sábado, 22 de septiembre de 2018

Sentimiento del tiempo


    Acabo de leer Elegía, una estupenda novela del recientemente fallecido escritor estadounidense Philip Roth (1933-2018), candidato en todos los últimos años al Premio Nobel y autor de una compacta obra de ficción y de ensayos que lo sitúan entre los más importantes autores contemporáneos de los Estados Unidos, conjuntamente con Cormac McCarthy, Don DeLillo, Paul Auster, Thomas Pynchon y otros de la hornada posbélica de la segunda mitad del siglo XX.
    Elegía es una preciosa novela sobre el acabamiento vital, sobre las enfermedades que lentamente nos van preparando para el momento final, ese instante que a todos los mortales nos tiene reservada esta vida que, como dice el protagonista, nos has sido dada por alguien al azar y fortuitamente, por una sola vez y sin razón conocida o conocible. Un verdadero enigma para el ser humano, una apuesta en la que nos jugamos el todo o la nada, o como lo diría poéticamente el gran Giuseppe Ungaretti, un relámpago de luz entre dos eternidades de tinieblas.
    Un hombre ha muerto y están en el cementerio para despedirlo una de sus tres exesposas, sus hijos, su hermano y su cuñada y algunos colegas. También su enfermera particular, Maureen. Su hija Nancy toma la palabra para contarles a los presentes la historia de cómo su bisabuelo fue el fundador de ese camposanto judío en donde ahora se aprestan a enterrar a su padre. Luego interviene el hermano mayor del difunto, Howie, quien traza la semblanza del fallecido, hijos ambos del joyero del condado Elizabeth, en Newark.
    Se evocan sus varias operaciones de niño, especialmente uno de hernia que termina en un pensamiento pavoroso. En la noche anterior a la intervención, es testigo de la muerte del niño que comparte su habitación en el hospital, inaugurando de manera brutal su primera conciencia de la muerte. Ya mayor, divorciado de su primera esposa, Cecilia, se somete a una operación del apéndice, devenida en peritonitis; otra clarinada de alerta de los avisos que va dando el destino sobre la marcha inexorable hacia la muerte.
    Se quedó un mes en el hospital, tenía 34 años y estuvo a un pelo de perder la vida. Veintidós años después, volvería al quirófano en un hospital de Manhattan para una cirugía cardíaca. Nuevamente, en 1998 vuelve a ser ingresado para someterse a una angioplastia de la arteria renal. Es decir, estos sucesivos hitos que van marcando las señales indubitables de su deterioro físico, le hacen contemplar el mismo fenómeno en las personas que lo rodean, un sentimiento del tiempo concreto y tangible.
    Al jubilarse a los 65 años, abandonó Manhattan para instalarse en el complejo residencial para ancianos Starfish Beach y dedicarse a la pintura. Allí conoce a Millicent Kramer, una viuda de su edad que después de quebrarse en medio de una sesión del taller de pintura, que el hombre había abierto en las instalaciones del complejo, termina suicidándose días después. Reflexiona hondamente si ese es el camino que él debe tomar también ante la embestida de la decrepitud que es inminente. Es la clásica disyuntiva en que se sitúa el ser humano cada vez que tiene que plantearse el problema del sentido de la existencia, sobre todo en un momento en que ya se presiente el desmoronamiento y la cuesta abajo de nuestro paso por este mundo, pues como alguien le recuerda al  protagonista, hay una verdad atroz que debe llevar en su memoria, una sentencia lapidaria que martillará su pensamiento a partir de ese instante: “La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre.”
    La conversación del hombre con el sepulturero, en una de sus visitas al cementerio en donde descansan sus padres, es toda una lección sobre la vida y la muerte, un aprendizaje práctico en medio de la tierra escavada y de la fosa que se va abriendo paletada tras paletada para recibir ese cuerpo que ha sido abandonado para siempre por ese otro misterio que solemos llamar alma, y que no es sino ese fuego invisible que nos insufla esta maravilla que, a pesar de todo, denominamos vida.
    Con este libro, Philip Roth ha ingresado triunfalmente al grupo selecto del rincón privilegiado de mi biblioteca personal.

Lima, 1 de septiembre de 2018.

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