de danzas del
Ballet Folclórico Nacional regaló a los asistentes, y especialmente al
arequipeño universal, un carnaval arequipeño y un yaraví, para rematar con un
enérgico huaylash.
No podía faltar, oh maldición de estos
tiempos, uno de estos jovenzuelos internautas, que tuvo la desdicha de sentarse
a mi lado y encender la inmensa pantalla de uno de estos benditos aparatejos de
la moderna tecnología virtual para repasar, mientras los novelistas conversaban
en el panel, sus contactos de las redes sociales, ocupación que los lleva a
convertirse muchas veces en verdaderos esclavos atrapados en la huachafa
costumbre de conectarse hasta en los lugares más inverosímiles. Una señora de
la misma fila tuvo que pedirle que apagara el juguetito de marras para que la
jornada discurriera tranquila y en paz durante el resto de la noche.
Al fin llegó el momento esperado por
todos, el anuncio del ganador de esta I Bienal de Novela que lleva el nombre
del novelista peruano y que pretende constituirse en la versión contemporánea
del otrora famoso Premio Rómulo Gallegos, que justamente lo ganara Mario allá
por 1967 con su novela La casa verde.
Y bien, fueron llamados al escenario el presidente del jurado y el Premio
Nobel, quien, para alargar el suspenso de la mención ganadora, agradeció a
todos los que hicieron posible la realización del mismo y contó sabrosas
anécdotas que encendieron de humor y risas la noche.
Cuando José Manuel Blecua, Director de la
Real Academia de la Lengua Española leyó el nombre de la obra ganadora, Prohibido entrar sin pantalones, en ese
mismo instante emergió de entre el público el escritor español Juan Bonilla, su
autor, quien se dirigió al estrado oficial para recibir los abrazos de
felicitación y la escultura donada por Fernando de Szyszlo como deferencia
simbólica del premio obtenido. Seguidamente, dirigió unas palabras de
agradecimiento a los organizadores y al público asistente, declarándose
orgulloso y honrado de recibir un galardón de esta naturaleza.
Era el final de una fiesta de las letras
que por cuatro días llenó de fervor literario a una ciudad más bien sumida en
la modorra cultural. Y era el momento preciso para cumplir mi cometido:
acercarme a la figura central de la noche y obtener algún presente que luego
guardara con celosa pasión. Como no era posible aproximarse a la parte
principal del escenario donde se hallaba el escritor con su séquito, la
alternativa fue salir al hall principal para aguardar su salida.
Un nutrido público ya llenaba de algarabía
el hall principal, público que alternaba con los escritores participantes de la
Bienal y otros que igualmente sentían que eran partícipes por derecho propio,
mientras un grupo de mozos se movilizaba por las instalaciones ofreciendo
champaña y bocaditos, que luego se trocaron en piscos sauer y más champaña y
más bocaditos. El primero al que abordé fue a Javier Cercas, el autor de El soldado de Salamina, con quien
intercambié algunas palabras, departí gratos momentos de entusiasmo y a quien
felicité por su obra. Accedió a tomarse una instantánea conmigo, al tiempo que
Sebastián, mi hijo de 15 años, desplegaba su convenida tarea de fotógrafo.
Terminaba de saludar a Javier cuando al
dar la vuelta me enfrento cara a cara con Rosa Montero, a quien le susurro el
nombre de una de sus más recientes novelas, ella repite el señuelo y entablamos
un ligero diálogo que se selló con otro recuerdo para la posteridad; diviso a
algunos metros a Jeremías Gamboa y a Mariana de Althaus, a quienes doy la mano
y pido, uno después de otro, retratarse conmigo para la memoria gráfica. Mario
conversaba a unos centímetros en un círculo cerrado, al que accedí vulnerando
todos los controles y situándome frente al admirado escritor al que
inmediatamente estreché las manos farfullando un lacónico cumplido, poniendo en
sus manos simultáneamente un ejemplar de su novela Lituma en los Andes, donde estampó su firma autógrafa que yo
atesoraré como el más grande recuerdo de mi encuentro con él.
El resto fue un deambular entre gente
conocida del ambiente literario: Abelardo Sánchez León, Guillermo Niño de
Guzmán, Alfredo Barnechea, Fernando Ampuero y otros que departían con los
últimos sobrevivientes del fin de fiesta. Eran cerca de las 11 de la noche y,
cumplido con creces mi propósito, tomé del brazo a Sebastián para dirigirnos a
casa a saborear todos los excepcionales instantes vividos esa mágica noche
sacada de las mil y una que nos depara siempre el arte y la vida.
Lima, 30 de
marzo de 2014.