domingo, 26 de agosto de 2018

El espíritu de la tribu

    A raíz del drama que vive un país hermano nuestro y del consiguiente éxodo que ha comenzado a experimentar una parte importante de su población, que huye de la espantosa crisis económica, del insoportable clima de vulnerabilidad en todos los sentidos vitales, espoleados en última instancia por el innato sentido de supervivencia, se empieza a agitar entre nosotros, de un modo peligroso e irresponsable, el fantasma grotesco de la xenofobia.
    Es el mismo sentimiento que ha permitido en Europa, por ejemplo, el encumbramiento de partidos y movimientos populistas de derecha que recuerdan de manera estremecedora los tiempos previos a la ascensión de Hitler al poder en Alemania en los años 30 del siglo pasado. O la misma llegada del actual presidente Donald Trump a la Casa Blanca, en medio de un discurso racista que le hablaba directamente a los instintos supremacistas de una población evidentemente desinformada. Alimentando prejuicios hacia el extranjero, atizando la gratuita hoguera del miedo o el odio hacia el inmigrante, se pretende inclusive construir interesadas plataformas políticas, ahora que nos acercamos a las elecciones municipales.
    Y lo asombroso es que estos demagogos tengan una audiencia cautiva que fácilmente cae rendida ante argumentos absolutamente deleznables y falaces. Será que estamos observando en carne propia, o escuchando más bien, la llamada de la tribu, eso que Vargas Llosa describe magistralmente en su reciente libro de ensayos: el apelar a los estratos más primarios o primitivos de la naturaleza humana, de donde han surgido los populismos y los nacionalismos de toda laya.
    Las infelices declaraciones de un candidato a la alcaldía de Lima, de cuyo nombre no quiero acordarme, retratan cabalmente ese espíritu de la caverna que vive agazapado en nuestros fondos abisales, instalado en la ignorancia y la insensatez que caracteriza las reacciones de muchos seres humanos. Es decir, responden desde la endogamia, desde la falta de empatía, desde la carencia de mínimos rasgos humanitarios, de aquello que Karl Popper ha calificado como la esencia misma de una sociedad cerrada, un mundo devorado por un ego que se mira eternamente al ombligo.
    Acaso no es suficiente contemplar lo que actualmente se vive en el Viejo Mundo, con la llegada de miles de inmigrantes sirios, iraquíes, marroquíes, nigerianos, etcétera; que igualmente escapan de las guerras, la hambruna y la violencia desatada en sus países de origen, y que la Europa civilizada paradójicamente hasta ahora no ha podido canalizar de la forma más adecuada. Los debates sobre las cuotas tienen entrampados a los socios comunitarios, a pesar de los esfuerzos de la canciller alemana Ángela Merkel y del presidente francés Emmanuel Macrón. Lo cierto es que personajes como Víktor Orbán en Hungría, de Jaroslaw Kaczynski en Polonia y de Matteo Salvini en Italia no permiten abrigar muchas esperanzas al respecto.
    Tampoco el haber sido testigos globales de las inhumanas políticas antiinmigracionistas implementadas por el inefable mandatario estadounidense, con los hijos menores separados de sus padres e instalados en verdaderas jaulas humanas, y estos últimos devueltos a sus países de manera brutal. Imágenes de horror que tardarán mucho tiempo en borrársenos de la memoria. Ni qué decir de aquellos que llegan de los países árabes, sometidos a vejámenes sin par y tratados poco menos que como delincuentes en potencia. Políticas, qué duda cabe, dictadas por la estupidez y la indigencia moral de un individuo que increíblemente ejerce el liderazgo político de la mayor potencia del planeta.
    Está demostrado además, por los estudios más serios que existen sobre la materia, que las inmigraciones han sido un factor fundamental en el desarrollo económico de los pueblos, más allá de los primeros inconvenientes y molestias que se puedan sentir en el corto plazo, situación que el gobierno debería manejar con la mayor sagacidad posible para impedir que la población nativa más vulnerable se resienta de sus efectos. Una de las primeras medidas que se deben adoptar, por ejemplo, sería la reubicación de los recién llegados en las diferentes regiones del territorio, según las capacidades y las disponibilidades correspondientes.
    No debemos olvidar, por último, que el Perú, salvando las distancias, vivió un hecho semejante en la década del 80 del siglo pasado, cuando una realidad parecida empujó a miles de compatriotas a emigrar al extranjero, siendo Venezuela uno de los principales países que acogieron fraternalmente a ese contingente de peruanos que buscaban mejores perspectivas de vida. Los sentimientos de solidaridad y hermandad latinoamericanas en su más pleno vigor, patentizado en una actitud que, ahora, nos corresponde ejercer por un mínimo sentido de reciprocidad.
    Cada vez que un integrante de la tribu profiera sus iracundas voces, convocando todos esos miedos y recelos atávicos de la especie, ya sabremos quiénes son sus referentes, los de antes y los de ahora, para negarnos a oírle ni darle siquiera espacio en esta sociedad democrática y solidaria que todos debemos ayudar a construir, pues esa llamada proviene desde lo más profundo de la cueva en la que siguen viviendo algunos especímenes en esta era de los grandes avances científicos y tecnológicos, pero también, queremos creer, de los grandes progresos en materia de estrictos valores humanos.

Lima, 25 de agosto de 2018.

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