sábado, 18 de agosto de 2018

Siete ensayos filosóficos


    En la mejor tradición ensayística, género del cual es uno de sus mejores exponentes, se ha publicado La llamada de la tribu (Alfaguara, 2018), libro en el que Mario Vargas Llosa traza magistralmente la cartografía ideológica de su derrotero intelectual, a través del análisis y la crítica de siete pensadores que han influido notablemente en su gradual acercamiento y abrazo a la fe liberal.
    To the Finland Station, de Edmund Wilson, sería el origen y la semilla instigadora de esta inusual obra que pasa a engrosar la ya vasta producción del escritor peruano. Especie de autobiografía intelectual, al decir de los críticos, repasa las vidas, anécdotas, vicisitudes, libros e ideas de un puñado de autores -representantes conspicuos del liberalismo- que han ido configurando a lo largo de los últimos cincuenta años el viraje ideológico del Premio Nobel desde sus iniciales simpatías comunistas hacia el credo que hoy tiene en él a su mejor valedor en el mundo contemporáneo.
    Desfilan por sus páginas, y en orden cronológico, el filósofo y moralista escocés Adam Smith, curiosamente encumbrado para la posteridad como el padre de la Economía Política, autor de un libro capital en la historia del pensamiento: Investigación sobre la causa de la riqueza de las naciones (1776); el filósofo español José Ortega y Gasset, figura descollante de la primera mitad del siglo XX y autor de ese libro pionero que fue  La rebelión de las masas (1930); el economista austriaco Friedrich August von Hayek, crítico implacable de la planificación y pope indiscutible de la economía liberal; el filósofo de origen judío Karl Popper, nacido en Viena y autor de esa monumental obra maestra que es La sociedad abierta y sus enemigos (1945).   
    Le siguen Raymond Aron, pensador francés de origen judío, firme defensor de la independencia de Argelia y desmitificador del marxismo; Isaiah Berlin, filósofo letón educado en Inglaterra, autor de sugestivas teorías sobre la verdad y la libertad; y Jean-Francois Revel, periodista y ensayista político francés, defensor de la socialdemocracia como sistema que garantiza el desarrollo simultáneo de la justicia social y económica y la democracia política.
    Entre los aportes más significativos de cada personaje, que el autor destaca en su recorrido, podemos mencionar los siguientes: el descubrimiento del mercado libre como motor del progreso hecho por Adam Smith, influido por sus lecturas de Francis Hutcheson y David Hume, este último nombrado como su albacea. Dicha teoría, qué duda cabe, es una de las más polémicas entre aquellas que tratan de explicar el funcionamiento de las sociedades capitalistas, y que en los tiempos que corren han mostrado sus costuras en diversos países en los que se ha implantado como artículo de fe, apuntalando muchas veces las injustificables desigualdades que prevalecen en su seno.
    De Ortega y Gasset subraya su idea de nación “como un proyecto de vida en común”, complementaria de aquella de Renán: “Una nación es un plebiscito cotidiano”. Envuelto entre los dos fuegos de los bandos contrarios durante la Guerra Civil, su distancia tanto del franquismo como de los republicanos en un momento dramático para España, le valió ser confinado, por algunos sectores intelectuales de la península, tal vez injustamente, en el bando cómplice con los excesos y las tropelías de la dictadura.
    La tesis central del pensamiento de Hayek, la de que la planificación en la economía socava la democracia, instalando el totalitarismo, ya sea fascista o comunista, es también ciertamente discutible, a juzgar por los hechos históricos del último medio siglo. El autor señala, con muy buenas razones, algunos reparos a su pensamiento, como aquel donde afirma que es preferible una dictadura que practica una economía liberal a una democracia que no lo hace, o cuando dijo que con Pinochet había más libertad que con Allende. Sin duda, dos despropósitos enormes y temerarios. Otro reproche que habría que hacerle es cuando afirma que la ambición es el motor del progreso, mas si tenemos en cuenta que el apetito de lucro nace de la ambición -como dice más adelante- y relaja la moral pública, permitiendo entre otras cosas el surgimiento de la corrupción, he ahí una evidente contradicción en el pensamiento de Hayek, a ratos desprolijo y falto de claridad.
    El siguiente autor en someterse a la criba conceptual del ensayista es Karl Popper, tal vez el más importante de todos, tanto por el calado de su original pensamiento, como por el peso que sus convicciones adquiridas le deben al autor de La sociedad abierta y sus enemigos. Exiliado en Nueva Zelanda cuando se produce el ascenso del nazismo al poder en Alemania, vivió hasta entonces en su natal Viena, la ciudad más culta y cosmopolita de su tiempo. Execró del nacionalismo, la bestia negra enemiga de la cultura de la libertad que él profesó con genuina pasión. Señaló al sionismo como un peligro, por encarnar una forma de racismo, pues hablar de “el pueblo elegido” -como después se haría con “la clase elegida” o “la raza elegida”- le parece una terrible expresión que presagia el advenimiento del totalitarismo y la entronización de la sociedad cerrada, a la que combatió con denuedo en  su libro capital.
    Refutó el historicismo de Marx, especialmente; pero es a Hegel a quien califica con dureza, remontándose hasta Platón y Aristóteles para rastrear los orígenes de esa nefasta teoría que creía ver leyes que gobernaban la sociedad de los hombres, líneas implacables que sometían la evolución de la historia a una especie de corsé inevitable. Popper niega que haya leyes históricas; a lo sumo, decía, lo que habría son tendencias en la evolución humana, pues finalmente la historia no tiene sentido. Vargas Llosa reprocha a su maestro el menospreciar o subestimar la naturaleza de las palabras, cuyas consecuencias están en las poco felices denominaciones y fórmulas que utiliza a lo largo de su obra, situándose en las antípodas de otro pensador contemporáneo, como Roland Barthes, que llevó al extremo la idolatría de las mismas.
    Otro pensador francés de origen judío es Raymond Aron, dedicado a la sociología y la filosofía; abogó ardientemente, como decía antes, por la independencia de Argelia, en contra de la opinión dominante en Francia, tanto en la derecha -que lo consideraba su vocero- como en la izquierda. Llamó al marxismo “religión secular”, calificándola además como opio de los intelectuales. Se abocó a desmitificar lo que él llamaba los dogmas ideológicos del marxismo: el proletariado, la revolución, el Partido Comunista y su Comité Central, el Secretario General, creados estos últimos por Lenin y usados por Stalin.
    Crítico feroz de la revuelta estudiantil de mayo del 68, a la que no adjudicó ningún viso de trascendencia histórica, sus posiciones muchas veces se situaron a contracorriente de lo políticamente correcto. Vargas Llosa le achaca, sin embargo -lo mismo que a Camus-, su desinterés por América Latina, África y Asia. Coteja en este ensayo la vigencia del pensamiento de Sartre y Aron, inclinándose por este último.
    Pero es Isaiah Berlin quizá el más original y polémico de todos. Nacido en Letonia y formado en Inglaterra, su obra se encontraba enterrada en publicaciones académicas, hasta que su discípulo Henry Hardy la puso al alcance del público. Para Berlin, son las ideas las que deben someterse si entran en contradicción con la realidad humana, y no al revés. Judío, sionista, ateo y practicante no creyente, fue un buen ejemplo de su famosa teoría de las verdades contradictorias. La primera de las cuales consistía, por ejemplo, en que los mecanismos del poder entraban en colisión con los valores de la vida cristiana, lo que podría dar para una larga discusión en los terrenos de la filosofía política y de la ética.
    Otra de sus teorías, sugerentes y sugestivas, es aquella de las dos verdades. Las clasifica en libertad “negativa”, que nace de las limitaciones del medio y es más individual que social; y libertad “positiva”, la de quien busca adueñarse de ella para el despliegue de todas sus capacidades y es más social que individual. Todas las utopías sociales se fundan en esta última, mientras que las teorías democráticas se basan en la primera. Vienen a ser la misma, en verdad, según decía el filósofo, como las dos caras de una misma moneda, separadas apenas por sutiles marcos de observación conceptual.
    Su vida sentimental da -al decir del autor- “para una deliciosa comedia de enredos”. Ejemplo de esto es, y no el menos relevante, su encuentro en Leningrado, en 1945, con las gran poeta rusa Anna Ajmátova, del cual diría Berlin que había sido el más importante de su vida, pues a pesar de que luego se casó y tuvo una familia más bien convencional, el impacto que le causó este episodio quedaría marcado para él hasta el final de sus días.
    Su fábula del zorro y el erizo, que le permite clasificar a los seres humanos, proviene de un texto del poeta griego Arquíloco: “El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa”. El zorro es centrífugo; el erizo, centrípeta. En el zorro predomina lo particular; en el erizo, lo general. Hay excepciones en que se puede ser ambas cosas simultáneamente, como el caso único de Tolstói, zorro y erizo a la vez.
    Sus héroes poseían dos virtudes: una intelectual y otra moral. Sabio, modesto y escritor profundo, dominaba una docena de lenguas y se movía con gran versatilidad por disciplinas y ciencias disímiles. El autor destaca su calidad de gran prosista, junto con Ortega y Gasset; sin embargo, hay una dimensión de lo humano que no aparece en su obra: el del inconsciente, explorada denodadamente tanto por Sigmund Freud como por Georges Bataille con resultados altamente lúcidos como discutibles.
    Por último, está el periodista y ensayista político francés Jean-Francois Revel, defensor, como ya lo decía líneas arriba, de la socialdemocracia, la corriente de pensamiento que mejor podía conjugar esos dos aspectos sociales, como son la justicia y la democracia, a través del armonioso equilibrio entre la economía y la política en un régimen determinado. Sostenía que la mentira es la fuerza que mueve a la sociedad de estos tiempos. Observador agudo de los acontecimientos contemporáneos, sus escritos incendiaron las discusiones políticas de la época colocándolo en un sitial singular del combate de las ideas del siglo XX. Fogoso polemista, infatigable luchador por sus ideales, el autor reconoce en él a uno de los últimos combatientes y aguerridos intelectuales, en la estela de los grandes inconformistas franceses, tras cuya muerte ha dejado un vacío difícil de llenar en el panorama de la cultura liberal.
    Notable libro, escrito con la fruición y el talento de un consumado crítico, del agradecido lector que reconoce a quienes infundieron a su alma esa pasión por la cultura de la libertad, a quienes dotaron a su espíritu de esa magia inmarcesible de las ideas.

Lima, 18 de agosto de 2018.

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