domingo, 29 de abril de 2018

El intrincado ajedrez sirio

    El absurdo ataque perpetrado por las fuerzas aliadas de Estados Unidos, Reino Unido y Francia en contra de instalaciones científicas y militares sirias ha hecho pensar a muchos que era el comienzo de una escalada que bien podría desencadenar en una guerra de devastadoras consecuencias, si pensamos en la respuesta que presumiblemente tendría en mente Rusia, aliado natural del régimen de Bashar Al-Assad. Han pasado unos días y, aparentemente, todo no ha pasado de protestas diplomáticas y condenas internacionales, sin que el incidente haya pasado a mayores. Sin embargo, no sabemos qué se cocina por detrás de ello en los gabinetes de las grandes potencias que deciden el destino del mundo.
    Si en un primer momento, antes de las incursiones del viernes 13, el gobierno de Vladimir Putin había sido particularmente duro al amenazar con usar su escudo antimisiles instalado en territorio sirio, y eventualmente destruir la nave desde donde fueran lanzados los mortíferos misiles, al día siguiente de conocidos los hechos la reacción del Kremlin ha sido más bien tibia, limitándose a declaraciones oficiales por parte de sus voceros, señalándose la grave deriva que de ello pudiera resultar.
    Bajo el pretexto de que el gobierno de Damasco habría usado armas químicas en contra de la población civil de Duma, el 7 de abril en las afueras de la capital, la Casa Blanca, bajo la conducción del inverosímil Donald Trump, decidió lanzarse a esta aventura bélica saltándose los marcos jurídicos que establece el derecho internacional y los propios mecanismos que prevén las Naciones Unidas para este tipo de situaciones. Precisamente, un equipo de expertos de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ), debía empezar a realizar su trabajo de verificación de los supuestos usos de dichas armas el mismo viernes 13, cuando el triunvirato de la muerte desató su furor.
    Lo cual quiere decir, en primer lugar, que ellos actúan al margen de los procedimientos establecidos, lo que evidentemente no es ninguna novedad; y, en segundo lugar, lo hacen violando la soberanía de un Estado que es parte de la comunidad internacional al que todos ellos suscriben. Es cierto que Siria está en guerra desde hace siete años, ante la mirada impávida de un mundo roído por la indolencia, y donde son protagonistas todos los actores inimaginables, en una intrincada red donde las alianzas parciales se tejen de acuerdo a los intereses en juego, que pueden variar según el asunto de que se trate, dándose la paradoja de que mientras en uno pueden ser involuntarios aliados, en otro son perfectos y encarnizados enemigos. Por ejemplo, cuando se trata de combatir al Estado Islámico, uno de los actores en escena, los Estados Unidos y Rusia coinciden en objetivos, pero si son las fuerzas armadas del gobierno de Al-Assad, uno funge de rival y el otro de colaborador.
    Pero lo más increíble es que se trataría de otro montaje más al que nos tiene acostumbrados la potencia imperial del norte. Así como en el año 2003, durante la administración del inefable George Bush hijo, se inventó la patraña aquella de las armas nucleares que estarían produciendo los iraquíes –con el fin de tener la coartada perfecta para invadir y someter al país árabe–, y acabar con el régimen incómodo de Saddam Hussein, quien terminó colgado del patíbulo; ahora se trata de armar otro sainete, una comedia bufa a cargo de un díscolo mandatario y sus secuaces europeos, en plan de castigo según ellos a un presidente que mandó exterminar a un sector de la población con armas prohibidas. También está lo sucedido en Libia y Afganistán, y una larga lista que se extiende por casi todo el siglo XX.
     Volviendo al motivo del ataque, no está demostrado fehacientemente el uso de armas químicas por parte del gobierno sirio, curiosa circunstancia ante la que han callado todos los voceros de los demás países de la Unión Europea, avalando con su silencio el exabrupto del trío letal. Sin embargo, existen posturas disidentes, como el del gobierno chino y otros países americanos que en esos momentos participaban de la Cumbre de las Américas en Lima, verbi gratia la clarísima posición expresada por el presidente boliviano Evo Morales, rechazando el uso de la fuerza por parte del matón número uno de este barrio global. Posición secundada por el canciller cubano Bruno Rodríguez, cuya respuesta, ante las palabras incriminatorias del vicepresidente estadounidense Mike Pence, es sencillamente de antología. Le recuerda todas las tropelías cometidas por Washington en el pasado, apoyando a dictaduras y regímenes genocidas, lo que no convierte a nadie precisamente en un referente moral para erigirse en el árbitro supremo de las pendencias de este mundo.

Lima, 22 de abril de 2018.   

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