lunes, 14 de mayo de 2018

Visibilidad del feminicidio


    Cada vez más casos de acoso, maltrato, agresión y violencia en contra de las mujeres salen a la luz y se ponen de actualidad en la prensa de todo el mundo, desnudando una situación de indefensión, extrema vulnerabilidad y sometimiento al que se encuentran expuestos miles de seres humanos que sufren dichos agravios por su sola condición de género.
    En el Perú, por ejemplo, y para comenzar por casa, ha conmocionado a la opinión pública el cruel atentado contra la vida de una joven a manos de un individuo que, planificando pacientemente su crimen, le roció de gasolina y le prendió fuego en un bus atestado de pasajeros en una calle céntrica del distrito de Miraflores. Aduce el victimario que lo hizo porque se sintió utilizado, como si el haber sido rechazado en sus pretensiones de conquista le confiriera el derecho de reaccionar de esa manera.
    La víctima, una chica de 22 años, tiene más del 60% de su cuerpo quemado, debiendo someterse a numerosas operaciones para tratar de reconstruirle la piel que ha sido dañada. Está inducida al sueño para que pueda soportar el doloroso trance que vive. De hecho, su vida ha sido arruinada de forma irremisible, pues nadie podrá devolverle jamás las posibilidades, las ilusiones y los sueños que albergaba antes del trágico suceso.
    En España, se discute aún el polémico fallo de un tribunal de Navarra que ha condenado a cinco energúmenos, que significativamente se hacen llamar La Manada, a nueve años de prisión por el delito de agresión sexual en contra de una muchacha de 18 años que durante la fiesta de los sanfermines en Pamplona en el año 2016 sufrió el vejamen inicuo de una violación en grupo. Fue llevada a un portal por este quinteto de bestias donde abusaron de ella por cerca de media hora, jactándose de su fechoría a través de grabaciones en sus teléfonos móviles y dejándola luego abandonada, golpeada y robada en las inmediaciones del lugar de los hechos. Lo que la opinión pública discute es que la sentencia diga agresión sexual, y no violación, como efectivamente sucedió, amparándose en enredadas lucubraciones jurídicas que pretenden explicar lo inexplicable.   
    Podría seguir enumerando otros casos de los que los periódicos se hacen eco a nivel mundial, como el infame crimen de una niña india de apenas 8 años, Ashifa Bano, víctima de una violación con tintes de enfrentamiento religioso en la localidad de Kathua, del estado de Jammu y Cachemira, al norte de la India. Su origen musulmán la convirtió en chivo expiatorio de una comunidad hindú rival que cebó en ella su cerril venganza por razones territoriales, pues consideran que aquellos invaden sus tierras en una región donde el 90% de las tierras es propiedad de custodia. O el reciente ataque con cuchillo a una joven trabajadora por parte de un compañero que la pretendía, aquí otra vez en el Perú y para cerrar este círculo espantoso del feminicidio galopante.
    Es necesario replantearse el futuro escenario de la lucha contra el feminicidio, una conducta que ha estado instalada, sibilinamente, en la cultura patriarcal del machismo más cerril, aquel que no contentándose con pisotear toda posibilidad de reconocimiento de la igualdad de derechos de la mujer en las sociedades democráticas, dejaba además un resquicio para asumir posiciones violentas que sencillamente buscaban eliminar al objeto de sus odios y sus resentimientos.
    Se trata de asumir una visión libre de prejuicios desde la educación más temprana para forjar una genuina cultura de la igualdad, que destierre para siempre estos bolsones de conservadurismo todavía significativos enquistados en determinados sectores ultramontanos de las sociedades modernas. También se trata de no dejarse atolondrar por campañas insidiosas de facciones ortodoxas y dogmáticas de las iglesias que buscan a toda costa preservar el statu quo en materia de educación sexual, enfoque de género y otras asignaturas pendientes para avanzar en pro de una civilización que verdaderamente merezca ese nombre.
    Nada frena tanto el combate por una sociedad igualitaria como posiciones retrógradas que victimizan a la mujeres presentándolas poco menos que culpables de las agresiones que padecen, desde las suspicaces preguntas de un agente policial en los puestos de comisaría adonde acuden a veces a denunciar una agresión, hasta las denigratorias alusiones a la forma cómo van vestidas por parte de esos embajadores del medioevo que muchas veces son los curas de todas las jerarquías en nuestros países del tercer mundo. Ni un párroco ni un cardenal tienen el derecho de culpabilizar sin fundamento a las víctimas de un delito a todas luces execrable.

Lima, 13 de mayo de 2018.    

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