Una nueva guerra civil, sectaria y
religiosa, ha estallado en la región más explosiva del planeta. El grupo armado
Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), ha emprendido una tenaz ofensiva
por el norte y centro del país, con el fin de establecer una suerte de califato
musulmán en territorios que comparten los estados de Siria e Irak.
El EIIL es una rama disidente de Al Qaeda
en esa zona del mundo, sus miembros pertenecen a la vertiente sunita del islam,
y pretenden imponer la sharia en un país gobernado por la mayoría chiíta, cuyo
presidente Nuri Al Maliki es acusado de posiciones sectarias y excluyentes por
las comunidades sunita y kurda, las otras etnias que conviven en el seno de lo
que históricamente fue el imperio persa.
En enero de este año, los insurgentes
tomaron las ciudades de Ramadi y de Faluya, y hace apenas unos días cayó en sus
manos Mosul, la segunda ciudad más importante del país. Amenazan con llegar a
la misma capital, Bagdad, pero antes vienen ocupando otras ciudades claves,
ante lo cual han reaccionado las fuerzas oficiales, desplazando contingentes
decisivos para detener el avance de los yihadistas. Se dice que ya controlan
alrededor de una tercera parte del territorio iraquí.
La rivalidad entre los sunitas y los chiítas
es más que milenaria, una sorda guerra fratricida que se pierde en la noche
oscura de los tiempos y que no tiene cuándo acabar. Ambos sostienen puntos de
vista contrarios con respecto a la interpretación de las escrituras coránicas,
y su manera de asumir la religión dista de ser un modelo de tolerancia y
disposición para el diálogo, caracterizándose más bien por un fanatismo
intransigente y cerrado que niega toda posibilidad de entendimiento con el
otro.
Los rebeldes han mostrado fotografías y
videos donde se ve la forma cómo exterminan a soldados regulares, a quienes
mantienen esposados en el suelo mientras un combatiente los ejecuta
inmisericordemente. Habrían matado a más de mil setecientos hombres, según su
propia versión, además de haber ocasionado un estado de tensión permanente en
las poblaciones que se sitúan a su paso, muchas de las cuales han tenido que
migrar a lugares de refugio, agregando un problema humanitario más a la necedad
de la guerra: el drama de los desplazados, gente que tiene que abandonar sus
hogares para vivir de forma precaria en territorios de tránsito.
El Ayatollah Ali Husein Al Sistani,
autoridad religiosa indiscutida en el Islam, ha llamado a una fetwa, para hacer frente a dicha amenaza,
convocando a miles de iraquíes dispuestos a hacerle frente a una fuerza rebelde
que entraña un peligro mayor para la integridad de aquel territorio que fuera
establecido por las potencias coloniales. Ésta es quizá la razón por la que
ahora muchos analistas ven la posibilidad de la partición del país en tres
estados, pues al parecer la convivencia ya ha demostrado, lamentablemente, ser
insostenible.
Por su parte, el gobierno de Obama ha
emprendido una ofensiva diplomática a través de su Secretario de Estado John
Kerry, quien se encuentra por estos días visitando algunos países de la región
moviendo las piezas políticas necesarias para desenredar el entuerto. Ha pedido
a algunos de sus aliados, como Arabia Saudí, que le retiren cualquier apoyo a
la milicia levantada en armas, así como estudia la posibilidad de secundar las
operaciones de la guardia revolucionaria de Irán que ha sido enviada a Bagdad
para respaldar al régimen jaqueado.
La paradoja estriba en que mientras en el
vasto conflicto que vive Siria, Estados Unidos e Irán se sitúan en bandos
contrarios, en el reciente estallido de la violencia en Irak, ambos fungirán de
increíbles aliados, pues el Estado Islámico de Irak y el Levante es enemigo
contumaz tanto del régimen chiíta de Teherán como del gobierno de Washington. Son
los vericuetos de la guerra, los enrevesados caminos de la política
internacional que cada vez nos sorprende con este tipo de absurdos aparentes.
Pero más allá de las curiosidades, el reto máximo que enfrenta la
administración norteamericana es la de lidiar con una situación que entraña un
peligroso retroceso, después de una odiosa presencia de cerca de diez años y
una retirada conveniente de sus tropas de ocupación.
Lima, 24 de junio de 2014.